Respuesta seca para la pregunta de Luca Doninelli sobre los pintores más significativos del siglo XX. Giovanni Testori no tiene dudas: Picasso y Matisse. Y continúa, a propósito de Matisse: «¿Alguna vez has visitado la capilla que hizo en Saint-Paul-de-Vence? Vidrieras, casullas, cálices: todo lo hizo él. Y pensar que en aquellos años ya estaba paralizado, ni siquiera podía usar las manos. Entonces hacía sus diseños en folios de colores, rojos, azules, amarillos, valiéndose de un gran bastón, y luego, también con bastón, los cortaba y los pegaba. Hacia el final de su vida, abandonó también el color. Quizás descubrió que su gran sueño había estado siempre en las vidrieras, es decir, el color pero, a la vez, algo que atraviesa ese color: la concentración de la luz. Recuerdo de él una bellísima frase que decía más o menos así: cuando añado el verde no pienso en un prado sino en la concentración de todos los verdes y azules».
Como suele suceder, las palabras de Testori se revelaron proféticas, dada la atención que actualmente se está prestando al último periodo en la vida de Henri Matisse: el 17 de abril se inaugurará en la Tate Modern de Londres una gran exposición que luego viajará al MOMA de Nueva York, dedicada a la producción de los últimos quince años de vida del artista. Trozos de papel coloreado que anticipan el culmen que representa la Capilla de Santa María del Rosario en Vence.
Corría el año 1942, cuando Henri Matisse conoció a Monique Bourgeois, su enfermera durante una larga estancia en el hospital donde el artista había sido ingresado después de una operación por un tumor en el intestino. Al salir del hospital, Matisse le pidió a Monique que posara para él como modelo, hasta que en 1944 Monique Bourgeois entró en el convento, convirtiéndose en Sor Jacques-Marie. Ambos permanecieron siempre en contacto, manteniendo una correspondencia habitual e intensa. Escribe Henri Matisse: «Yo he sido llevado (muy modestamente), por tanto, y he constatado sólo en estos últimos años, mirando atrás en mi camino, que me considero destinado por el Altísimo a despertar en el espíritu de los demás hombres una visión de las cosas que conduzca a una elevación del espíritu, hasta llegar al Creador. Obedezco – lo creo firmemente – al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo».
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