Hay que ser bastante ciego, estar invadido por unos paradigmas, programas y mensajes muy llenos de prejuicios, vivir metido en una muy pobre y triste modernidad, para no ser conscientes de lo que está sucediendo y se nos está imponiendo. Hablábamos de la “dictadura del relativismo”, y seguimos tal y como se expone en un capítulo del libro Luz del mundo, de Joseph Ratzinger.
Esta “tolerancia negativa” se pone de manifiesto, por ejemplo, en que no debe haber cruz alguna en los edificios públicos. Lo que muchos experimentamos con eso es la supresión de la tolerancia, pues se pretende impedir que manifestemos de forma visible la representación más clara de perdón, de entrega por amor, de sentido de la redención humana. O, también, pretender que se modifique la postura de la Iglesia católica sobre lo que es el sacramento del matrimonio o la ordenación de mujeres. ¿Por qué se pretende impedir que la Iglesia viva su propia identidad y, en lugar de ello, se hace de una “religión negativa” un parámetro único al que todo el mundo se tiene que adherir?
Y esto de defiende como una forma de libertad por el solo hecho de “liberarnos” de lo que ha regido hasta el presente. Es lo que describe la novela Un mundo feliz, de Huxley, una forma de dictadura con apariencia de democracia, un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos “tendrían el amor de su servilismo”. Esta “tolerancia negativa” impone que se ame lo nuevo aunque sea antinatural, contradictorio o sin sentido. Esta “nueva tolerancia” suprime la familia, la religión, la filosofía, la belleza, la verdad, la diversidad cultural, la ciencia. A nadie se le obliga a ser cristiano, pero nadie debe ser obligado a vivir “la nueva religión” como la única determinante y obligatoria para todos.
He vivido, en este sentido, algo impresionante: un hombre – no sé nada de sus creencias – ha sentido la compañía de Jesús en la cruz durante todo el tiempo en que ha estado en el Hospital de parapléjicos de Toledo. En sus días y sus noches, Él estaba allí. “Marcelino. Pan y vino” en un hombre con todos los problemas y dificultades de la vida. Eso sí, con una relación maravillosa con su mujer, no había mas que ver sus miradas de complicidad. No sé por qué, en la pared contigua a su cama había un crucifijo. Ha necesitado seguir viéndole siempre y ha pedido llevárselo, precisamente ése. Su mujer se lo va a poner en su habitación y, de la misma manera, su mirada se va a seguir encontrando con Alguien que siempre está con el que sufre. Ha sido conmovedor. Cuando me fui a despedir de él, la verdad que en ese momento no me acordaba, mirando la pared me dijo: ya no está. Me lo ha guardado Justi.
En la misa previa al cónclave en el que había de ser elegido nuevo Papa, el entonces Cardenal Ratzinger denunciaba con fuerza los vientos de relativismo que azotan nuestra sociedad occidental en las últimas décadas. El relativismo se ha convertido en una actitud de moda mientras que tener una fe clara según el credo de la Iglesia católica es despachado como fundamentalismo. El Papa, en aquella homilía, acababa diciendo: se va constituyendo una “dictadura del relativismo” que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última al propio yo y sus apetencias. Javier Nubiola, profesor de Filosofía de la Universidad de Navarra, explica de manera magistral lo que significa esa aparente contradicción, criticada por algunos, de “dictadura del relativismo” de la que venimos hablando. Dictadura y relativismo se oponen. Es una figura literaria llamada oxímoron, consiste en armonizar dos conceptos opuestos en una sola expresión formando así un tercer concepto con un contraste difícilmente alcanzable: silencio atronador, luminosa oscuridad, graciosa torpeza. En este caso: dictadura del relativismo, lo que estamos viviendo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón