¿Qué sucede cada vez que uno acepta leer un texto de poesía o, en todo caso, una obra de arte, es decir, un texto en el cual las palabras no son puestas allí para definir o para comunicar de manera instrumental las cosas, o para convencerte de una opinión, o para llevarte de una parte, sino que son puestas allí para que tu vida misma hable? ¿Qué sucede todas las veces que uno acepta medirse con un texto, o también escucharlo, en el cual las palabras, como dijo Dante, son usadas para “intentar decir algo que no se sabe”?
Porque en la poesía, como en todo hablar auténtico, sucede que las palabras tienden hacia algo que todavía no se sabe del todo. (…) Hay un modo de hablar, que hemos aprendido de don Giussani, que no es un problema de estilo. Nos hemos reunidos muy a menudo para escuchar a un hombre que, cuando hablaba, de Jesucristo o de cualquier otra cosa, se veía que hablaba yendo hacia aquella cosa, no queriéndola explicar, no poseyéndola y usando las palabras como si fueran paquetitos que llevan dentro algo; es un modo de hablar cuyas palabras tienden a enfocar más lo que te interesa mucho, lo que te ha impactado, lo que te golpea. Ésta es una experiencia que hacemos todos del lenguaje poético, o por lo menos cuando nos enamoramos o cuando uno tiene hijos. Cuando uno tiene una presencia amada, difícilmente la llama a la manera de registro estadístico: Te amo "Rossi Luisa". Uno empieza a decir: “te amo, caballito mío", “te amo dromedario mío”, o lo que queráis, según vuestra creatividad… Uno con las palabras trata de enfocar lo que lo atrae en aquella presencia, el afecto que te suscita, lo que te impacta y te atrae. El arte nace así. ¿Entonces, qué sucede cuando aceptamos ponernos frente a un texto que tiene estas características? No es un artículo de periódico en el cual se te da una opinión o se te pide a lo sumo un consentimiento de este tipo, de opinión, ideológico, a lo máximo. Sino que se te pide otra cosa. ¿Qué sucede? ¿Qué debería suceder? ¿Qué puede suceder?
Ésta es una pequeña premisa de método que, disculpen, me permito hacer, para después leer algo de Leopardi. Un gran poeta de nuestro tiempo que se llama Joseph Brodsky, un exiliado ruso muerto hace algún tiempo, al recibir el Nobel de Literatura - cuando el Nobel todavía era una cosa bastante seria - ha dicho una frase: ¿la literatura, la poesía, para qué sirve finalmente? ¿Cuál es la contribución que la poesía y la literatura ofrecen al vivir cotidiano donde se cruzan tantos intereses, tantas cosas distintas? ¿Por qué es razonable, en todo caso, tener también el tiempo para leer, para hacer una experiencia como la que estamos haciendo ahora o por la que te hacen ir a la escuela, por qué tiene sentido, visto que no se gana nada, visto que nadie te da premios, normalmente, por hacerlo, visto que parece no servir para nada? ¿El arte, para qué sirve? Él usaba esta expresión: "Sirve para salvar el rostro no común". Lo decía uno que venía expulsado de los totalitarismos y por lo tanto también reconocía una función de salvación individual de la libertad que el arte siempre ha tenido. Hoy, estamos en otro tipo de totalitarismo, por ciertos aspectos. Un totalitarismo de otro cuño. Más allá de esto, ¿qué quiere decir "salvar el rostro no común"?. Quiere decir, si lo pensáis, que cuando uno lee, como haremos dentro de un momento, el poema El infinito de Leopardi, ¿qué acontece? Ocurre por un lado que te conmueves, te emocionas, eres movido por algo que pertenece a la vida del señor Leopardi, que ha tenido la urgencia, a un cierto punto, de escribir El Infinito. Por lo tanto, vas a tocar algo que es suyo, es precisamente de él y de nadie más: nadie más ha escrito El Infinito. No es que te conmuevas por la biografía del señor Leopardi, tan es así que él no te da a leer su biografía, no le interesa que tú sepas que fue hijo de Monaldo o que escribió muchas otras cosas. Dice: "mira este texto, mira esta poesía, toca aquello de no común que hay en mi vida, que no es sólo mi biografía, las noticias sobre mí, sino que es algo más profundo, que es más profundamente mío". Para leer una poesía, no hace falta ser expertos en la vida del autor, de otro modo el autor te habría dado a leer su biografía. Por tanto, por una parte