El coronel Buendía ha muerto. En aquel mundo exótico y lejano en el que todos podían reconocer a una tía, una madre, un abuelo, el calor surrealista y polvoriento de un lugar misteriosos donde las pasiones, los dolores, las alegrías y las luchas podían extenderse a todas las latitudes. Macondo fue el Lugar del imaginario colectivo de los ávidos lectores de García Márquez, el lugar primitivo donde se originaban el amor y el odio, la admiración y la venganza. Allí hasta la muerte tuvo su celebración, hasta la violencia tenía un garbo que la hacía más aceptable, como parte del universo de un impecable mecanismo poético.
Gabriel García Márquez fue uno de los más grandes narradores precisamente porque, aunque escribía de la experiencia humana, nos ahorraba la crueldad de la realidad que nosotros ya experimentábamos al vivir. Este es el sentido de sus palabras cuando, en 1982, recibió el Nobel de Literatura: la variedad de la naturaleza humana, que se expresa a través del poeta y el mendigo, el guerrero y el brigada, el músico y el profeta, deja poco espacio a la imaginación porque todo ha sucedido ya y sigue sucediendo todos los días.
Gabo ya sugería entonces que buscaba un modo de hacer creíble nuestra existencia, en continua “competición” con la ficción. Tal vez por eso sus obras se desarrollan en un tiempo dilatado, donde los tiranos no mueren, los amores se repiten y los cadáveres nunca se descomponen. La más famosa de todas, Cien años de soledad, se ha traducido a decenas de lenguas y llevó a la fama a su autor de la noche a la mañana. Grandes éxitos como Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera no hicieron más que confirmar su capacidad para narrar la vida y la muerte desplegando el misterio.
Algunos han definido a García Márquez como el fundador del realismo mágico, al que también pertenecería en cierto modo Isabel Allende. Como muchos intelectuales latinoamericanos, sintió la urgencia de observar el clima político de su tiempo, y lo hizo mediante su actividad periodística, también muy conocida. Pero mientras se oponía enérgicamente al régimen dictatorial de Pinochet, establecía una relación estrecha de amistad con otro dictador, Fidel Castro, al que se dice que enviaba las pruebas de sus libros. La propia Susan Sontag, en los años ochenta se declaró escandalizada por el hecho de que un hombre de talento similar se prestase a dar voz a un gobierno que pisoteaba los derechos humanos.
Colombiano, hijo de un empleado de correos que a duras penas conseguía mantener a su mujer y 12 hijos (de los que Gabo era el mayor), vivió gran parte de su existencia en la casa de sus abuelos paternos con toda la familia. Le influyeron la atmósfera y las creencias sobre todo de su abuela. Por aquel entonces nunca habría imaginado que sus esfuerzos como joven periodista contrario al régimen le serían ampliamente recompensados algún día con fama y comodidades.
Admirador de Melville, Faulkner, Proust, Kafka, trató siempre de no imitarles sino de aprender algo de ellos. Humilde en su escritura, como algunos de sus personajes, cada vez que terminaba un libro, se alejaba. Necesitaba poner distancia para volver a escribir, esperar y reencontrar un nuevo modo de hacerlo. Tenía que volver a empezar como si fuera la primera vez, volver a aprender a escribir para volver a sentir su calor. Tal vez por eso describió tan eficazmente la normalidad de la vida, haciéndola mística.
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