Por su identificación con Cristo, Francisco recibió el nombre de “alter Christus”. Se le concedió el don de los estigmas, llevando en su carne las señales de la pasión y muerte en Cruz del Redentor. En la Capilla Bardi de Florencia hay una serie de frescos, realizados por el genial maestro Giotto, que representan y ensalzan escenas de la vida del santo, desde la célebre conversación con los pájaros al fresco de la Estigmatización. En el camino que recorre San Francisco en su “imitatio Christi”, éste es el momento más importante. Por eso Giotto lo coloca en un lugar prominente, a modo de resumen de toda la vida del santo.
Sin embargo, la que resulta más conmovedora es la verificación de los estigmas. En ella se retrata el momento en que la comunidad de los hermanos se apiña consternada en torno al cuerpo del santo, envuelto en su sayo, ya muerto, en un lamento general con gesto de dolor y esa expresividad tan humana que caracteriza al maestro.
Pero lo más significativo, a mi modo de ver, es el modo en que los hermanos comprueban los estigmas de Francisco: besan las llagas de las manos y los pies, llenos de ternura, y uno de ellos introduce sus dedos en el costado del santo, como un día lo hizo Santo Tomás. Verdaderamente, como si se tratase de otro Cristo.
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