tocas algo que no es común en él, algo suyo de no común, pero por otra ¿qué ocurre, en este teatro que es la lectura ante alguien que escucha? La lectura es como un teatro en el cual cada uno tiene que hacer su parte. El autor hace la suya, pero la lectura es el momento verdadero de la escena y debes entrar en escena también tú. La poesía no es aquella cosa que está escrita aquí en los libros, la poesía es aquella cosa que sucede cuando tú la lees. El arte, Miguel Ángel, no es esa realidad que está en el archivo de la historia del arte. Miguel Ángel es esa realidad que sucede cuando tú lo miras. Por lo tanto, en la escena, en el teatro de la lectura, está él, hay algo de no común que es suyo, y luego estás tú. Está el hecho que tú, cuando lees El Infinito de Leopardi, te conmueves por algo que es de tu vida, experimentas algo de lo que es tu vida, cobra relieve algo de tu existencia que no es común a ningún otro, te experimentas más a ti mismo. La experiencia del arte, cuando la hacemos, ¿por qué es bella, por qué nos gusta el arte? ¡En absoluto no porque seamos intelectuales, en absoluto no porque nos gusten los libros! Sino porque en el teatro de la lectura y en la experiencia del arte, experimentamos algo no común que, sin embargo, es mío; en fin, tienes una experiencia más verdadera de ti mismo. Por esto, la lectura de un autor como Leopardi necesita sólo de una cosa: no que seas experto en literatura, ni que seas experto en la vida del señor Leopardi, ni que seas experto en lengua italiana en general, porque eres licenciado en Literatura. Hace falta una sola cosa: que estés dispuesto a ponerte tú mismo dentro de este teatro, es decir, que tú estés disponible a una relación, como ocurre con los amigos. La única cosa que hace falta es que tú estés disponible. Porque, como dijo un gran crítico siciliano, la interpretación es como una amistad, la interpretación de un texto es como una amistad infinita. Así, como de un amigo o de tu mujer no dirías nunca: "A ti, te he entendido del todo, todo está claro", porque querría decir que la relación ha muerto y tú, de una relación así huyes, porque te en una relación así sientes morir, porque tú tienes algo secreto, ¡siempre, siempre! Así también en un texto no hay una interpretación que acaba diciendo: "¡beh, ahora hemos entendido todo!". Después de doscientos años, ¿quieres que no hayamos entendido a Leopardi? ¿Después de setecientos años, todavía estamos aquí a leer a Dante? Porque la interpretación es como una amistad infinita, en la cual se sigue buscando precisamente aquel secreto de la persona o de la obra. Hace falta sólo esto para leer. Por esto en nuestro movimiento no ha habido nunca una invitación a la lectura como actividad para alguno, para los intelectuales o para los clérigos, sino para todos. El arte es algo para lo cual no hace falta una preparación previa. Cuando yo oigo decir: "Pero yo no puedo escuchar a Mozart porque no soy experto en música clásica", es como uno que se quedase al margen de una relación posible, porque Mozart no quiere oyentes expertos de música clásica, te quiere a ti. Luego el experto verá cosas que tú, con la experiencia, podrás ver, como con la amistad. Si tú sabes que cierta chica viene de Saludecio, en lugar de venir del colegio de las Ursulinas de París, entenderás que entonces, cuando camina, camina de un cierto modo, no de otro, pero esto es un problema de experiencia, es decir verás más cosas, pero no es una condición previa.
El Infinito. Pensad que Leopardi creía que esta no era una gran poesía. Incluso no la quería incluir en la primera edición de sus obras. Porque él creía llegar a ser un poeta famoso por otros poemas, como "Sobre el monumento de Dante", "A Italia", por los cantos épicos, por los cantos civiles. Es tan cierto que viajó por toda Italia en las academias para leer aquellas poesías, porque él pensaba que aquella era su gran poesía y El Infinito lo consideraba poca cosa. El arte está hecho de estos afortunados equívocos. Como Van Gogh, que no ha vendido jamás un cuadro, nunca lo logró y ahora valen un montón de dinero. ¡Es una cosa libre, el arte, gracias a Dios!
Siempre cara me fue esta yerma colina
Y esto seto, lo que tanta parte
Del último horizonte ver me impide.
