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«La maravilla cierta del vivir»

Juan Miguel Prim
05/12/2011 - La poesía de ELOY SÁNCHEZ ROSILLO

El Génesis nos dice que la creación, tal como nace de la mano de su Hacedor, es buena. El pecado llega después, trayendo consigo el dolor, el mal y la muerte. Y Ortega nos recuerda que «la mirada del poeta vuelve a poner todo en alborada, en 'status nascens', en actitud matinal, emergiendo del primer sueño a la primera luz». Así el hombre se hace eco de la mirada que Dios tiene sobre la realidad


«Y vio Dios que todo era bueno» (Gn 1,31). Esta afirmación que corona, como un sello precioso, la narración bíblica de las obras realizadas por Dios en cada uno de los días de la primera semana del mundo, ¿es verdadera?, ¿describe la realidad “real”, la que vemos, gozamos y sufrimos cada jornada cuando saliendo de las brumas del sueño abrimos de nuevo los ojos a un mundo que no hemos hecho nosotros, que está ahí con toda su fascinación, pero que a menudo sentimos hostil? «La realidad es positiva». Otra afirmación que, sostenida tenazmente por quien más aprecia y desafía nuestra vida, nos obliga a un trabajo ante todo sobre nosotros mismos y sobre nuestra experiencia cotidiana.

Una de mis mayores satisfacciones, en momentos “robados” a jornadas cargadas de trabajo y actividad, es leer poesía. Es un trabajo – y un ocio, que no negocio – que requiere paciencia y disciplina. No todo me convence, ni ciertamente me cautiva. Hay que leer muchas páginas para encontrar una que conmueva por la verdad que atesora y el acierto en el decirla. Pero a veces sucede. Y en ciertos autores, sucede más.

Este es el caso de un poeta que acabo de descubrir – confieso mi precedente ignorancia – gracias a la visita a una librería “de viejo” en mi hermosa ciudad de Alcalá de Henares. El libro lleva por título Oír la luz y reúne sesenta y siete creaciones poéticas de Eloy Sánchez Rosillo (1948), escritor murciano que lleva más de treinta años de ejercicio poético.

La vocación del poeta no es inventar mundos, aunque algunos así lo crean, sino mirar con ojos maravillados, no acostumbrados, el mundo que nos rodea, el mundo que somos también nosotros mismos. Ortega lo dice genialmente: «La poesía es eufemismo, eludir el nombre cotidiano de las cosas, evitar que nuestra mente las tropiece por su vertiente habitual, gastada por el uso, y mediante un rodeo inesperado ponernos ante el dorso nunca visto del objeto de siempre. La nueva denominación lo recrea mágicamente, lo repristina y virginiza. ¡Delicia aún mayor que la de crear esta de recrear! Porque la creación donde no había nada pone una cosa; pero en la recreación tenemos siempre dos: la nueva, que vemos nacer imprevista, y la vieja, que recobramos a su través.
Tomada por sorpresa la realidad, herida en el flanco menos guardado y presumible, se entrega absolutamente, siempre en forma de primer amor. Es natural: la poesía vuelve a poner todo en alborada, en 'status nascens', y salen las cosas de su regazo desperezándose, en actitud matinal, emergiendo del primer sueño a la primera luz».

Recojo varios poemas de Sánchez Rosillo. El primero, De la naturaleza de las cosas, describe la belleza y singularidad de cada cosa y cada instante, su carácter irrepetible – «todo es distinto siempre» –, y reconoce, como «testigo fascinado», el misterio que lo gobierna todo «con poderosa y amorosa ley»:

De qué manera tan irrepetible
ha ido hilvanando la naturaleza
todas las cosas que mis ojos ven
precisamente ahora, en este día
hermosísimo y único del mundo.
En principio parece la mañana
una mañana igual que cualquier otra,
pero ninguna ha habido como ésta,
ni tampoco ha de haberla en el futuro.
Todo es distinto siempre, y prodigiosa
tanta diversidad casi impensable.
El mar, el cielo, el aire, aquellos montes
que la distancia desdibuja, el álamo
encendido de sol, la golondrina
que vuela en el jardín de un lado a otro
y que con entusiasmo inagotable
traza sus garabatos en la luz.
Toda cosa en sí misma, y el conjunto
de cuanto miro, se me muestran hoy
como ya nunca más han de mostrarse,
y también los contemplo yo de un modo
que el instante genera y va extinguiendo.
Hay en esto un misterio muy profundo
(que aunque nos da sosiego, nos aboca
a la inquietud de una insondable sima),
algo que no es azar y que gobierna
el todo y cada parte y cada una
de sus combinaciones infinitas
con poderosa y amorosa ley.
El ser testigo fascinado, absorto,
de tanta maravilla esta mañana,
me conmueve y me llena el corazón
de alegría y consuelo.

