«Cualquiera que sea el fin que persiga un fotógrafo – reformas contra la injusticia o una forma de consolarse ante ella – es probable que su trabajo se revele en cierta medida como el de W. Eugene Smith, cuando, siendo fotógrafo de guerra, se encontró considerando a los cadáveres en primer lugar como elementos de la composición de sus imágenes». Para Robert Adams, uno de los grandes fotógrafos americanos y autor de agudísimos ensayos sobre arte, la paradoja “ética” del artista comprometido socialmente se configura de este modo. No importa qué sujeto sea encuadrado por el objetivo, ni siquiera importa el porqué: hay un momento en que, mirando por el visor, lo que se ve se convierte sólo en “formas”. Sin este trabajo estético, no existirían imágenes eficaces y por tanto funcionales para la causa para la que fueron tomadas. Pero el refinamiento de las imágenes, a riesgo siempre de caer en una deriva estética, ¿contamina el ideal social? Adams continúa: «Atrapados por esta tensión, pocos fotógrafos, y sólo raramente, han sido capaces de resolverla en un equilibrio perfecto en encuadres singulares, como ciertas imágenes de Lewis Hine».
La fama de Hine, nacido en los campos de Wisconsin en 1874 y llegado a Nueva York en los primeros años del siglo XX, va unida a sus imágenes de los inmigrantes de Ellis Island, del trabajo infantil, de la industria americana y de la gran empresa que fue la construcción del Empire State Building. Su obra influyó profundamente en autores como Paul Strand, que fue alumno suyo, y la generación de fotógrafos documentalistas de los años treinta, entre los que se encuentran Walker Evans y Dorothea Lange. Se le considera en cierto modo el alter ego de su casi coetáneo Alfred Stieglitz, el inventor de la fotografía como forma de arte independiente. Para Hine, al contrario que para Stieglitz, la fotografía puede llegar a ser arte, pero no lo es en sí misma. Su primer objetivo es la documentación. Lo cual no impide que fuera precisamente Hine el que aconsejara a Strand que frecuentara la “bodega” cultura de Stieglitz.
Hine se acerca a la fotografía para utilizarla como apoyo a sus clases de botánica en la Ethical Culture School. Más adelante creará un club fotográfico, con el que llevaba a sus alumnos a Central Park para tomar fotos de plantas y árboles. El punto de inflexión llegó cuando acompañó a los miembros del club al Battery, al sur de Manhattan, donde los inmigrantes se reunían después de pasar por Ellis Island. En ese mismo periodo documenta el caos de los barracones urbanos. En aquellos años se convence, influenciado por el progresismo de principios de siglo, de que su misión es la de “instruir” a la sociedad, revelando sus males, para que esos males pudieran ser tratados.
En 1908 deja la enseñanza y se convierte en el fotógrafo oficial de la National Child Labor Commmitee (Nclc), el lobby para la abolición del trabajo infantil. En los ocho años siguientes, viaja por todo el país y toma casi cinco mil fotografías de niños. Su trabajo se difunde en diversas publicaciones del Nclc. Son los vendedores de periódicos, los limpiabotas, los mineros, los pequeños recolectores de algodón. Por razones técnicas, como el inmenso volumen de los equipos y los tiempos de exposición impuestos por la escasa sensibilidad de las películas, todas las imágenes son “posadas”. Hine no está en condiciones de realizar retratos espontáneos (basta pensar que el flash no se inventó hasta 1931). Sin embargo, estas fotografías obtienen un gran impacto, por su profundidad psicológica y su realismo.
El 6 de julio de 1909, en la factoría Jenkins cerca de Baltimore, Hine conoce a Laura Petty, una recolectora de bayas de apenas seis años. Retrata a la pequeña en medio de un campo de plantas bajas. El objetivo se sitúa a la misma altura del sujeto, obligando al fotógrafo a ponerse de rodillas. Ella luce un vestido de fiesta raído por las horas de trabajo. Luce en su melena despeinada un lazo deshecho. Los pies descalzos. Apoya las manos a los lados, mientras en su rostro angelical se abre una sonrisa al estilo Shirley Temple. En sus apuntes, Hine anota lo siguiente al lado del nombre y edad de la niña: «“Acabo de empezar. Ayer recogí dos cajas”, a dos centavos la caja». La determinación de Hine se nutre de un fuerte impulso ideal. «Tal vez estéis hartos de imágenes de trabajo infantil. Pues bien, así estamos todos», dirá Hine: «Pero nos hemos propuesto haceros sentir mal, a vosotros y a todo el país, frente a este tipo de negocio, de modo que cuando llegue el momento de pasar a la acción las imágenes del trabajo infantil sean ya sólo un testimonio del pasado». Los historiadores están de acuerdo al valorar que el trabajo de Hine tuvo un papel decisivo en el debate que en 1916 llevó a la aprobación de National Child Labor Law, la ley americana que limitaba el trabajo de los menores de edad.