Sentado aquí, contemplo interminables
espacios detrás de ello, y sobrehumanos
silencios, y una calma profundísima
mi pensamiento finge; poco falta
para que el corazón se espante. Escucho
el viento susurrar entre las ramas,
y comparando voy a aquel silencio
infinito esta voz; y pienso entonces
en lo eterno, en las muertas estaciones
y en la presente, rumorosa. En esta inmensidad se anega el pensamiento,
y el naufragar en este mar me es dulce (2)
Hay una correspondencia que el hombre advierte, que Leopardi advierte, entre estos ilimitados silencios, este infinito. No sé si habéis estado alguna vez sobre la colina de Recanati. Tú miras el horizonte y dices: "Mah, ¡será el infinito! "; lo que ves son Las Marcas (3), no el infinito. Uno veía las Marcas desde allí hasta el mar, pero la correspondencia está entre esta infinitud a la cual el panorama reclama y algo que él tiene dentro. Y esto le hace pensar en lo eterno. El eterno no es una imaginación. Es algo de lo cual la realidad te habla, el panorama de Las Marcas te habla, te lo vuelve a la memoria, te lo recuerda, te recuerda algo de lo cual estás hecho por dentro. Y Leopardi dice " y el naufragar me es dulce en este mar”, no dice "entender", me es "dulce", no dice "saberlo", me es "dulce". Dice "naufragar", dice, un verbo que entre otras Dante también usa a menudo, "naufragar", para expresar una participación. A este infinito de algún modo me entrego: es una participación, no es una comprensión intelectual. Estoy hecho para naufragar allí dentro. En el pensamiento veo estas cosas, me las creo, del latín “las veo”. Soy hecho para naufragar en el infinito. Leopardi, ¿qué posibilidad tuvo en este canto, según lo que dice aquí, de probar a perpetuar este estado? Esto lo dice muy bien también Ungaretti, en su ensayo sobre Leopardi. El infinito es como si fuera un estado de sentimiento momentáneo, algo que te crees, atención, que ves en un determinado momento porque la realidad te lo reclama y parece que lo que puedes hacer es tratar de quedarte en este estado, de naufragar allí dentro, de algún modo terminar allí. Como uno que dice: "Es tan bello que quisiera que ahora terminara todo". Es una mentira, en cierto sentido. Es lo que uno querría, pero no ocurre. No logras permanecer en aquel estado, querrías naufragar allí dentro, pero después, luego, tu madre te llama detrás de ti y te dice: "Giacomo, la pasta está lista, ven a comer", luego suceden otras cosas, la vida va adelante. No se logra mantenerse en ese estado.
Hay una gran polémica - este sólo lo digo para los literatos, no quisiera dar una clase de literatura, hoy - una polémica muy interesante entre Eliot y Valery. Porque Valery decía que la poesía sirve para garantizar un cierto estado de ánimo, y esto lo piensan muchos, de hecho. Pensad en cierta moda que hay de las exhibiciones de arte, como si el arte te garantizara permanecer en un cierto estado, de sentimiento. En cambio Eliot decía: "No, el arte no está hecho para darte un cierto estado de bienestar sentimental, de sentirte en el infinito. El arte está hecho para expresar lo verdadero de la vida". Pero Leopardi, precisamente, toma este hecho: sería bello naufragar en el infinito, sería bello permanecer en este naufragio. Ungaretti, de hecho, dice: "La posibilidad que tiene Leopardi, es de perdurar sentimentalmente". Pero el infinito, este sentido del infinito, te aferra, te toma a un cierto punto y luego te deja. Este acordarse de ser hecho para lo eterno, lo sabemos todos, nos sucede y luego nos deja. Nos sucede frente a una bella mujer, frente a un panorama como aquel, frente a cualquier cosa puede ocurrir, nos toma por un instante, pero no logramos quedarnos allí. La Biblia dice que el hombre es un abismo hecho para el abismo, "abissus abissum invocat", "el abismo llama al abismo" y Leopardi dice esto: "Yo soy hecho, tengo dentro un abismo que llama al abismo, tengo un infinito que llama al infinito. Soy hecho para esto". Pero la sensación de participar, de participar allí, de poder naufragar en esto, de poder cumplir mi viaje - el naufragio es una palabra dramática, naufragar no es llegar, es como perderse dentro - es una ilusión de un instante, luego nos deja. "Abissus abissum invocat."
Leopardi, más adelante, escribe otra poesía sobre la que querría detenerme. La escribe muchos años después. Pero antes les leo la frase del Zibaldone que ha dado el título al encuentro, así entenderán por qué este "casi nada" es atraído por el infinito. Es una frase del '23, el mismo año en el cual Leopardi estaba escribiendo las Opúsculos morales, es decir la obra en que, de algún modo, calcifica, también en una forma filosófica precisa, su pensamiento negativo sobre la realidad. Pero, en el mismo año, en el Zibaldone, escribe esta frase: "Ninguna cosa principalmente demuestra la grandeza y la potencia del humano intelecto ni la altura y nobleza del hombre - por lo tanto, no sólo el intelecto sino su dignidad - que el poder del hombre de conocer y de comprender enteramente y sentir fuertemente su pequeñez, cuando él, considerando la pluralidad de los mundos se siente infinitesimal parte de un globo que es mínima parte y uno de los infinitos sistemas que componen el mundo – los astrofísicos que están hablando en estos días: son una pulga en el universo –. Cuando el hombre considera todo esto y en esta consideración se asombra de su pequeñez, sintiéndola profundamente y mirándola con atención completamente se confunde casi con él y casi se pierde a sí mismo en el pensamiento de la inmensidad de las cosas y se encuentra como extraviado en la vastedad incomprensible de la existencia. Entonces con este acto y con este pensamiento él da la mayor prueba posible de su nobleza". Difícilmente un escritor emplea las palabras al azar, "con este acto, con este pensamiento". Observando con detenimiento la pequeñez con este acto y con este pensamiento, demostramos nuestra nobleza, nuestra mayor nobleza. Otra frase, siempre del Zibaldone, dice que existe un sentido de lo bello, existe un sentido de lo verdadero. Lo verdadero es una cosa que tienes que escuchar y dice Leopardi: “De ello debes escuchar la persuasión". ¿Qué quiere decir esto, dicho en palabras más pobres? No existe lo verdadero objetivo y lo verdadero para mí, no existe la verdad objetiva y la verdad para mí. La verdad o es para ti o no existe, o escuchas de ella la persuasión, el sentido, o bien no puedes decir que es verdad. Por esto, el acto de sentirse pequeñez, de confundirse casi con la nada, no es por una verdad objetiva del intelecto sino por algo que te concierne, que sientes por ti.
