Parecía que la cosa no llegaría a puerto. No se daban las condiciones necesarias. Pero a Max no se le iba de la cabeza la idea de llevar la exposición sobre el cardenal John Henry Newman a Estocolmo. Él y su mujer vivían en Oxford en 2010, el año en que Benedicto XVI viajó a Inglaterra para la beatificación del cardenal. Luego, cuando al año siguiente Giuseppe Pezzini y la comunidad de Oxford prepararon una exposición sobre la figura de Newman para el Meeting 2011, ellos no pudieron participar en el trabajo. Les coincidió con su traslado a Estocolmo, por motivos del trabajo de Max. Fue un auténtico fastidio, porque sabían que trabajar en esos paneles y textos sería una experiencia fascinante y profunda.
Desde que se instalaron en Suecia, nunca perdieron el contacto con Beppe y los amigos ingleses. Los años pasados en Oxford hicieron que Max empezara a intuir que había otro modo de mirar la vida, la fe y también su pequeña comunidad sueca.
Luego llegó esa idea que parecía una locura: proponer “«Cor ad cor loquitur». La certeza de Newman, conciencia y realidad” en la capital escandinava. Max habló con sus amigos de la comunidad de CL en Estocolmo y con algunas familias que conocía de la parroquia. No eran muchos, pero comprendieron que era una ocasión para profundizar en el trabajo de la Escuela de comunidad. Además, por aquellas fechas llegó Andrea, de la universidad Bicocca de Milán, para hacer un doctorado.
Pero las dificultades organizativas no eran pocas: demasiado dinero, demasiadas energías, demasiada gente que “reclutar”. Por no hablar del idioma. «Sin embargo, mis amigos ingleses me habían convencido de que merecía la pena tomar en serio la propuesta, independientemente de hasta dónde pudiéramos llegar», cuenta Max. «Al oír eso me vino a la mente la preparación de la exposición “Con los ojos de los apóstoles” que preparó la comunidad de Irlanda, de la que había oído hablar en la Asamblea de responsables de agosto de 2012, y lo que dijo Carrón al respecto: uno da su sí, y luego Él manda sus signos para saber qué hacer. Sólo hay que estar atentos, reconocerlos y seguirlos. Sencillo, ¿no?».
Decir sí es esperar. Un día recibe una llamada de Beppe. Los paneles están traducidos al inglés e impresos en un formato que permite enviarlos. Ahora están en Estados Unidos, pero pronto estarán disponibles. He aquí el signo. Max habla con su párroco, un jesuita al que conoce desde hace años, cuando siendo un joven universitario viajó a Estocolmo para terminar el doctorado. Precisamente los jesuitas de la parroquia de Santa Eugenia gestionan también el Newman Institute, un colegio universitario de teología y filosofía en Upsala, cincuenta kilómetros al norte de Estocolmo. «Yo no estaba muy seguro de lo que le estaba proponiendo, pero él se mostró entusiasmado: mándame el material, habla con los de Upsala y vemos cuándo la podemos hacer, me dice».
Los signos seguían llegando: el sacerdote del Newman Institute con el que Max tiene que hablar ha tenido que viajar esos días a Sudamérica. En su lugar está Mikael, un seminarista que durante sus estudios en Upsala había conocido el movimiento por un chico eritreo, amigo de Max. «Todo indicaba que había que seguir adelante». En pocos meses llegan los voluntarios para guiar la exposición, en tres noches Beppe les explica vía skype desde Inglaterra en qué consiste el recorrido de los paneles y, sobre todo, por qué vale la pena dar así el tiempo libre. Una vez que todo está preparado, empieza.
Durante diez días, el atrio de Santa Eugenia es testigo de una exposición que se explica en inglés, en sueco y un par de veces en eritreo, con hombres y mujeres llenos de curiosidad ante un hecho que en Suecia no es nada usual: gente que quiere comunicar a otros la belleza que ha encontrado. «La comunidad católica de Estocolmo ha publicitado mucho la exposición, dando el aviso al término de todas las misas», prosigue Max. «Pezzini vino un fin de semana para estar en el acto de presentación y explicó que todo nació del viaje de Benedicto XVI a Inglaterra para beatificar a Newman. Había un centenar de personas, entre ellos el representante de la Iglesia anglicana en Suecia». Un sacerdote católico convertido del anglicanismo, con un camino de fe muy parecido al de Newman, al término de la visita guiada, pidió llevar la exposición a su parroquia de Londres. El Cardenal tenía razón:
«Alabado sea el Altísimo
en lo más hondo y más enorme;
alabado por Su palabra
admirable y por Sus acciones»
(El sueño de Geroncio).
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