Habría sido un lugar histórico también para el mismo Dante, estas preciosas iglesias prerrománicas que una tarde de este mes de diciembre se han vuelto escenario de un encuentro tan inusual cuanto provocador. ¿Encuentro entre quién? Aquí tenéis los protagonistas. Primero, el mismo lugar donde se ha celebrado el acto: el complejo de iglesias de Sant Pere, Santa María y Sant Miguel en Terrassa, sede del antiguo obispado de Égara entre los siglos V y VIII, cuyo párroco, Toni, nos brinda la posibilidad de gozar de este rincón de arte e historia. Luego, la amistad entre Nuria y el poeta italiano Davide Rondoni. Una amistad de esas que son capaces de mover y construir. De allí, la propuesta de realizar la lectura de algunas páginas de la Divina Commedia. Protagonistas del acto son el mismo Dante y su Commedia que, gracias a la guía de Davide, vuelve a manifestar ante nuestros ojos su eterna actualidad. Por último, el “público”, los que asistimos al acto y que ya no somos meros espectadores sino enteramente participes de lo que aquí acontece.
Esta tarde leemos el Canto XXXIII del “Paraíso”, que empieza con la oración de San Bernardo a la Virgen, justo antes de llegar a la meta de su viaje, donde se cumple la razón de todo el camino: ver a Dios. De hecho, el motor que empuja a Dante a recorrer los tres reinos, del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, o sea todo lo que existe en este y en el otro mundo, es una pregunta tan profunda como exigente: ¿quién eres tú, Dios mío, que me diste a Beatriz y luego me la quitaste? ¿Qué tienes en los ojos, qué quieres de mí? ¿Qué hay al fondo de esta misteriosa realidad, de qué está hecha su profundidad? Por el carácter de esta pregunta, ninguna respuesta sería satisfactoria si no atravesara toda la realidad, hecha de sucesos históricos, personas conocidas, errores, conquistas, de grandes hombres, grandes equivocaciones y grandes decisiones, pero también hecha de la “banalidad” de lo cotidiano, tan normal como una chica común, como muchas hubo antes y muchas habrá después, sin nada extraordinario, pero elegida por Dios para conducir Dante hacia sí. Mejor dicho, para que Dante recorra todo su camino humano hasta llegar a su realización y destino, es decir, a Dios. Y ya vemos que no hay compañía más digna de esta calificación, que la que se realiza en Beatriz, cuya ultima aparición en la Divina Comedia es la imagen de una chica, entre mucha otra gente, los bienaventurados, con las manos juntas como para decir: “Amén”, así sea, que tu vida sea, que tú pueda recorrer tu camino hasta tu destino. No existe amor verdadero que no sea últimamente un “así sea” dicho en este sentido: el deseo que se lleve a cabo la verdad de lo que tú eres. Un amor virginal, el amor en su pureza esencial. Gracias a eso, Dante llega a conocer la realidad entera, hasta su Creador, y nos arrastra también a nosotros a mirar a los ojos a Dios. Con una advertencia: sólo puedes llegar aquí llevando contigo toda tu vida, los acontecimientos, los encuentros, las heridas, todo lo que te ha llevado a ser lo que eres, sin olvidar ni censurar nada. Por eso la narración de este viaje tiene el poder de cautivarnos y nos sentimos empujados a tomar en serio esta pregunta y esta propuesta de camino. La pregunta terrible y total que todos llevamos grabada en el corazón (y que toma formas diferentes según la historia, la educación, la sensibilidad y la libertad de cada uno), exige una respuesta que acoja en sí todo, exige que nada se pierda de todo lo que hemos vivido y que de alguna manera, aunque sea parcial, haya sido un indicio del sentido último: exige nada menos que la encarnación del significado de toda la realidad. ¿Pero cómo puede ser que esta realidad tan imperfecta, tan cargada de dolor, tan frágil y efímera, sea el lugar de la encarnación del sentido de todo? La experiencia de Dante es que este misterio, por paradójico que parezca, es una realidad: el sentido de todo ha tomado carne y ha llegado a ser parte experimentable de nuestra vida, a veces de una manera tan común y accesible, que por eso mismo llegamos a despreciarla. Sólo un amor verdadero (el amor de una Beatriz, “aquella que conduce a la beatitud”) nos vuelve capaces de esa inteligencia que reconoce las cosas por lo que son, el signo por su significado, y nos impulsa a recorrer nuestro viaje hasta el final: la beatitud, o sea, mirar en los ojos a Dios, participar de su mirada.
Esta tarde, en Terrassa, no hemos escuchado únicamente palabras, hemos recibido el don de tocar con mano una belleza que nos ha hecho capaces de ver mejor, de darnos cuentas de cosas que siempre tenemos delante de nuestros ojos, pero que no siempre somos capaces de ver. Ojalá la provocación de esta Belleza no nos deje tranquilos jamás.
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