El canto nocturno del pastor errante es un texto del '29, '30, unos pocos años después de El Infinito. Han sucedido mientras tanto muchas cosas, entre las cuales el hecho que Leopardi ha trabajado mucho sobre la poesía de Petrarca, también curando una edición. Petrarca es un gran poeta y es el primer gran poeta amargado de la literatura italiana. Mientras Dante es uno que se enamora de Beatriz y sigue este enamoramiento hasta llevarlo a la verdad de este hecho, Petrarca es uno que escribe cancioneros porque se amarga de un amor que le sucedió. Me he enamorado de Laura, habría sido mejor si no me hubiera sucedido. El cancionero es un gran canto amargado, tan verdadero es esto que inicia diciendo: el mundo es un engaño. Leopardi se forma con Petrarca, como casi toda la literatura italiana. Más con Petrarca que con Dante, y por lo tanto hay dentro una episteme, dirían los filósofos, dentro hay una filosofía del mundo que ve en el mundo, en la vida, un tipo de engaño, por el cual debes amargarte un poco. Incluso el estar enamorado de Laura, para Petrarca, es algo que habría sido mejor que no hubiera sucedido. Esto lo digo porque, en las raíces del pensamiento y el sentimiento de Leopardi, estas cosas han actuado, y no sólo en la forma de su poesía. Escribe petrarquescamente, hace canciones ampliando la canción petrarquesca. El canto nocturno de un pastor errante de Asia. En aquel entonces era como decir: canto nocturno del gitano más perdido del mundo. El pastor errante era una figura que se trataba en los ensayos del tiempo como una figura mítica. Era el pastor afgano, probablemente de estas nuevas regiones que en aquel entonces se habían descubierto, era el canto del último hombre descubierto, en suma. De Sanctis, que seguramente no fue un gran católico, dice que este pastor errante era como Abrahán. Yo diría de otra manera, pero es la misma línea: este canto es como si fuera un salmo de nuestra modernidad. Podríais leer el salmo 8 de la Biblia y este canto como dos cosas que se hablan:
¿Qué haces tú, luna en el cielo? Dí, ¿qué haces, Oh silenciosa luna?
Sales de noche, andas
viendo desiertos, y después te escondes.
¿No estás aún fatigada
de recorrer las sempiternas sendas?
¿Aún no sientes hastío ni cansancio
de mirar estos valles?
Se parece a tu vida
la vida del pastor.
Sale al alba y conduce
por el campo el ganado, contemplando
rebaños, prados, fuentes;
luego, exhausto, descansa por la noche,
y no espera otra cosa.
Es la idea que el hombre natural, el hombre perdido, afgano, o el hombre natural del cual hablaba la filosofía sensista del '700, el hombre no evolucionado, el hombre que se contenta con aquello que encuentra, no tiene deseos y por lo tanto no tiene complicaciones en la vida. Dice Leopardi: quizás tu vida, luna, es como aquella del pastor. Se levanta, trabaja, se acuesta y basta. “Y no espera otra cosa”.
Dime, luna, ¿qué espera
El pastor en su vida,
Y tú en la tuya? Dime, ¿a dónde tiende
este mi vagar breve
y tu curso inmortal?
Bellísima esta analogía: mi curso breve y tu gran curso. Los poetas, por lo menos, y Dante en esto es el más grande, eran gente que tenían esta conciencia de sí, al menos de vez en cuando, de no ser apenas como un puntito que va de calle Vittoria a calle Italia; no, sino que este pequeño movimiento coincidiese y correspondiese con todo el movimiento de los cielos. No eres solo tú que te mueves de tu casa a tu despacho, de tu casa a escuela, sino que es todo el mundo que se está moviendo contigo, estás dentro de un movimiento general.
Viejo canoso, enfermo
harapiento, descalzo,
con carga pesadísima en los hombros,
por montes y por valles,
por rocas, arenales y malezas,
al viento en la tormenta, cuando abrasa
el aire, y cuando hiela,
corre, corre anhelante,
vadea charcos, torrentes,
cae, se levanta, y más y más se afana,
sin tregua ni sosiego,
herido, ensangrentado, hasta que llega
allí donde el camino
y donde tanto afán término encuentran:
inmenso, hórrido abismo
donde al precipitarse todo olvida.