En otro poema – Abril – el autor señala la importancia de aprender a ver bien la realidad, reconociendo lo que la sobrepasa, ese «algo más» del que es signo, y se lamenta de los que miran sin ver:

No se puede hacer nada.
Algunos, aunque miren, nunca ven
que abril no es sólo abril,
sino algo más, inmenso, incalculable.
Es muy fácil de ver, pero hay que verlo.
¿Cómo no se dan cuenta?
¿Dónde tienen los ojos?
Están ciegos del todo. No hay remedio.

Ese mirar nos hace “poseer” la realidad, nos hace ricos, pues todo es nuestro:

Mirar es poseer:
todo es tuyo si miras,
aunque el ciego te vea
con las manos vacías.

En el poema La ceguera vuelve sobre el tema de la mirada, que «no es sólo asunto de los ojos». Si miramos bien no podemos no ver la belleza del mundo, hermosura que salva:

Mirar no es sólo asunto de los ojos.
Primero, ciérralos unos instantes
y dentro de ti busca – en tu sosiego –
la facultad de ver.
Y ahora ábrelos, y mira.
Es enero ahí afuera, pero está
muy hermosa la vida esta mañana.
Cuánto sol en los álamos
que en trémulas hileras van creciendo
en esta vieja plaza
de tu ciudad. Un día y otro día,
durante muchos años,
a su lado pasaste y no los viste,
ciego que dabas pena y que hoy, por fin,
de milagro has sanado y puedes ver
y en tu mirar te salvas.

La realidad, de manera imprevista y gratuita, nos regala alegrías que afirman la positividad de la vida. Es lo que dice el poema Maravillas:

Cuánta alegría siempre
en ciertos hechos que a destiempo ocurren,
porque sí, cuando nadie los espera o los sueña:
este día de mayo en mitad de febrero,
y, abriéndose camino en su luz prodigiosa,
la muchacha que pasa y me mira y sonríe,
dulce complicidad de un solo instante,
regalo que no dura, afirmación
rotunda y delicada de la vida.

El mismo sol – El sol de la mañana– que iluminaba los días de la infancia en la casa paterna, enciende ahora el corazón y las palabras del poeta:

El comedor de casa de mis padres,
de mi casa de niño (que es la más verdadera).
Tenía dos balcones que daban a una plaza.
El sol de la mañana entraba allí a raudales
y todo lo encendía.
Ahora, en mi corazón lo noto entrar.
Y enciende estas palabras.

La escritura poética puede captar el ser de las cosas, puede cantar su misterio. Recojo los últimos versos del poema Lectura de Emily Dickinson:

...aquí sucede el ser
y junto a su latir late lo vivo,
canta el misterio;
aquí acontece amor, ocurre el mundo,
verdad del existir, luz que también es mía.

Fijémonos en los verbos que usa el poeta: 'sucede', 'acontece', 'ocurre'... son verbos de existencia. «Cuánto misterio» hay en todo, como leemos en el poema Invierno:

... Oigo también mi respirar; y casi,
con extrañeza grande de estar vivo,
mi propio corazón. Cuánto misterio
surge si suspendemos totalmente
cualquier actividad y nos abrimos
al ser que somos y a la realidad
que nuestro alrededor nos da con creces.

Pero la belleza del mundo es paradójica, alegra y aflige al mismo tiempo. Porque no puede dar lo que promete. Es signo. De ahí que en el corazón del verdadero poeta haya siempre un tono de elegía. Poema Condición de lo bello:

Qué extraña la belleza. Cuántas veces
a un tiempo nos alegra y nos aflige;
su luz te da en los ojos y te salva,
pero en el pecho canta la elegía.

Concluyo con algunos versos del poema Porque nada termina, dedicado a Ramón Gaya, pintor y escritor también murciano. En el elogio al artista de cuya amistad gozó, Eloy Sánchez Rosillo expresa su anhelo de un más allá de la muerte que confirme «sin temores ni asechanzas» «la maravilla cierta del vivir»:

Es preciso que todo en apariencia acabe
para que al fin comience.
Sólo entonces los hechos
de nuestro acontecer desordenado
adquieren poco a poco
la rara consistencia indestructible
del sueño o la leyenda; sólo entonces podemos
comprender lo vivido, completarlo,
y soñar sin temores ni asechanzas,
interminablemente,
la maravilla cierta del vivir.

Pero, ¿quién puede garantizarnos este más allá anhelado en que se salve lo vivido? Sólo Cristo resucitado, en su misericordia, hace verdaderas las palabras proféticas del poeta:

Nada de cuanto digo
se extingue con tu muerte.
Tras esa puerta estrecha, oscura y necesaria
que un día atravesaste,
continúa el camino, ya sin riesgo ninguno
de que discurra por lugar baldío
ni de que, como pudo suceder,
nos resultara ajeno su trazado.

Es preciso que todo transcurra y se remanse,
que al parecer concluya para que al fin empiece.
Porque todo está siempre comenzando.
Porque nada termina.

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