¿Qué es el tiempo para la ciencia? ¿Qué experiencia tenemos de esto en nuestra vida? No se podía plantear una pregunta más difícil si bien es cierto que por una parte el mismo san Agustín decía que no lo sabía definir y por otra la ciencia usa el tiempo como grandeza, pero no es capaz de dar una definición unívoca.
Para el astrofísico Marco Bersanelli es uno de los temas más profundos y huidizos de nuestra experiencia humana y cuando miramos la ciencia y su reflejo en el tiempo, nos damos cuenta de que la razón se ve tan solicitada que termina por necesitar un vínculo con otros ámbitos no científicos de reflexión.
En el Meeting se han dado cita dos grandes científicos implicados en dos ámbitos opuestos: la cosmología y la mecánica cuántica, lo macroscópico y lo microscópico. Paul Davies, inglés, físico teórico, cosmólogo, astrobiólogo y autor de best-sellers; y José Ignacio Latorre, físico dedicado a la energía y a la información cuántica.
Davies comenzó mostrando la imagen de una torre italiana destruida en el terremoto del 20 de mayo de 2012. ¿Es posible imaginar – se preguntó – que un segundo seísmo similar al primero pudiera mover los cimientos de modo que la torre volviera a la posición que tenía antes del terremoto? ¿O por qué si vemos la escena de una película marcha atrás inmediatamente nos daríamos cuenta y nos parecería ridículo? Porque el tiempo tiene una dirección. Hay un antes y un después. La ciencia llama a este fenómeno, que nosotros damos por descontado, la flecha del tiempo. Es algo parecido a lo que describe la segunda ley de la termodinámica: el flujo de calor va del frío al calor, y no al contrario. Del mismo modo, observando el universo, los científicos han notado que la materia va de un estado de orden a otro de desorden (entropía).
Hubo un momento en que todo este movimiento comenzó, el Big bang. ¿Pero qué originó este movimiento? El astrofísico Stephen Hawkings sostiene que preguntarse qué había antes de que comenzara el tiempo sería como preguntarse qué hay al norte del Polo Norte. En realidad, como observó Davies, existe otra hipótesis: nuestro universo podría ser una parte de un sistema más grande y el Big bang podría haber sido fruto de un impulso externo. En este sistema más complejo podría haber más flechas del tiempo y por tanto un ciclo de vida propio.
Latorre, por el contrario, explicó qué es un reloj. Enseñó cómo la medida del tiempo puede ser algo muy refinado. El reloj atómico más preciso nunca construido llega a medir una fracción de segundo del orden de grandeza de 10 a -18. Son instrumentos extraordinarios que podrían tener aplicaciones impensables en nuestros días. Un Gps que utilizase un reloj atómico de este tipo podría tener la precisión de un micrón. Un dominio del tiempo apasionante. La física cuántica no es determinista, como la clásica, en el sentido de que explica la causalidad pero utilizando la estadística. Hay por tanto una dirección, una posibilidad de predecir los fenómenos. Pero también hay algo que se nos podría escapar.
Durante la discusión, alimentada por ciertas preguntas de Bersanelli, se planteó que la ciencia no llega a describir el llamado flujo del tiempo. El propio Agustín decía que no podía definirlo. Aquello, en nuestra experiencia humana, que encuentra un sitio en la memoria, la espera y la percepción del presente. Los dos científicos admitieron que sus disciplinas son aún jóvenes y hay problemas que aún no se pueden afrontar. Lo que permanece es un sentido de enigma, de misterio, que envuelve la realidad del tiempo.
Es precisamente la experiencia común la que mueve las preguntas científicas. Pensar en los miles de millones de años del universo es algo que da escalofríos al científico que se observa a sí mismo y el instante que es su vida. Un instante que sin embargo es autoconsciente. El instante de un yo que se asombra por el solo hecho de ser y pide que este breve lapso de tiempo pueda tener, de algún modo, un significado.
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