El viejecito lo copia precisamente de Petrarca. Es una imagen tomada de Petrarca y es una imagen de la vida del hombre que es nuestra vida. Pasamos la vida que está hecha de momentos varios, no está siempre caliente, no está siempre frio, no siempre va bien, no siempre va mal, es una vida varia, hay un poco de todo. Corremos, anhelamos, vadeamos arroyos, estanques, momentos cenagosos, caemos, resurgimos. ¿Todo este movimiento, a dónde llega? ¿En qué se vuelve? " Inmenso, hórrido abismo donde al precipitarse todo olvida”. El cero, el olvido, la peor cosa del mundo no es, por ejemplo, cuando se rompe una amistad, un amor. No es la ruptura, la cosa peor, es el olvido, es que él te olvide. El olvido, el abismo hórrido: todo parece volver allí, todo este fatigarse, correr, anhelar, todo parece derrumbarse. "Así virgínea luna, es la vida mortal", y uno dice: ha terminado, ha acabado la poesía, basta ya, ¿qué más quieres decir? Basta ya, ciérrala aquí. Y en cambio hay como un extraño movimiento, que es el movimiento del casi nada, que parece tender a la nada pero es casi, no es comprensible. En la nada el hombre es casi nada y este casi es como una frontera, un gancho que lo tiene de la otra parte. En efecto retoma…. Nace el hombre… es necesario retomar, hay como un movimiento…
Nace el hombre a duras penas
Y es peligro de muerte el nacimiento.
Prueba tormento y pena
Desde que abre los ojos, y sus padres
Comienzan a enseñarle
A consolarse por haber nacido.
Este no es verdadero. Leopardi no ha tenido hijos, por experiencia esto no puede decirlo. Tu hijo apenas nacido no lo consuelas, apenas nacido le dices buenos días, bienvenido. Ésta es una mentira.
Luego, cuando creciendo
va, uno y otro le sostiene, y por siempre
con actos y palabras
se afanan en cuidarle
y en consolarle de su humano estado:
que otro oficio más grato
no hay para un padre que cuidar sus hijos.
Mas ¿por qué dar a luz,
por qué mantener vivo
a quien por esto hay que prestar consuelo?
Si infortunio es la vida,
¿por qué, pues, dura tanto?
Pensad en cuantos hoy dicen: es mejor no hacer hijos porque vienen a un mundo feo. Y en efecto baja la natalidad. No por quien sabe cuál motivo extraño, baja porque la gente piensa que el mundo es feo, que no hay nada de bello en la vida y entonces ¿por qué tengo que hacer hijos, para consolarlos?
Tal, intocada luna,
es el mortal estado.
Mas tú mortal no eres
y tal vez lo que digo no comprendas.
Tú, solitaria, eterna peregrina,
tan pensativa, acaso sepas lo que es
este vivir terreno,
este nuestro penar, esta agonía;
lo que es este morir, esta suprema
palidez del semblante,
y faltar de la tierra, y alejarse
de toda usual y amante compañía.
Ciertamente, comprendes
el porqué de las cosas, ves el fruto
del día y de la noche,
del callado, infinito andar del tiempo.
¡Escuchad qué insistencia! Quiere decir que la razón no se conforma con aquel cierre de antes. "Tú sabes, sin duda". Esta repetición es una insistencia que crece, "Tú sabes sin duda". ¡Mirad qué bello!: "a qué dulces amores / ríe la primavera”. ¡Bellísimo! Yo no lo sé, pero tú lo sabes a cuáles amores ríe la primavera que hace florecer los árboles. A qué cosa ríe la naturaleza, yo no lo sé, pero tú lo sabes quizás, sabes para qué sirve el estío, qué procura el invierno con sus hielos.
Tu lo sabes sin duda a qué dulces amores
ríe la primavera,
a qué ayuda el estío, y qué procura
con sus hielos el invierno.
Mil cosas sabes tú, miles descubres,
Que son escondidas al sencillo pastor.
Frecuentemente cuando yo te miro
Tan muda estar en el desierto llano
Que en su lejanía confina con el cielo,
O bien con mi rebaño
Seguirme en mi camino lentamente;
Y cuando miro en el cielo arder las estrellas,
Pensativo me digo:
“Para qué tantas luces?
¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda
Infinita serenidad? ¿Qué significa esta
Inmensa soledad? ¿Y yo, qué soy?”
Se me ha venido a la mente que una vez, yendo a la montaña con mi hijo más grande que entonces tenía pocos años, tres, me hace a un cierto punto la pregunta que hacen todos los niños: "Papá, ¿qué son aquellas?. "Bartolomeo, son las montañas". "¿Qué hacen las montañas?”. "Las montañas hacen de montañas". ¿Qué hace la montaña?, pregunta el niño, es decir la razón todavía abierta, curiosa por la vida. "¿Qué hace el aire sin fin"?, pregunta el poeta que vuelve a dar crédito a la experiencia, a la realidad, "¿Qué hace el aire sin fin, esa profunda / infinita serenidad? ¿Qué significa esta / inmensa soledad? ¿Y yo, qué soy?” "¿Qué soy yo?" no es una pregunta de identidad psicológica. Yo qué soy, de qué estoy hecho: la pregunta del hombre no es ante todo científica. Me perdonen los amigos científicos, pero, como decía Rimbaud, la ciencia es demasiado lenta para mí. La primera pregunta no es qué cosa es, no aspira a descomponer la cosa con el análisis, la primera pregunta es: ¿qué hace, qué objetivo tiene, qué movimiento hay en esta cosa, para qué sirve? ¿Adónde va?
