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Persona, justicia y política en Benedicto XVI

Ignacio de los Reyes
20/08/2013 - Tres grandes juristas discuten en el Meeting de Rimini acerca de los cinco grandes discursos políticos del Papa emérito.
Un momento de la mesa redonda.
Un momento de la mesa redonda.

El profesor P. Carozza (University of Notre Dame), J. Weiler (New York University) y el constitucionalista y actual ministro en Portugal para el desarrollo regional M. Poiares Maduro reflexionaron al hilo de una reciente publicación (que recoge los discursos de Benedicto XVI en Ratisbona, Bernardinos de París, Reichstag alemán, Westminster Hall y Sapienza de Roma) acerca de los grandes temas y desafíos que el Papa emérito expuso en la plaza pública ante políticos e intelectuales.

El prof. Carozza comenzó recordando la crisis política que nos envuelve: «hace 20 años celebrábamos la victoria de las democracias en el mundo y hoy, lamentablemente, nos encontramos varios pasos atrás. Parece que ya no somos capaces de sostener la democracia como vida política para el bien común». El ministro Maduro también insistió en los tres grandes desafíos para la democracia de hoy: repensar los espacios democráticos, establecer verdaderos diálogos y pensar en soluciones que vayan más allá de nuestro presente inmediato.

Uno de los grandes temas afrontados por Benedicto XVI es el del pluralismo: «pluralismo que no puede convertirse en homogeneidad», subrayó el prof. Carozza. «El Papa emérito ofrece un fundamento para justificar un pluralismo verdadero: afirma la diversidad humana, completa. Muy frecuentemente se afirma que el pluralismo exige que cada uno deje a un lado su propia identidad. Esto no sería pluralismo». En este sentido M. Poiares afirmó que ante las paradojas que se generan en torno a la mayoría y a las decisiones de la misma en el espacio democrático «el derecho constitucional ha afirmado que la mayoría no es el aspecto genuino de la democracia, sino el de la dignidad del hombre, que ha de ser respetada y custodiada». La fuerza del discurso de Benedicto XVI en este punto se hace patente, no por apelar a la fuerza de la autoridad, sino por señalar la fuerza de la razón universal, una razón abierta, siempre en diálogo y siempre abierta a los otros.

¿Tiene la Iglesia algo que decir en el espacio público? ¿Tiene legitimidad para participar en el debate acerca del funcionamiento y fundamento jurídico del Estado? Las dudas que se ciernen sobre estos interrogantes fácilmente se convierten en una censura implícita o explícita a las palabras y presencia púbica de la Iglesia. Joseph Weiler identificó varios peligros a la hora de concebir de un modo reducido la relación entre el ámbito de la revelación y el estrictamente racional: «La persona religiosa debe entrar en la plaza pública con toda la plenitud de la vida religiosa; no debe imponer sus convicciones pero sí debe tener una voz. El cristianismo no sería tal si no hubiera una palabra vibrante del cristiano en el mundo. Entremos en la plaza pública con humildad, pero sin esconder lo que somos».

Razón y fe se ayudan y corrigen en los textos de Benedicto XVI, para el que la luz del amor propia de la fe puede iluminar los interrogantes de hoy sobre el hombre y su lugar en la sociedad y en la política. Andrea Simoncini, moderador del debate, cerró el encuentro con las siguientes palabras del Papa Francisco en su encíclica Lumen Fidei: «la luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo. Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres».

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