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Una secularización que hace bien a los cristianos

Tatiana Kasatkina

Un extracto de la intervención de Tatiana Kasatkina en el congreso internacional de la Fundación Rusia Cristiana (5-8 octubre, Milán) titulado “Identidad, alteridad, universalidad”. El discurso de la autora, miembro de la Academia de las Ciencias de Moscú, llevaba el título “Los desafíos de la secularización como provocación positiva”.

Los cristianos deben tomar conciencia del hecho de que el proceso de secularización sólo ha podido nacer en el seno de la cultura cristiana. La secularización de la sociedad, tanto la secularización del individuo como de un cierto grupo social, es una conquista propia del cristianismo.
Cuando Cristo afirma que no vino a traer la paz sino la espada (Mt 10, 34) se refiere a la separación del hombre del tronco común de la humanidad. Porque ese es el inicio de la operación de la salvación, operación con la que Cristo no salva a todos en grupo sino a cada uno. Esta es la razón por la que cada individuo debe separarse del tronco común de la humanidad, para poder decidir después personalmente qué quiere hacer. Porque se trata de una decisión: el hombre puede decidir insertarse al olivo celeste – al nuevo cuerpo de la comunión humana que hunde sus raíces en el cielo – o seguir existiendo con esa forma que asume después de haber sido talado.
Antes de Cristo, esta posibilidad de elegir sencillamente no existía: para el hombre, la posibilidad de vivir una vida secularizada no existía, y en consecuencia no podía tampoco estar secularizada la sociedad, porque no existía esta espada. Por tanto, el fenómeno que vemos suceder hoy en el mundo no es algo que destruye al cristianismo, algo contra lo que los cristianos están llamados a combatir, sino algo que ha introducido en el mundo el propio cristianismo. Otra cuestión es que la humanidad está llamada a no olvidar que existe la posibilidad de hacer otro camino y que el aislamiento del individuo al que lleva la secularización puede ser superado.
La espada de la secularización sigue actuando ante nuestros ojos: se inflama como una llama en los núcleos familiares y los divide – los divide a través de leyes – separando a la mujer del marido y a los hijos de los padres, y así sigue seccionando cada vez más el cuerpo de la humanidad. Debemos recordar que este fenómeno no es para nosotros un obstáculo y que no estamos llamados a combatirlo. Debemos recordar que se trata más bien de algo que ofrece al hombre la posibilidad última de definirse a sí mismo, de decidir si se define como cristiano o no.
Esto es algo que sólo puede hacer cada uno personalmente. Si un cristiano se concibe como tal sólo porque ha sido educado en el cristianismo en su cultura de origen, o porque se atiene a las normas de vida que le han sido enseñadas desde su infancia (que le han sido por tanto entregadas), o porque le hace más fácil seguir cierto camino, o incluso porque ha encontrado un determinado ambiente que le conforta y donde puede vivir seguro una vida indolora, donde puede alinearse, en vez de tener que decidir él mismo, descargando el peso de su decisión sobre ese ambiente… Si un cristiano ha llegado a una asociación y no a Cristo, no es cristiano.
El problema más grave de los vinculados a la secularización es el de vencer ese aspecto social que lleva a las personas a adherirse a la Iglesia como a una asociación, pensando que con eso basta. Así la gente que llega a la Iglesia no la vive como participación en el Cuerpo de Cristo, sino como pertenencia a una comunidad donde poder vivir sin preocupaciones y recorrer tranquilamente senderos ya trazados sin tener el más mínimo deseo de buscar un encuentro personal con Cristo.
Este es el peligro que amenaza a la Iglesia y es un peligro que no viene del mundo sino del seno de la Iglesia misma. Si la Iglesia se limita a permitir al hombre permanecer con ella sin ir hacia Cristo, para el cristianismo será una catástrofe. La sociedad secular con la que luchamos en último término con más fuerza no es para nada temible frente al cristianismo. De hecho, es el fruto y el verdadero ambiente del cristianismo, porque se ha constituido de tal modo que puede permite a cada hombre tomar una decisión personal y consciente.
Es más peligroso cuando la secularización (o cuando nosotros, en nuestra lucha contra la secularización) separa el cuerpo de su cabeza: el cuerpo que es la Iglesia de la cabeza que es Cristo. Y esto, por desgracia, es algo que sucede hoy muy a menudo. Yo entiendo que cuando nosotros – que cada uno piense en sí mismo – pensamos en cómo tenemos que comportarnos en un mundo y con hombres que no han encontrado el camino que lleva al Cuerpo de Cristo, podemos respondernos sólo de una forma: debemos convertirnos, para cada hombre que encontremos a nuestro lado, en testigos del hecho de que unirse a Cristo es la felicidad. Mientras que entrar en un sistema que pretende gobernarnos hasta el punto de quitarnos la necesidad de pensar – para que ya no tengamos que pensar en nada – sería una pesadilla.
Sin embargo, si somos testigos así, nos daremos cuenta de que la condición en la que actualmente vive el mundo es para nosotros una ocasión, una posibilidad inmensa, y en absoluto un horror ni una catástrofe.

Publicado en Il Sussidiario

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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