El niño no pregunta qué es la montaña, en el sentido analítico de la ciencia. Pregunta qué hace, cuál es la acción de esta cosa, cuál es el objetivo de esta cosa. ¿Y yo que soy? ¿Cuál es el objetivo de mi ser, el movimiento de mi ser? No de qué estoy hecho, cuál es mi psique, cuál es mi carácter, sino: ¿qué me hace?
Conmigo a si razono: de ese espacio
Soberbio e ilimitado,
Y de esa familia innumerable;
Después de tanto obrar, del movimiento
De las celestes y terrenas cosas,
Girando sin reposo
Para volver allá donde nacieron;
La utilidad, el fruto
Adivinar no sé. Mas, ciertamente,
¡oh doncella inmortal! Tú sí lo sabes.
Yo sólo sé y comprendo
Que en los eternos giros
Y que en mi ser tan frágil,
Algún provecho o goce
Otro hallará; mi vida sólo es tan mal.
Éste es un punto adonde muchos poetas llegan. También Montale llega allí. Como decir, yo no sé para qué sirve todo esto, para mí la vida es mal, pero quizás algún otro pueda saberlo. Es tan irreductible el deseo de infinito de la razón, de entender y de comprender la naturaleza de las cosas, el infinito que me llama en las cosas, que uno llega a sostener que quizás yo no, no puedo llegar allí, pero alguien más sí.
Rebaño mío que feliz reposas,
Ignorando, imagino, tu miseria,
¡Cuánta envidia te tengo!
No sólo porque de ansias
casi libre te encuentras
y todo sufrimiento, todo daño,
todo extremo temor olvidas pronto
sino porque jamás sientes el tedio.
He aquí al gran protagonista, el tedio. Es el gran protagonista de la vida moderna y dice el poeta: quizás la grey, según la filosofía del tiempo, la grey, el animal no siente el tedio. No es verdad que el hombre es como la grey, decía al principio, hay un desarrollo en esta poesía. No es verdad que el hombre no siente este deseo de infinito, el hombre lo siente. El hecho que este deseo quede incompleto es la causa de su tedio, del hecho que la vida puede convertirse en aburrimiento. Decía el otro día Giancarlo Cesana: si no hay respuesta, comienzas a sentir la ausencia como una presencia mala. Si la vida no te corresponde, empiezas a sentirla mala, es decir aburrida, te da tedio, como luego dirán los grandes poetas Baudelaire, Eliot. El mundo no acabará en un estallido sino en un lamento, en un aburrimiento. Nosotros tenemos el sentido del fin en nuestra vida, no cuando recibimos el golpe, la tragedia, sino cuando llega el aburrimiento, cuando llega el tedio.
A la sombra descansas en la yerba,
sosegado y alegre,
y gran parte del año
transcurres sin enojo en tal estado.
Yo a la sombra, me siento sobre el césped
y el hastío me embarga
la mente, igual que un aguijón agudo,
y más lejano estoy ahora que nunca
de encontrar el sosiego.
Pero ya nada ansío
ni motivo de llanto hasta aquí tuve.
Por qué gozas y cuánto
decir no sé; mas sé que eres dichoso.
Yo poco goce siento,
mas no me quejo de esto solamente.
si hablar supiese, yo preguntaría:
“Dime, ¿por qué yaciendo
ocioso y sin cuidado
todo animal descansa,
y a mí me asalta el tedio sin reposo?”
Tal vez si alas tuviese
para ir hasta las nubes
y contar una a una las estrellas,
o como el trueno errar de cumbre en cumbre,
sería más feliz, dulce rebaño,
sería más feliz cándida luna.
O tal vez desvaría
mi mente cuando piensa en otra suerte:
Tal vez en toda forma
en todo estado, ya en cubil o cuna,
es funesto a quien nace el nacimiento.
También yo me siento sobre la hierba, a la sombra, hago como tú, pero un fastidio me obstruye la mente. Al principio habíamos visto al poeta que, sentándose y contemplando, observaba el infinito. Aquí, sentado, ya no tiene paz. Sin embargo no tiene de qué lamentarse, también si la vida no le va bien. No tendría de qué lamentarme - dice - pero hay algo que me punza. Mucho de la ciencia de nuestro tiempo y de la filosofía de nuestro tiempo llega, como aquí hace Leopardi, a envidiar los animales, a decir: el ideal del hombre es ser como un animal. Y aquí surge la utopía. Como no estoy contento como un animal, quizás entonces mi nobleza no está en el sentir la pequeñez que está en la pregunta. Quizás mi nobleza, mi dignidad es volar sobre las nubes. Quizás, si pudiera desarrollar una naturaleza que no fuese más yo, (Ícaro, el Apolo 12), si pudiera tener yo las alas y contar las estrellas una a una, y como el trueno errar de cumbre en cumbre, tomar el avión en Malpensa y llegar a Nueva York en pocas horas, sería más feliz. Si desarrollara así aptitudes, quizás más feliz sería, dulce grey mía, más feliz sería, cándida luna. Pero Leopardi sólo dedica tres versos a esta utopía. El hombre pensativo sabe que no se mantiene. La ideología del hombre sobre sí mismo aguanta poco, cuatro versos, no más.
