El testamento político de Stéphane Hessel lleva como título “¡Comprometeos! Ya no basta con indignarse”. Un tanto extraño teniendo cuenta que se trata del inspirador del movimiento de los indignados y de los Occupy Wall Street, uno de los redactores de la Declaración universal de los derechos del hombre, fallecido el pasado mes de febrero y autor del famoso texto ¡Indignaos!, que se convirtió inmediatamente en el manifiesto de las protestas que recorrieron España y otros países hace dos años, y que vendió millones de libros.
Sin embargo al final parece que da un vuelco a lo que afirmaba al principio. El propio autor dijo que nunca habría imaginado que «un librito de treinta páginas pudiera llegar a tener tal repercusión y movilizar a tanta gente». Tal vez por eso le apremiara hacer una advertencia, añadir un matiz, casi una corrección: «Indignarse y manifestarse no es suficiente». Llegando a declararse alérgico a las revoluciones, afirmando que estas no llevan a ninguna parte, que es necesario actuar de otro modo. Llegando incluso a citar El poder de los sin poder, de Václav Havel, que se convirtió en el panfleto de los disidentes checos: «Cada uno de nosotros puede cambiar el mundo. Incluso si no tiene ningún poder, incluso si no tiene la menor importancia, cada uno de nosotros puede cambiar el mundo».
Una cita que puede parecer inocua, dentro del contexto. Se puede pensar fácilmente – como posiblemente pensara Hessel – que la frase de Havel coincide con el núcleo de su discurso. Podría parecer el horizonte ideal de todo lo que dice: el hecho de que «el cambio no puede venir por acciones violentas contra el orden constituido»; que el impulso debe ser canalizado, para dar fruto, mediante «un trabajo inteligente, a largo plazo, mediante la acción y la concertación», y otras afirmaciones. Pero bien mirado, lo que escribe Hessel está muy lejos de la experiencia de la que habla el dramaturgo que se convirtió en presidente de la República checa. El escritor francés toma como referencia a Havel, deteniéndose en la sugestión, en la resonancia de una idea que parece muy similar a la suya.
Hessel dice a los jóvenes: lo que cambiará el mundo no serán las protestas, seréis vosotros. Vuestra presencia. Ahí se juega la alternativa entre los dos “testamentos”. Hessel dice a cada uno: tú marcarás la diferencia. Pero en vez de ir al origen de esto, va a las consecuencias: hace falta tu compromiso personal, que entres en los partidos anquilosados para revitalizarlos, que muestres tu utilidad en la economía y en lo social. Hasta decir: «Nos salvaremos si creemos en un nuevo modelo de desarrollo, socialmente justo y respetuosos con el planeta». Entonces, es la política la que cambia el mundo. La sustitución de un sistema por otro.
Exactamente lo contrario de lo que dice Havel: «No se afirma, pues, que la introducción de un sistema mejor garantice automáticamente una vida mejor, sino que a veces sucede precisamente lo contrario; sólo con una vida mejor se puede construir también un sistema mejor». Si Hessel llega a decir que no basta con indignarse, Havel afirma que no basta con concebir e implantar un nuevo modelo. Para él, el verdadero cambio, real, profundo y estable, «no puede partir de la afirmación de esta o de aquella copia de un proyecto político, sino del hombre, de la existencia del hombre». De una vida vivida en la verdad. Y es ahí donde cada uno de nosotros marca la diferencia.
El frutero de Havel, que al quitar el letrero del escaparate pone en evidencia la mentira de todo lo que le rodea, transforma el mundo porque ese gesto ilumina todo lo demás. Havel es capaz de ser una provocación tan original en el presente por esta razón: no nos recuerda que debemos quitar el letrero, nos hace descubrir por qué quien lo quita tiene más poder que un régimen entero.
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