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«El acto final es la contemplación»

John Martino
03/12/2013

Bill Sessions es profesor emérito de Inglés en la Georgia State University de Atlanta. Experto en literatura europea, cuenta a sus espaldas con un número considerable de publicaciones y reconocimientos académicos. Poeta y dramaturgo, fue un gran amigo de Flannery O’Connor, la famosa escritora originaria de Georgia fallecida en agosto de 1964 a los 39 años de edad. Actualmente está ultimando la biografía autorizada de la escritora, Stalking Joy: The Life and Times of Flannery O’Connor, y ha dirigido la edición de su diario de oraciones, de la época en que la escritora estudiaba en la Universidad de Iowa, que se acaba de publicar en Estados Unidos. Este diario podrá cambiar el curso de los estudios realizados sobre O’Connor, al demostrar que su obra nace de su ofrecimiento a Dios. Hablamos con Bill de su amistad con Flannery y de la originalidad de este diario, que él mismo ha sacado a la luz, una obra que – publicada en tiempos tan agitados como los nuestros – tal vez pueda sonar como “la llamada al acto final, que es la contemplación”.

¿Cómo y cuándo comenzó su amistad con Flannery O’Connor?
Flannery y yo habíamos leído reseñas de nuestros respectivos libros publicadas en el Georgia Bulletin, el diario de la Archidiócesis de Atlanta. Era una publicación de difusión modesta, pero a Flannery le encantaba escribir para ellos. Además, teníamos amigos comunes, como Caroline Gordon, mentora de Flannery, o Betty Hester.

¿Cuándo la conoció percibió que aquella mujer tuviera algo extraordinario?
Recuerdo que un día, mientras estábamos sentados en su terraza, me dijo que valía la pena vivir la vida para llegar a ser santos. Enseguida me di cuenta de que era algo que ella estaba meditando profundamente; su rostro estaba de hecho como iluminado. Pero también era evidente su grandeza literaria. Cuando murió me impresionó mucho que Elizabeth Bishop, una gran poetisa, llegar a escribir: «Sus historias quedarán con nosotros para siempre».

¿Se imaginaba usted que algún día escribiría una biografía de O’Connor?
Absolutamente, no. Yo no hacía como Boswell (autor de la Vida de Samuel Johnson), que anotaba cada una de las palabras que pronunciaba. Intenté negarme cuando sus herederos me pidieron escribir su biografía. No soy un experto en literatura americana y además no me gusta hablar de mis amigos. El diario de oraciones me convenció, entre otras cosas.

¿En qué consiste este diario?
Flannery tenía 21 años cuando se trasladó a Iowa, y allí se pronto se encontró sola. Se había criado en el ambiente del sur, muy reservado y comedido. En una ocasión me dijo que la emoción más fuerte que había vivido con su familia era la irritación. Eso no significa que nunca hubiera tenido que enfrentarse a ideas diferentes: en Milledgeville, Georgia, iba a un instituto de vanguardia que seguía el método educativo de John Dewey. Pero Iowa supuso en todo caso un gran cambio. Los veteranos que regresaban de la guerra también fueron una presencia relevante aquellos años. Ese periodo de soledad la llevó a escribir un diario de oraciones desde enero de 1946 a febrero de 1947.

¿Qué contiene exactamente ese diario?
El diario es esencialmente una serie de oraciones, reflexiones muy íntimas, compuestas con un estilo muy personal. Arrancó las primeras cinco páginas, así que empieza in media res. En esas páginas, Flannery expresa su consagración a una fuerza de la que se sentía acompañada. Son textos de gran intensidad, una forma de oración que inventó ella misma. El amante al que se dirige durante todo el diario es Dios: ella sólo usa el apelativo “Padre”, asociado a ciertas oraciones, y sólo un par de veces nombra explícitamente a Cristo o a Jesús. «Yo quiero sentir – escribía –, yo quiero amar». Dirige estas oraciones al Absoluto. Ella vivía con la esperanza – quizás un poco excéntrica para su época – de poder consagrarse totalmente a este Absoluto, a este amor.

