Cada año, la ciudad de Alcalá de Henares se convierte en la capital de la literatura en lengua castellana. Como es bien sabido, el 23 de abril – día del fallecimiento de don Miguel de Cervantes –, Sus Majestades los Reyes de España hacen entrega del Premio Cervantes en el hermoso Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. En este mes de Cervantes, el Aula Cultural Civitas Dei, del Obispado de Alcalá de Henares, ha querido rendir un homenaje al autor de El Quijote. Con el título Don Quijote, caballero cristiano, el salón de actos del Palacio Arzobispal de Alcalá acogió un acto cultural en el que participaron Alfredo Floristán, profesor de Historia de la Universidad de Alcalá de Henares; Gabriel Lanzas, profesor de Historia del Colegio Internacional John Henry Newman; y Carmen Giussani, ensayista y directora de la revista Huellas. Se cumplía así un deseo largamente acariciado por el obispo de Alcalá, monseñor Juan Antonio Reig Pla, quien animó a los promotores del Aula a seguir dando a conocer la obra de Cervantes.
El título del encuentro – Don Quijote, caballero cristiano – era toda una declaración de intenciones. La obra más famosa de la literatura universal en lengua castellana es el fruto maduro de una honda tradición cristiana en la que el amor al ideal, el sano realismo y la mirada compasiva sobre la fragilidad humana nacen de la experiencia del amor y la misericordia del Dios revelado en Jesucristo.
Los asistentes pudieron disfrutar de la lectura de tres pasajes de El Quijote, declamados magistralmente por Luis Sanz, mientras el profesor Juan M. Nieto interpretaba con su vihuela diversas obras contemporáneas de don Miguel de Cervantes. A cada pasaje siguió el comentario de uno de los ponentes.
El profesor Alfredo Floristán, que escogió el famoso discurso de la edad de oro (I,XI), recordó el elemento de mesianismo que hay en El Quijote, caballero andante a lo divino. Habiéndose introducido en el mundo – salido bueno de las manos del Dios providente – la malicia y el engaño, el caballero cristiano tiene una vocación de la que no puede abdicar: remediar las injusticias consagrándose a defender la causa de los débiles. El ideal de los orígenes – la edad dorada pagana que remite al paraíso cristiano – debe ser recuperado. De este modo, con un dominio maravilloso del castellano, Cervantes – ni erasmista, ni ilustrado – transmite el ideal cristiano, mientras «enseña deleitando», como todo clásico.
El célebre pasaje de los consejos dados por Don Quijote a su escudero Sancho (II,42), para bien gobernar la ínsula Barataria, fue el texto escogido por Gabriel Lanzas en su comentario. Frente a la tentación de demonizar el poder, del que habría que huir para hallar la virtud – Epístola moral a Fabio –, o la búsqueda del poder por el poder, separando de manera dualista el cielo de la tierra, Cervantes propone en este pasaje, verdadera síntesis de filosofía política, el ejercicio del amor a la verdad en la acción de gobierno. Cuatro son los consejos dados a quien sin méritos propios se dispone a ejercer el arte de gobernar: reconocer que el poder procede de Dios y debe ser administrado con sabiduría, cuyo principio es el temor del Señor; el ejercicio de las virtudes de la humildad, la prudencia y la discreción; el amor a la verdad, del que nace la justicia, evitando el chantaje de los poderosos y la seducción de los mentirosos; y la misericordia, atributo principal de Dios que ha de reflejarse en quien quiere gobernar justamente. El premio de tal acción será el ciento por uno aquí, como prometió Jesús.
El último pasaje declamado recoge las palabras de Don Quijote antes del trágico duelo con el Caballero de la Blanca Luna (II,64del que sale derrotado y que marca el final de su loca aventura. Doña Carmen Giussani, que hace unos años dirigió una breve colección de comentarios publicada por Ediciones Encuentro, destacó la importancia de este discurso en el que se sintetiza la posición humana del caballero andante: la propia fragilidad y el fracaso, que se imponen constantemente en la condición humana, no pueden impedir que brille la fuerza y la belleza del ideal, simbolizado por la bella Dulcinea, de la que Don Quijote no reniega ni aun con riesgo de la propia vida.
Él, el más desdichado caballero, porque percibe con dramaticidad la desproporción entre la vida humana y el ideal, es como san Pedro, en quien el amor a Cristo supera la vergüenza y el dolor de la traición. Éste es el culmen de la moralidad: un corazón cautivado por Cristo, que muestra en nosotros su victoria, pues «no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad».
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