Con motivo de la publicación de su nuevo libro, el diálogo público con los directores de "Corriere", "Repubblica" y "Foglio". ¿El hilo conductor? El vínculo entre Iglesia y Estado. Y la certeza del autor: «La novedad que los cristianos portamos es compatible con todos».
«Si la libertad religiosa no se convierte en una libertad real, situada en el primer lugar de la escala de derechos fundamentales, dicha escala está destinada a derrumbarse». Así lo afirmó el arzobispo de Milán, Angelo Scola, que tras varios libros publicados sobre este tema ha decidido profundizar y ampliar una reflexión que comenzó el pasado 8 de diciembre con ocasión de la fiesta de san Ambrosio pero que muchos malinterpretaron. Ha nacido así un libro, Non dimentichiamoci di Dio (No nos olvidemos de Dios), que a partir del Edicto de Milán, que celebra este año su 1.700 aniversario, recorre el tortuoso camino que ha atravesado la libertad religiosa a lo largo de los siglos hasta llegar a nosotros, y lo hace abordando una cuestión crucial: la libertad de credos y culturas en la sociedad moderna plural.
El pasado martes 16 de abril, en un auditorio lleno de gente, se confrontaron sobre los temas propuestos por el arzobispo Francesco D’Agostino, jurista y editorialista de Avvenire, y Ferruccio De Bortoli, Giuliano Ferrara y Ezio Mauro, directores, respectivamente, de Corriere della Sera, Foglio y La Repubblica.
«No nos olvidemos de Dios. En este título hay un imperativo», señaló D’Agostino: «En el que se da la conciencia de que en todo el arco de la historia, no sólo occidental sino también universal, la memoria es fundamental». Hoy somos testigos en acto de un intento por parte del poder de animar a las personas a olvidarse de Dios y de su propia historia, hasta «relegar a lo divino a una dimensión netamente privada. En el discurso público, ya no está bien visto citar la propia pertenencia religiosa. La libertad para creer en lo que uno considera justo ha pasado a ser un hecho personal, apartado de lo social». Sin embargo, «poder comunicar la propia memoria, la propia historia, es el inicio de una relación verdadera y auténtica entre todos». Que puede ser un bien para la sociedad entera.
También De Bortoli considera que la libertad religiosa en el Estado moderno es algo temido y maltratado. «Se considera una amenaza a la convivencia pacífica por el hecho de que toda religión es rica en principios y reglas muy claros». Y añadió: «Los occidentales, con nuestra hipersensibilidad laica, estamos más abiertos a las demás religiones y menos al cristianismo, que es la raíz de la que ha nacido nuestra cultura». Esto indica el hecho de que un cierto tipo de laicidad produce una eliminación de la memoria y del contacto con el propio origen. «Podemos quitar un crucifijo de las aulas, pero no podemos decir que un muro vacío nos hace más libres y felices», subrayó De Bortoli. «El Estado debe ser laico, pero no un contenedor de intereses, y los valores de la laicidad deben estar siempre en diálogo con las personas, creyentes o no».
«El verdadero conflicto en Occidente no se da entre los que profesan distintos credos», apuntó Ferrara, citando directamente un pasaje del libro: «Sino entre el Estado secularizado y los portadores de una fe revelada, como pueden ser por ejemplo los cristianos». Y precisamente porque «la fe cristiana es provocadora», es decir, apela a la razón humana, la dialéctica entre Estado y fe siempre está viva. Dentro de un contexto laico, la libertad religiosa debe ser reconocida y preservada como un valor para todos, y como afirmó el arzobispo de Milán, no se puede impedir a nadie que busque su propia verdad, es más todos deben poder expresar libremente aquello en lo que creen en todos los ámbitos, privados o públicos. «Pero cuando esto no es posible», añadió Ferrara, «la Iglesia propone la objeción de conciencia, que no sólo tiene el objetivo de exonerar al sujeto de comportamientos que considera inaceptables, sino también de reclamar la atención de todos sobre cuestiones importantes de las que sin embargo no se habla en el debate público, como por ejemplo los temas de la vida y de la muerte».
Pero en opinión de Mauro, la objeción de conciencia puede convertirse en una «obligación de pertenencia», como en el caso Englaro, cuando el arzobispo de Udine invitó a todos los medios de la región a recurrir a la objeción para impedir que Eluana muriese. «Esto no me parece una actitud de libertad», señaló el director de La Repubblica, que se dejó interpelar por ciertas afirmaciones del libro sobre las que quiso llamar la atención de todos, en particular de Scola. «En democracia no existen verdades con V mayúscula, el Parlamento como institución, por ejemplo, no contempla el absoluto. Estoy de acuerdo en el hecho de que lo sagrado forma parte del hombre, pero todo esto se debe considerar teniendo en cuenta también a los que no tienen fe. ¿Acepta la Iglesia de hoy confrontarse con todos y quedar en minoría sobre ciertos valores?».
El cardenal Scola, presente en la platea entre el público, al final del debate recogió algunas de las provocaciones planteadas por los ponentes. «La verdad nos busca, y eso es lo que nos hace libres», dijo: «Con este libro, quería mostrar que el absoluto que los cristianos portamos es compatible con todos y verdaderamente fecundo también en las sociedades plurales europeas». Señaló además la importancia del tema de la escucha porque ante todo es necesario reconocer al otro como un interlocutor de pleno derecho para establecer un diálogo abierto y profundo. «Verdaderamente público, y por tanto auténticamente aconfesional», explicó Scola: «El único que apuesta por la libertad de los ciudadanos, creyentes y no creyentes, y que permite exponerse, es decir, expresar el significado de la propia experiencia según una lógica de recíproco, aunque laborioso, reconocimiento». Y concluyó: «En la sociedad civil es imposible construir un espacio de neutralidad absoluta, todos necesitamos dar un sentido a la realidad, de otro modo sería imposible vivir. Y es aquí donde el cristiano entra en juego. El testimonio no sólo es, como tantas veces subrayó Benedicto XVI, cosa del corazón o de la boca, sino también de la inteligencia. Debe ser pensado y sólo así, pensado e inteligentemente concebido, toca al otro. Es una tarea comprometida, pero fascinante».
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