Tal vez en toda forma
En todo estado, ya en cubil o cuna,
Es funesto a quien nace el nacimiento
Torna la opción negativa, torna la opción negativa que Leopardi hace: negar este resurgir continuo de la pregunta. La poesía es paradójica, repite cuanto ya ha dicho en las primeras líneas: ¿qué necesidad hay de repetirlo tanto? Don Giussani cuenta que leía a Leopardi y se lo repetía de memoria cuando volvía de comulgar en el seminario, quizás porque no soportaba ciertas jaculatorias un poco untuosas del seminario. Siempre me he preguntado sobre este hecho, tan es verdad que la poesía que leemos ahora, y con la cual terminamos, es como un gran comentario al evangelio de Juan. Pero me impactaba este hecho que él contaba de si mismo: ¿qué quiere decir que él, después de comulgar, se recitase a Leopardi? No es siquiera una invención genial de una mentalidad laica, no clerical como era la de Giussani, se refiere a otra cuestión, se refiere a que él, tocando la cosa más cierta, más querida que tenía, la Eucaristía, la sometía a la verificación del drama de Leopardi. La certeza no crece porque la reafirmas de manera mecánica o la repites y te convences de ella, sino que la repetición de la certeza está en su verificación. Que Jesucristo sea el significado del mundo, por lo cual participar en Él me salva, tiene que poder mantenerme firme frente a esta poesía de Leopardi, tiene que poder verificarse a sí misma frente a esta cosa. Ésta es una invitación extraordinaria a no tener miedo de nada, a no tener nunca miedo de verificar. Decía Giancarlo que Don Giussani, a diferencia de otros, no ha tenido jamás miedo de los deseos, no ha tenido jamás miedo que la vida verificase la certeza.
A su mujer. También ésta es una poesía del '23, por lo tanto de los años en los cuales Leopardi definía su filosofía negativa. Insisto sobre las fechas, no por pedantería filológica, sino porque lo que allí consigna Leopardi es una especie de contradicción, es un drama abierto, es el casi nada, precisamente. Nosotros no tenemos el problema de cristianizar a Leopardi, tenemos el problema de ser cristianos leyendo a Leopardi y que esta lectura haga justicia a Leopardi, comprenda a Leopardi más que otros. ¿Se entiende la diferencia? Nosotros no tenemos la preocupación de poner el sombrero a Leopardi, a Mozart para decir: "Es de los nuestros". No nos importa nada, es un problema de Leopardi, del buen Dios…. no tenemos el problema de poner la etiqueta, como hacen los intelectuales, nosotros tenemos el problema de ser verdaderos al leer aquí una cosa y esta cosa aqui, como decía al inicio, el teatro que describía al principio, hace más verdadera la lectura, más verdadera que el problema de poner la etiqueta. Por esto, el hecho de hacer notar la coincidencia entre el estructurar un pensamiento negativo y la urgencia de estas preguntas, dice, en mi opinión, algo más verdadero de Leopardi que no leer a Leopardi como opción negativa. Está la opción negativa pero lo más profundo de Leopardi, lo más verdadero de Leopardi, es este continuo drama que resurge continuamente, es esta pregunta que él continuamente vuelve a consignar, a la cual él da una respuesta. No es que no haya una respuesta por parte suya, sin duda la da; pero aquello que me consigna es la pregunta incluso más que la respuesta, es la urgencia de la pregunta. Ésta es una poesía antiplatónica, es una poesía que, y es verdad, no acepta que la verdad es de ideas, es de otro mundo. No puedes hacer el amor con una mujer mirando por el telescopio, con la verdad, con la belleza. "Cara beldad": debes tener una relación por la cual poder decir "Cara", debes poder decir amado a lo bello, a lo verdadero, basta con saber quien está más allá.
Cara beldad que lejos
amor me inspiras o escondiendo el rostro,
a no ser que aparezcas,
sombra divina, en sueños,
o en el campo en que brille
bello el día o la risa de natura,
¿embelleciste acaso
el inocente siglo que áureo llaman,
o leve, entre la gente
vuela tu alma, o bien la suerte avara
te oculta a nuestros ojos, no al futuro?
