Una confrontación abierta entre arte, filosofía y ciencia sobre temas tan apasionantes y controvertidos como la bioética y la biopolítica. La asociación italiana Ciencia&Vida celebró este fin de semana en Bolonia su primer congreso bajo el título “La vida no está sola”. Dos días de encuentros, espectáculos y diálogos en mesas redondas y en torno a un café, en los llamados “Cafés de las conversaciones científicas”, donde se dieron cita filósofos, genetistas, sociólogos, teólogos, neonatólogos, psicólogos y abogados. Hablamos con Domenico Coviello, genetista y co-presidente nacional de Ciencia&Vida.
Empecemos por el título, ¿qué significa “la vida no está sola”?
Si la vida no está sola, quiere decir que hay que rechazar la tentación del aislamiento, de una cerrazón egoísta, para abrirse a la necesidad y al deseo de establecer vínculos, y que se expresa en la búsqueda de amistad, amor, solidaridad social, un itinerario que recorre todas las fases de la vida humana, desde la infancia hasta la vejez.
¿Y eso cómo se concreta en este congreso?
En concreto, significa analizar, huyendo de construcciones teóricas y abstractas, los fracasos de un proyecto basado sobre un modelo socio-cultural que invita a exaltar el individualismo como forma necesaria para realizarse uno mismo en un contexto de civilización marcado por el conformismo social y el anonimato. Esta base antropológica es necesaria, con el fin de proponer una reflexión sobre las cuestiones bioéticas más relevantes.
En las cuestiones bioéticas, el “final de la vida” siempre es un tema crucial.
Aquí el principio de la autodeterminación parece prevalecer actualmente y se autojustifica mediante el valor de la autonomía del sujeto. Hay que desarticular este paradigma con argumentos racionales que, por ejemplo, afirmen que autonomía y autodeterminación (principios abstractos) pueden expresar en la experiencia concreta la soledad del moribundo y el silencio ante la petición de ayuda que lanza a médicos y familiares. Todos los hombres mueren solos, pero no aislados del resto de su comunidad de afectos y pertenencia. Debemos ser capaces de insistir en el valor de la com-pasión y de la compañía en cada una de las fases de la vida, y de forma particular cuando se acerca el momento de la separación.
¿Y el nacimiento a la vida?
El nacimiento es también “ser donados a nosotros mismos”. El nombre no nace autosuficiente, sino que es generado por dos componentes, uno masculino y otro femenino, y al nacer es totalmente dependiente de sus padres, no es capaz de sobrevivir. Por otro lado, los padres, aparte del mantenimiento físico, tienen la tarea de cuidar de su pequeño en el sentido más completo y amplio del término: la educación y su componente psico-afectivo no se transmite en el ADN, se transmite mediante el testimonio y el amor, cosas que un niño necesita en extremo.
El tema del cuidado en el nuevo contexto tecnológico alcanza a veces implicaciones que antes eran impensables, ¿cómo se pueden afrontar?
Nunca somos, en absoluto, seres autodeterminados, si bien es cierto que convivimos con una serie de reglas familiares y sociales que nos condicionan. Debemos señalar el valor de la “relación”. La relación de cuidado se debe poder expresar no sólo dentro de la experiencia del dolor y de la enfermedad. Es un valor que debe acompañar también a una madre que está esperando un hijo, a un joven que atraviesa dificultades, a una pareja que pasa por una crisis, a un anciano que sigue queriendo sentir que forma parte del mundo.
¿Cómo valora el contexto socio-cultural actual respecto a la dimensión comunitaria de la vida?
Desde siempre, el hombre se ha organizado en comunidades que le permitieran sobrevivir con mayores garantías. El primer núcleo comunitario es la familia, con niños, padres y abuelos. Este tipo de comunidad garantiza el crecimiento de un neonato y ayuda al anciano en situación de fragilidad, acompañándole hacia el término natural del ciclo de la vida. Por desgracia, un progresivo pero inexorable cambio de valores que ya no se basan en la centralidad de la comunidad sino en la centralidad del individuo ha dado lugar en las últimas dos décadas a la soledad del hombre, que se cierra cada vez más sobre sí mismo, sobre sus derechos, sobre su egocentrismo.
Usted es médico, genetista, ¿cómo se pone la ciencia frente a estos problemas?
También la ciencia, en todas sus expresiones teóricas y empíricas, habla de la red de cooperación biológica, por ejemplo, y de cómo todo nuestro cuerpo responde a mecanismos neurofisiológicos que expresan la unidad de la persona dentro de la diferencia de las funciones de cada de sus partes. Debemos tratar de transmitir un mensaje de confianza en la investigación científica y en la práctica clínica: la ciencia está hecha de hombres y mujeres que comparten nuestra misma humanidad y que son parte del complejo de relaciones que forman este mundo. No existen por un lado los humanistas y por otro los científicos: la escisión entre estos dos mundos sólo genera una parcialidad nefasta para ambas prácticas, lo cual revierte negativamente en nuestro trabajo diario.
La asociación organiza este congreso por primera vez, ¿a quién se quiere dirigir?
A todos. El congreso se dirige a todo el arco de la vida, desde el nacimiento hasta su ocaso natural. Esta iniciativa nace con mucha alegría y con un deseo enorme de compartir y recordar que la felicidad del hombre no se basa en lo que hace sino en “cómo lo hace”, y en los valores en que se apoya.
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