José Mateos es un hombre del sur, del Estrecho, de esa tierra que hay entre Algeciras y Cádiz Una tierra con un azul, un verde, y una luz que invita a adentrarse en el misterio de las cosas. Quizás esa luz explica, en parte, la obra de José Mateos, poeta y escritor de cuentos. Acaba de publicar un nuevo libro que se titula Silencios escogidos (Comares).
En Silencios escogidos encontramos un género especial, las divinanzas.
Las divinanzas son aforismos, sólo que los aforismos que yo intento escribir no tratan de ser frases ingeniosas o brillantes, sino máximas con un plus de trascendencia, y el misterio que nos rodea.
Hablas de silencio. En una de esas divinanzas dices: “Menos el hombre, todas las cosas han aprendido a hablar ocultando que hablan”. ¿Qué es el silencio?
El silencio puede ser muchas veces lo que oculta algo, una manera de esconderse. Hay un silencio que es el silencio previo a una revelación, y en ese sentido yo hablo de la palabra “silencio”. El aforismo siempre es un género que deja que las palabras transpiren silencio para que el lector sea el que llene ese silencio con sus reflexiones y con lo que se le ocurre a partir de esa revelación, que debe ser siempre un aforismo.
Dices que el exceso de información tapa ese silencio. “De noche, cuando los aparatos se callan, escuchando los gemidos de la verdad, asfixiándose bajo montones de información”. ¿La sobreinformación oculta la verdad?
Hoy en día, sí. Creo que hay una abundancia excesiva de información. La información es muchas veces algo que resbala al hombre, y el conocimiento es algo que es diferente de la información. El conocimiento requiere tiempo, requiere paciencia, requiere atención, mientras la información es algo que llega y, en fin, simplemente son unos meros datos sin más nada.
Me impresionó hace unos días lo que contabas en tu blog. Estabas en casa mirando a través de los cristales, viste unas hojas y contabas que esas hojas te transportaron “hasta lo que no puede ser dicho. Aunque ahora –añadías– para mí todo lo que existe lo diga”. ¿Qué es lo que dicen las cosas que no puede ser dicho?
Basta mirarlo con un poco de atención y de amor. Las palabras quizá están muy gastadas para decirlo. Basta mirar las cosas con esa gracia que a veces nos es concedida para ver que todo canta, que todo está diciendo sí, aceptando, dando las gracias a algo que está más allá de las palabras porque no puede ser dicho y sin embargo cualquier cosa que digamos en realidad está encerrando eso que muchos vemos en la palabra “Dios”. Aunque la palabra “Dios” se queda pequeña para eso tan inmenso que es un amor absoluto.
¿Por qué no escuchamos a menudo lo que dicen las cosas?
Porque requiere una atención, vamos a todo con prisas, y ponemos en las cosas las ideas con las que ya vamos. Muchas veces nos han enseñado a no mirar, sino precisamente a llenar las cosas de ideas preconcebidas, de prejuicios, de lugares comunes, y muchas veces hay que quitar todo eso de en medio para ver lo que nos rodea, que en realidad no es otra cosa que un enorme misterio pero un misterio afirmativo, lleno de esperanza y confianza hacia el mundo que nos rodea. Tenemos que aprender a confiar.
La vida, a pesar de todo, a pesar de los dolores, ¿es positiva?
Sí, yo creo que sí. Precisamente en estas entradas que voy colgando en el blog, hablaba, por ejemplo, de que el hecho mismo de quedarnos dormidos ya es confiar. Nos quedamos dormidos y abandonamos de alguna forma nuestro cuerpo, nos separamos un poco, nos olvidamos de ese cuerpo y de alguna forma…
Nos entregamos.
Claro. Eso significa una confianza en que vamos a volver, que cuando despertemos todo seguirá ahí. Y nosotros también. La confianza es algo previo a todo lo que hacemos.
En otra de tus entradas, en concreto del 25 de diciembre, día de Navidad, empezabas diciendo: “Hoy celebro la pobreza de ser hombre, celebro la sabiduría en la inocencia y la omnipotencia en la fragilidad”. Y a continuación añadías: “una pequeña grieta ha abierto lo imposible, el Todo se ha hecho alguien”. ¿No es un poco paradójico esto de celebrar la pobreza de ser hombre, la sabiduría de la inocencia que está vinculándola al hecho de la encarnación?
Claro que es paradójico. Es que el cristianismo nace de una gran paradoja. Lo decía san Pablo: hay que estar un poco loco para creer en algo tan difícil, tan imposible, pero tan real, que es lo que realmente celebramos en la Navidad. El cristianismo viene a trastocarlo todo. El mismo hecho de los Reyes Magos no deja de ser una paradoja, que unos señores, reyes, magos o grandes sabios crucen el mundo, mares, desiertos no para buscar un tesoro sino precisamente para entregarlo, para adorar. Cuando todo lo que hemos leído siempre ha sido que un aventurero, un sabio, un héroe se pone en camino para buscar un tesoro. Aquí el concepto vuelve a ser el contrario. Es para entregar algo, en este caso a un niño desvalido.
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