«¿Qué relación existe entre religiones e instituciones civiles?». Esta es una de las preguntas con las que el periodista italiano Alessandro Banfi comenzó el encuentro titulado “¿Testimonio o poder? Cómo volver a encontrar el fundamento de la política en la historia”, organizado por el Centro Cultural de Milán y la Fundación Oasis. El debate tenía como punto de partida el libro del filósofo Massimo Borghesi Critica della teologia politica. Además del autor, participaron Silvio Ferrari, profesor de Relaciones Iglesia-Estado en la Università degli Studi de Milán y el periodista Antonio Polito, del Corriere della Sera.
El moderador afirmó que «este libro está lleno de cuestiones interesantes y la profundidad del pensamiento de Borghesi ayuda a comprender muchos hechos de la actualidad». La historia tiene mucho que contarnos. Y que mostrarnos.
Ferrari comenzó su reflexión personal sobre este libro partiendo de una distinción fundamental que hace el propio Borghesi, y que sirve de leit motiv en todo el recorrido: «Hay una gran diferencia entre teología política y teología de la política». La primera «presenta numerosos equívocos negativos y confunde a Dios con el César, dando lugar a graves extravíos» – por ejemplo, el fundamentalismo religioso o la guerra de Iraq –, mientras que la segunda «no confía a la política la tarea de realizar el reino de Dios en este mundo». De hecho, en esta perspectiva, «la fe religiosa anima a la acción política pero no se identifica con ella». Dicho esto, es evidente que «el principio que inspira el compromiso civil es la libertad»: un reto que se debe aceptar «con coraje, porque es la condición necesaria para llegar a construir el bien común». Pero para eso hay que replantearse «la noción de espacio público». «Siempre hemos pensado que para que haya un espacio público imparcial es necesario que sea neutro», explicó Ferrari: «Pero me pregunto, por el contrario, si el desafío actual no consiste en construirlo siguiendo un método inclusivo», es decir, reconociendo el derecho de ciudadanía a «una pluralidad de experiencias de vida». Un espacio público en color, no en blanco y negro.
«El libro de Borghesi ilumina la extraordinaria década que hemos dejado atrás, donde hemos vivido el atentado a las Torres Gemelas, un acontecimiento comparable a la caída de Constantinopla», afirmó Polito al empezar su intervención. «Justo cuando el enemigo acecha, nos preguntamos quiénes somos y cuál es nuestra civilización». A partir de ese momento, según el columnista del Corriere, Occidente se tuvo que enfrentar a dos cuestiones fundamentales: «Hemos tenido que preguntarnos si para combatir al enemigo tenemos que imitarle – adoptando sus mismas formas – o seguir siendo nosotros mismos»; y afrontar la cuestión de la «laicidad». Hemos llegado a entender que «Occidente no debe responder imitando a sus adversarios»: pero, ¿debe para ello «expulsar a la fe del espacio público?».
El autor del libro, Massimo Borghesi, ofreció la reflexión final al hilo de esta interesante conversación: «Hoy tenemos una necesidad extrema de que una savia religiosa nos proporcione algo de aliento y respiro en un panorama político que se ha replegado sobre cuestiones nimias». Tenemos, por tanto una «extrema necesidad de teología de la política», continuó el filósofo: «Resulta interesante ver cómo desde un punto de vista laico se advierte la necesidad de encontrarse con la orilla teológica para que la vida política pueda discurrir en el cauce trazado por ambas orillas y así expresarse mejor».
Mediante un análisis histórico muy detallado, Borghesi explicó cómo la teología política enturbió, ya desde los años setenta, el panorama europeo (y no sólo el europeo), «porque la opción religiosa comportaba una cierta opción política». Entre los numerosos ejemplos que citó, destaca el retorno de la teología política después de los trágicos eventos del año 2001: «Por una parte, el islamismo radical (que claramente no representa a todo el islam sino a su sector fundamentalista), y por otra Occidente». En esta lucha contrapuesta (tan parecida al enfrentamiento que se produjo en los años setenta a causa del marxismo), Occidente «optó por una religión civil americana, incentivada por el propio Bush, que resucitó el afán belicoso de Estados Unidos». Un escenario trágico que Juan Pablo II comprendió y corrigió, «quedándose casi solo en su oposición al presidente americano». Borghesi no dudó en afirmar que «el militarismo que se escuda detrás de un velo religioso es repugnante». Pero dichos momentos de “ruptura”, a pesar de reavivar la teología política, han demostrado también que «se puede ser cristiano sin avergonzarse», ni temer. Esta es la posibilidad que se abre en el tiempo presente.
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