¿Por qué este diario ha estado en la sombra y por qué sale a la luz ahora?
Por un lado puede parecer extraño, dada la notoriedad de O’Connor, que este documento haya sido desconocido hasta ahora; por otro, resulta extraordinario que un editor laico publique una selección de oraciones. ¿Cómo se explican ambas cosas? Puedo entender el motivo por el que la familia pensaba que se trataba de un texto demasiado personal: «Quiero entregarme a ti…», las chicas de bien no hablaban así. Yo, cuando me sumergí en el diario examinando la multitud de manuscritos, intuí inmediatamente que este texto se publicará, aunque no sabía bien cómo. Al final lo leí públicamente con motivo de un congreso sobre O’Connor en Chicago. Yo estaba concentrado en la lectura, pero luego me dijeron que no se oía ni una mosca… En aquel momento el diario empezó a tener vida propia. La calidad del estilo conquista inmediatamente. Traduce su deseo en un texto dramático, siguiendo las huellas de Henry James: no contar sino representar. Ella representó así sus deseos, que eran acaso infantiles, pero también sorprendentes por su intensidad y su profundidad al mirar dentro de sí misma. Al tratarse de reflexiones totalmente privadas, suponen casi un stream-of-consciousness, un río de conciencia: tenía ya el toque de la gran artista, incluso en un diario.

¿Qué impacto cree que tendrá?
Creo que se venderá, porque es breve. John Desmond, un famoso experto sobre O’Connor, dice que este documento marcará un punto de inflexión en la literatura científica. Yo no estoy seguro, porque hay muchas corrientes distintas entre los expertos sobre O’Connor. Muchos de ellos sólo parten de la teoría, en perjuicio del propio texto. Las teorías están bien, pero las obras de arte – y la de O’Connor en particular – requieren de un acto final, que es la contemplación. La teoría sirve sólo como punto de partida.

¿Qué le ha sorprendido en este diario de oraciones?
Es muy conciso, más del estilo de Pascal que de Teresa de Lisieux, o incluso más parecido a los escritos de los Padres del desierto que a Pascal. Pongo un ejemplo con esta frase: «Nadie puede ser ateo si no lo conoce todo. Sólo Dios es ateo. El diablo es el mayor creyente, y tiene sus motivos». Dios no necesita creer en sí m ismo, pero el diablo no puede existir sin la fe. Afirmaciones como esta creo que sorprenderán a mucha gente, y podrán ser de ayuda para muchos.

¿Y a Flannery O’Connor le sirvió de ayuda este diario?
En una ocasión se lo pregunté precisamente, y en realidad ese fue el motivo por el que lo dejó. En su última anotación dice a Dios que a pesar de todas estas oraciones no había visto un gran cambio. «Hoy he demostrado ser una glotona de galletas escocesas de avena y de pensamientos eróticos». Fue lo último que escribió en esas páginas. Justo antes de este epílogo había escrito: «Me gustaría ser una mística, e inmediatamente». Pero no sucede inmediatamente. Cuando su padre murió, ella había escrito en un diario anterior: «Nos hemos sumergido en la realidad de la muerte y la conciencia de la potencia de Dios ha roto nuestra indiferencia como una bala en el costado». Era un momento dramático, como el epílogo de muchos de sus relatos. Aquí, en este diario, en su propia vida, tuvo que encontrar una respuesta a sus deseos en el reino de la banalidad. Flannery rezaba sobre todo por dos cosas: poder llegar a estar cerca de Dios y convertirse en escritora, y creo que ambas cosas le fueron concedidas. También decía en sus escritos que no deseaba el sufrimiento, pero que lo aceptaría. Más tarde comprendería que sus deseos sólo encontrarían cumplimiento en la espera. Paradójicamente, los años literariamente más fecundos llegaron después de su enfermedad, la misma que padeció su padre, el lupus. No fue sólo el primer y tremendo ataque de este mal, que durante un viaje en tren hacia el sur había transformado su aspecto de muchacha, como me contó su tío. Fue también el sufrimiento cotidiano lo que la atormentó a partir de entonces.

¿El método de la oración está abierto también a las sorpresas?
Sin duda. También es importante recordar que, cuando interrumpió su diario, Flannery había empezado a escribir Sangre sabia. En cierto sentido, se ve cómo su espiritualidad crece, después del diario, a través de sus propios relatos. Hasta llegar a alcanzar el punto máximo en el tríptico final: Revelación, El día del juicio y La espalda de Parker.

¿Percibe también la misma conexión en sus cartas?
Sí, también en sus cartas era un poco como san Pablo: hacer todo en todos para salvar a alguno. Sus relatos también están pensados para un cierto público, como las parábolas evangélicas. Las parábolas son duras, como también lo son sus relatos. Ella meditaba sus cuentos, que pueden ser también objeto de meditación para sus lectores. La diferencia con el diario de oraciones es que allí estaba escribiendo sólo para sí misma y para Dios. Eso debería ayudar a entender los relatos, y viceversa.

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