De contemplarte viva
ya esperanza no tengo,
a no ser que desnudo y solitario,
por nueva vía, en peregrina estancia
mi espíritu te vea. Ya al comienzo
de mi jornada incierta y tenebrosa
te imaginé viajera en este suelo
desierto. Mas no hay nada en este mundo
que se asemeje a ti, y si acaso alguna
te igualase en los actos, las palabras
y en el rostro, sería menos bella.
Entre tantos dolores
como a la vida humana marca el hado,
si existieras igual que yo te pienso
y alguien te amase, para él sería
la vida más dichosa;
y veo claramente que, lo mismo
que en mi edad juvenil, virtud y gloria
me haría ansiar tu amor. Ahora el cielo
no da ningún consuelo a nuestras ansias,
mas la vida mortal sería a tu lado
igual a la de aquel que en gloria vive.
En los valles, que oyen
del laborioso agricultor el canto,
sentado me lamento
del juvenil error que me abandona,
y en las colinas, en que evoco y lloro
los perdidos deseos, la esperanza
perdida de mi vida, en ti pensando
a palpitar comienzo. ¡Si pudiera
en el tétrico siglo, en este ambiente
nefando, conservar tu imagen pura!
Con ella sola me contentaría.
Si una de las ideas
eternas eres tú, a la que de formas
sensibles no vistió el saber eterno
ni en caducos despojos
prueba las ansias de funérea vida,
o si otra tierra, en los supremos giros,
entre mundos innúmeros, te acoge,
y más bella que el sol próxima estrella
te alumbra, y más benigno éter aspiras,
de aquí, donde es la vida infausta y breve,
De ignoto amante este himno recibe.
Leopardi es uno que está siempre sentado. Éste ha sido el problema de Leopardi, estaba sentado, siempre estaba allí a sentarse, no le ha sucedido algo que lo haya invitado a participar plenamente en la vida. Yo me he encargado de una antología de escritos sobre los amores de Leopardi y produce ternura, en el sentido verdadero de la palabra, en el sentido profundo de la palabra, ver a este chico que se enamora de la prima, prima segunda, que viene a jugar a las cartas, tanta era el hambre de alguna cosa que lo invitara a la vida.
Sentado me lamento
Del juvenil error que me abandona,
y en las colinas, en que evoco y lloro
los perdidos deseos, la esperanza
perdida de mi vida, en ti pensando
a palpitar comienzo. ¡Si pudiera
en el tétrico siglo, en este ambiente
nefando, conservar tu imagen pura!
con ella sola me contentaría.
Escuchad a qué urgencia llega. Aunque no estés allí, permíteme al menos imaginarte; que no se vaya, en este siglo tétrico y duro y oscuro, el verte, el imaginarte al menos. ¡Qué pregunta, que cumbre de preguntas, para nada cerrazón negativa! Aunque tú no estés aquí, que al menos yo te pueda imaginar.
Si una de las ideas
eternas eres tú, a la que de formas
sensibles no vistió el saber eterno
ni en caducos despojos
prueba las ansias de funérea vida,
o si otra tierra, en los supremos giros,
entre mundos innúmeros, te acoge,
y más bella que el sol próxima estrella
te alumbra, y más benigno éter aspiras,
de aquí, donde es la vida infausta y breve,
de ignoto amante este himno recibe.
Si tú quedas desconocida, también yo quedo desconocido. ¿Qué hay peor que permanecer como un desconocido amante? Todo el pensamiento de Leopardi, y desafío a quien quiera a leer el Zibaldone dos veces, como he hecho yo, o la obra. Quién lee la obra de Leopardi entiende que el foco de la obra de Leopardi era cómo hacer para amarse a sí mismo, cómo tener amor propio, cómo poder sentir de algún modo la propia dignidad. Permanecer amante ignoto es como tensión la cosa suprema y la humillación más grande, es la cosa más digna de un hombre, porque si amas, continuas a amar también si permaneces desconocido, desearías también si no sabes dónde está, también si no sabes dónde encontrarla en este momento. La más gran dignidad, pero también la más gran pena, es ser casi nada, es confundirse casi con la nada. Amarse a sí mismos es posible, cuando alguien aparece en el horizonte de tu vida y te dice ‘tú’, y cuando tú, a este tú, puedes comenzar a responder, porque la cosa bella de la vida es poder ser el amante de alguien.
Notas
1 El poema original dice: ”D’improvviso è alto sulle macerie il límpido stupore dell’immensità E l’uomo curvato sull’acqua sorpresa dal sole si rinviene un’ombra Cullata e piano franta” (Poema Vanità. Vallone 19 de agosto de 1917). Fuente: http://books.google.com/books?id=efGiSCBXbPIC&lpg=PA120&ots=9QBIpVIKeQ&dq=ungaretti%20ombra%20cullata&hl=es&pg=PA120#v=onepage&q&f=false
2 Leopardi, Giacomo. Cantos, Bogotá: Editorial Oveja Negra, 1984, p.47.
3 Marche (Marcas) es una región del Centro de Italia, situada desde los Apeninos de Umbría hasta el mar Adriático. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Marcas
(Intervención en el Meeting de Rimini de 2006)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón