La sala A3 se llena de gente, no hay sitio para todos. Muchos escuchan de pie o sentados en el suelo. Tat’jana Kasatkina, con su exposición sobre Dostoievski, ha tocado los corazones. Como señala Stefano Alberto, que presenta el encuentro, se trata de uno de los momentos más importantes de este Meeting 2012: un punto de inflexión, «porque ha venido una amiga de Rusia para abrirnos los ojos sobre Dostoievski y mucho más. A través de los ojos de un gran pecador, de un gran arrepentido y de un gran cristiano, se nos ha invitado a mirar cómo sólo Cristo es la consistencia profunda de la realidad».
La estudiosa rusa dio las gracias públicamente a Anna Kouznetsova, Uberto Motta, Alessandro Rovetta y Elena Mazzola, los profesores que le han ayudado a realizar este trabajo durante el último año y medio. Y con ellos, todos los chicos que la están explicando, bajo el título È Cristo che vive in te. Dostoevskij. L’immagine del mondo e dell’uomo: l’icona e il quadro (Es Cristo quien vive en ti. Dostoievski. La imagen del mundo y del hombre: los iconos y el cuadro).
Luego empieza a hablar de Dostoievski, sobre el que acaba de publicar el libro Il sacro nel profano (Lo sagrado en lo profano). Examina Los demonios y otras novelas, y muestra cómo todos los personajes encarnan el drama de la libertad. La grandeza de Dostoievski se representa con una doble imagen: en su obra siempre se ilumina la profundidda de la realidad, el vínculo entre lo temporal y lo atemporal, entre la apariencia de las cosas y su origen divino. Siempre hay un plano más profundo al que los personajes y las escenas remiten, es la relación entre el arquetipo y el prototipo, subraya Kasatkina. «En la Biblia, la Virgen y la zarza ardiente son prototipos del Arquetipo, arden pero no se consumen porque Dios se hace presente en ellos. Así se manifiesta en la criatura la presencia del Creador. Quien asiste a estas experiencias es conducido más allá del tiempo».
En las novelas de Dostoievski, el hombre siempre tiene el poder de hacer presente en el mundo a una Alteridad buena o malvada. Stavrogin en Los demonios, por ejemplo, se propone como sustituto de Cristo y de este modo se convierte en representante del diablo. A través de diversas imágenes, se presenta como el Anticristo, aquel que enmascara lo divino y se desvía de la verdad. Precisamente por esta correspondencia entre el arquetipo y los prototipos, afirma Kasatkina, el demonio necesita la colaboración del hombre para llevar el mal al mundo. Sólo el hombre es señor de lo creado y Dios no lo priva nunca de su libertad porque eso es lo que le hace parecido a Él.
Lo profano es exactamente el lugar que Dios ha reservado al hombre, y él puede decidir entre introducir el mal o, al contrario, hacerlo sagrado dejando espacio a la iniciativa divina. De este modo se crea la profundidad en la realidad, el hombre acepta el desafío del propio destino y el infinito deja de ser algo que no se puede tocar. El riesgo que corremos nosotros, concluye Kasatkina, es el de caer en la indiferencia respecto a esta profundidad. Como la joven Lisa de Los hermanos Karamazov, pensando en comer mermelada de piña ante la muerte de un niño inocente, del mismo modo el hombre contemporáneo cena tranquilamente ante los dramas que relatan los telediarios. La alternativa es sencilla, retoma Stefano Alberto: «Podemos recluirnos en nuestra propio espacio o aceptar el desafío de la profundidad. Y es ahí donde Tat’jana Kasatkina nos lleva de la mano, nos ayuda a ver la grandeza que está presente en la pequeñez, no sólo en Dostoievski sino en cada uno de nosotros».
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