Más de un siglo después, la sonrisa de Laura Petty sigue siendo enigmática por su contrariedad. «Los niños de estas imágenes, que aparecen en las calles, en las minas, en molinos y fábricas, brillan como diamantes en bruto», escribió Judith Mara Gutman. Precisamente a estas imágenes se refería Robert Adams al hablar del equilibrio entre tensión ética y búsqueda formal. «Hine se consideraba un progresista, y generalmente se le reconoce como tal, pero en una ocasión él mismo definió la finalidad que perseguía con términos más complejos: quería mostrar el mal para incitar la protesta, y el bien para atesorarlo. Si las consideramos por separado, ciertas imágenes pueden parecer incluso contradictorias; y esas chicas agotadas, de pie frente a las máquinas tejedoras de las industrias textiles, pueden parecer hermosas, como las fotografías de las que forman parte».
En los años veinte, la fascinación por la tecnología aplicada al trabajo conquistará a la sociedad americana. Hine comparte este entusiasmo lleno de optimismo. Está convencido de que las máquinas pueden contribuir a crear una sociedad mejor. Esta convicción da nueva forma al estilo del fotógrafo, que se impregna de una especie de romanticismo. Hombre y máquina aparecen reflejados en una relación de perfecto equilibrio. De este periodo es la célebre imagen conocida como Powerhouse Mechanic. Un joven musculoso aparece de perfil junto a una turbina a vapor, mientras que con una gran llave inglesa aprieta (o afloja) un tornillo. Aunque lleva unos pantalones sucios y una camisa blanca sin mangas, está afeitado y bien peinado. El obrero se agacha hacia adelante y el arco de su espalda concuerda con la curva de la máquina en la que parece enmarcada su figura. La majestuosidad de la tecnología y la belleza física del modelo establecen un diálogo y se donan la una a la otra.
Unos años más tarde Hine tomará otra famosa fotografía en los trabajos del Empire State Building, cuya construcción comenzó en el fatídico año 1929. Esta imagen se conoce comúnmente como el Icaro. Un joven obrero agarrado a una barra de acero ligeramente inclinada y al fondo, Manhattan, el río Hudson, la tierra firme y el cielo atravesado por unas nubes preciosas. Así como de nuevo la edificación de lo que entonces llegaría a ser el edificio más alto del mundo, representado aquí como un hecho épico cuyos protagonistas aparecen con el semblante de los mitos de la antigua Grecia.
1936 es el año de los Tiempos modernos de Charlie Chaplin. Los americanos se ríen del obrero, convertido en un engranaje más de la inmensa maquinaria de la industria pesada. Saben que el problema no es el pobre Charlot, más bien empiezan a temer que el problema puede estar precisamente en la locura de esas máquinas. Ese año Hine se convertirá en fotógrafo oficial del National Research Project, uno de los progenitores de los modernos think thank gubernamentales, dedicado a los estudios sobre empleo. Fue el último trabajo del gran fotógrafo, que murió empobrecido en 1940 a los 66 años de edad.
El equipo de este proyecto, formado por unas 500 personas, empezó a trabajar para describir la situación del mercado laboral y analizar la dinámica de los problemas. Lejos del eficientismo tayloriano y de tentaciones neo ludistas, sus dirigentes creían que la nueva tecnología sería capaz de crear nuevos puestos de trabajo, siempre que la producción sirviese también a objetivos sociales. En este largo trabajo, que le llevará a viajar por todos los Estados Unidos, Hine parece perder esa vena crítica que había caracterizado la primera etapa de su carrera. Ahora tiene otro estilo de narración, quizá menos desconcertante pero no menos útil.
«Estas fotografías confirman la convicción de Hine de que el trabajo es el verdadero espíritu americano», escribió Judith Mara Gutman: «Es la ingenuidad del artesano yankee, las horas sin descanso del inmigrante, la capacidad hercúlea del mundo industrial. Intercepta este espíritu con su cámara fotográfica, un instrumento que muchos, incluido Hine, asociaban a la realidad tangible. Sin embargo, al captar esta realidad intangible, Hine vuelve a sobrepasar los límites tanto del instrumental fotográfico como de su labor profesional».
Algo parecido, pero con acordes aún más profundos, comentaba a este respecto Robert Adams: «Sentimos una inmensa gratitud por estas imágenes paradójicas y por el modo en que siguen ayudándonos en el camino de la vida. De jóvenes, pensamos en un arte que se enfrenta a hechos amargos, porque creemos que el mal puede ser derrotado si le hacemos frente; al envejecer empezamos a dudar de esta posibilidad, y queremos que el arte no se limite a confirmar la pena de nuestra desilusión. En imágenes como las de Hine se contemplan ambos aspectos; las fotografías expresan la necesidad de un cambio, pero a la vez parecen sugerir que esta necesidad no es lo más importante que se pueda decir de la vida».
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