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Tan verdadera hoy como hace cincuenta años

Beatrice Lepori
12/04/2013
Juan XXIII firma la encíclica <i>Pacem in terris</i>.
Juan XXIII firma la encíclica Pacem in terris.

La encíclica Pacem in terris. Un texto al que no le afecta el paso del tiempo, que hoy es tan verdadero como hace cincuenta años. Como se hizo patente en un encuentro celebrado el 4 de abril en la Universidad de Chicago, con motivo del 50 aniversario de esta intervención del papa Juan XXIII sobre la paz. Un acto organizado por el Departamento de Ciencias Sociales del Instituto Lumen Christi de la Universidad de Chicago y por el Centro para los Derechos Civiles y Humanos de la Notre Dame Law School. Entre los ponentes, Paolo Carozza, director del Centro de Notre Dame; monseñor Roland Minnerath, arzobispo de Dijon; Joseph Weiler, profesor de la Universidad de Nueva York; Russ Hittinger, miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales de la Universidad de Tulsa, en Oklahoma; y Mary Ann Glendon, de la Universidad de Harvard, ex embajadora de EEUU ante la Santa Sede.

El encuentro dio comienzo con una introducción de Carozza, que destacó el gran eco que tuvieron entonces las palabras del papa, y que aún tienen hoy gracias sobre todo al hecho de que se dirige «a todos los hombres de buena voluntad» y no sólo a los católicos: «¿Cómo podemos leer esta encíclica hoy?».
El primero en responder fue Minnerath, que se refirió inmediatamente a la importancia de este texto, empezando por el hecho de que une la riqueza del pasado y al mismo tiempo abre nuevos horizontes. Y no sólo por eso: su intento de dirigirse al hombre moderno resulta también una característica fundamental. Esta encíclica, dijo, «supone un intento de reconciliar el individualismo moderno», en el que estamos inmersos y que en aquel momento empezaba a erigirse en pie, «con la objetividad de la realidad, con el orden creado por Dios, inscrito en el ser humano». Según Minnerath, el hombre siempre ha tenido la tentación de crear un orden en la naturaleza prescindiendo de Dios. Etsi Deus non daretur, como si Dios no existiese. Si así fuera, la verdad ya no sería un objetivo que perseguir, y dejaría su lugar el consenso. Como decía Hobbes, «non veritas sed voluntas fecit legem»: la voluntad, no la verdad, hará la ley. Por eso el hombre se esfuerza por construir sistemas de civilización basados sólo en el consenso común. «El primer intento de superar este individualismo está en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948», continúa Minnerath. Esa es la primera vez que se reconoce la misma dignidad para todos los hombres. El Estado se convierte en un instrumento para el hombre y, en consecuencia, se niega la soberanía del Estado absoluto sobre los individuos.

Del mismo modo, la Iglesia no quedó indiferente a estas mutaciones seculares y trató de modernizarse. En 1963 la Pacem in terris se sitúa justo en el cauce de este proceso de actualización de la doctrina cristiana para dar respuesta a los problemas de su tiempo. Pero la paz de la que habla Juan XXIII, explica el arzobispo, no es sólo el cese de la guerra. Es más, pone el acento en el “orden” inscrito en el corazón del hombre. Y partir de ahí, de este dato antecedente, nacen los derechos humanos.
«La Pacem in terris parte de un punto objetivo para llegar a derechos subjetivos. Sólo así se puede mirar al individuo: a partir de ese orden».
Pero si por un lado lo que emerge entre líneas en la Pacem in terris es un nuevo lenguaje, por otro las palabras del papa no muestran ninguna discontinuidad con respecto a la tradición de la Iglesia, que siempre ha hablado de derechos en estos términos. «La ley está inscrita en la naturaleza humana. Nosotros tenemos derechos en la medida en que estos han sido creados por el Señor». Él ha dado al hombre «la responsabilidad de realizar ese orden», en una constante interacción entre la ley inmutable y su actuación en contextos y tiempos siempre distintos.

Joseph Weiler comenzó su intervención invitando al público a releer con atención las palabras de Juan XXIII. Esta, como las demás encíclicas, subraya Weiler, tiene dos características que se compenetran. Por una parte, es hija de su tiempo y por tanto refleja los problemas del periodo en que está escrita; por otra, podría haber sido escrita en cualquier época porque habla de y al hombre de todos los tiempos. Es verdad que refleja una de las grandes batallas de los años sesenta, la de los derechos humanos. Pero entonces, se pregunta Weiler, «¿por qué este texto se acogió como algo inesperado e innovador?». La respuesta está en algunas características peculiares de esta encíclica. Por ejemplo, que en ella encuentran el mismo espacio los derechos y los deberes, mientras que en todas las cartas de derechos humanos de la época nunca se hacía mención a los deberes. La referencia a los deberes y a la responsabilidad, según Weiler, se puede leer según una perspectiva política mundial que poco a poco estaba cambiando en aquellos años, sobre todo por lo que respecta a la presencia de una autoridad internacional para dirimir las disputas entre los Estados. Weiler terminó citando a Benedicto XVI y recordó el inmenso valor que el cristianismo da a la razón humana y la necesidad de que los cristianos entren en el debate público apelando a esa razón.

El profesor Russ Hittinger, abordó el tema a continuación mostrando la cercanía entre los contenidos de la encíclica de Juan XXIII y el pensamiento de san Agustín. Y no sólo eso. Pocos meses después de la Pacem in terries, se publicó la carta de Martin Luther King desde la cárcel de Birmingham, un texto que presenta numerosas analogías con el texto papal. Para Hittinger ambas apelan a la dignidad humana y a los derechos sin necesidad de demostrar su existencia. «Algo que hoy sería imposible».
La última intervención fue la de Mary Ann Glendon, que contó como los católicos norteamericanos recibieron la encíclica en 1963: «¡Fue un acontecimiento! Todos los católicos jóvenes de entonces quedamos impresionados». Por muchas razones: «Sobre todo dos. En primer lugar, el Papa hablaba a todos: “todos los hombres de buena voluntad”. Y luego, no podíamos creerlo, en aquel momento, que el Papa en 1963 interviniera de ese modo precisamente sobre las cuestiones relativas a los derechos humanos a las que nos estábamos dedicando justo en aquel periodo». En definitiva, fue algo sorprendente. Incluso dentro de la misma Iglesia. Sin duda, continuó Glendon, reiterando las preocupaciones expresadas ya por los otros ponentes, hablar de estos temas siempre presenta riesgos. «Sucedió, tanto en la Pacem in terris como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que con el tiempo muchas afirmaciones y elementos se han distorsionado, si no incluso negado».

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