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La certeza inevitable: reflexión sobre la modernidad

John Waters
26/08/2011 - Encuentro con Fabrice Hadjadj

“Aunque me confirmaran que en diciembre de 2012 llegará el fin del mundo, esto no me impediría tener un hijo en noviembre, escribir poesías y plantar un árbol, porque todas estas cosas no las hago por un futuro terrenal, sino porque son un modo de participar ya de la vida eterna”. Brillante, sabroso y contundente en los ejemplos, el filósofo y ensayista francés Fabrice Hadjadj, en un auditorium rebosante de gente, ha abordado el tema del Meeting en relación con la modernidad. Hadjadj ha indicado tres razones que nos llevan hoy a rechazar la palabra “certeza”: porque parece una palabra superada, pues “vivimos en el tiempo de la incertidumbre”; porque las certezas ideológicas del siglo XX han generado el totalitarismo, destruyendo la libertad y los pueblos; porque resulta mortífera en cuanto la vemos como una “Medusa que hiela el agua, que nos atrae y nos petrifica”. La vida, en cambio, se parece más al agua, inaferrable, reluciente y caprichosa, como la mujer del duque de Mantua de Rigoletto: “mobile qual piuma al vento”.
Escépticos y relativistas, observa Hadjadj, niegan que podamos tener certezas, al máximo admiten que cada cual tiene las suyas. Sin embargo, sin puntos firmes no podríamos ni siquiera dar un paso. Para salir de estas contradicciones es preciso aclararnos acerca en qué sentido hablamos de certeza. “La certeza coincide sin duda con la solidez – ha dicho Hadjadj –, pero no la solidez de la petrificación, sino más bien la que coincide con un camino humano”. Lo que impide vivir, añade el filósofo, no es la certeza alcanzada, sino la duda. Por ejemplo, “si no fuerais seguros de que yo no soy un terrorista noruego dispuesto a disparar contra vosotros no podríamos seguir reflexionando juntos. El mismo Aristóteles asocia la duda a lo que nos encadena y la certeza a lo que nos libera”. Por este motivo, en la práctica, los escépticos acaban siempre siendo conformistas: ya que no existe ninguna certeza, no podemos cambiar nada.

La verdadera certeza nos pone en movimiento, pero ¿qué nos garantiza que esto no desemboca en los carros armados del totalitarismo, come sucedió con el comunismo y el nazismo? La certeza no puede apoyarse en sentimientos interiores o en nuestros pensamientos porque así acabaría siendo mutable como ellos. La verdadera certeza se apoya en una evidencia, en algo que no hemos decidido nosotros, sino que reconocemos, que nos es dada, que como dicen los franceses “hiere los ojos”, es decir, que nos hiere y descoloca nuestros planes. ¿Por qué es inevitable esta certeza? Porque antes o después todos tendremos que mirarla a la cara, aunque intentemos por todos los medios evitarla, y la temamos puesto que se escapa a nuestro poder y a nuestro control. Somos impotentes delante de esta certeza, lo cual “nos hace salir de la lógica de la posesión y nos hace entrar en la lógica de la comunión”.

Según Hadjadj, nuestro tiempo se caracteriza por una específica incertidumbre que es la de la muerte del humanismo. El humanismo, rompiendo con la tradición, ha ido detrás de “la moda” que, por su naturaleza, es el culto de lo efímero, de lo que mañana será ya anticuado, retrò. Un iPhone de última generación es, en breve tiempo, un antiguo fósil. Los mismos elementos positivos de la modernidad (la fe en el hombre y la confianza en el progreso y el porvenir), según Hadjadj, son el fruto de una reducción, de una censura, de un olvido querido de su origen: son valores cristianos privados de sus raíces. Y al igual que una rosa que una vez cortada sigue siendo bella y luminosa durante un tiempo, pero luego se marchita y huele mal, así ciertos valores intramundanos durante un tiempo se admiran, pero luego se marchitan y hay que desecharlos.
Es inútil entonce proponer un nuevo humanismo o un nostálgico retorno a las tradiciones. “En este clima – ha afirmado el filósofo – la mentira nos propone tres opciones contrarias entre sí: el tecnicismo, el ecologismo y el fundamentalismo”. Tres maneras de abandonar al hombre y a la historia, que parten de la perspectiva de la desaparición del hombre mismo. El superhombre piensa que nos salvará el tecnicismo; el ecologista sueña con revivir en las flores y las aves; el fundamentalista se refugia en un espiritualismo desencarnado. Los tres separan el logos divino de la carne, cuando en cambio, según Hadjadj, la revelación de Dios en el logos encarnado, debería ser considerada también por los no creyentes, “como una aliada del hombre y del orden de la realidad”.
En esta hora trágica, qué nos puede decir con su cruz el Verbo encarnado? “Que no llegaremos nunca a la felicidad plena, pero que cada uno de nosotros vale mucho más que la felicidad”. Hadjadj ha recordado el buen ladrón que hizo de todo para ir al infierno, pero que también acogió la misericordia de Dios y fue el primero en llegar al Paraíso.
“Inmersos en la incertidumbre del postmoderno nuestra única inmensa certeza es la que señaló incansablemente don Giussani: existe la realidad y no la nada. Hay que partir de la certeza que es nuestra vida en el presente”. La vida, el presente dicen “que la recibo de otro y que la recibo para darla a otro”. Esta es la madurez, la tensión a comunicar la vida, una comunicación que el hombre hace de una manera muy distinta a los animales. “Lúcidamente, el hombre exige razones para dar la vida”. En efecto, ¿por qué hacer nacer para sufrir y morir? La falta de razones y el catastrofismo extendido tienen consecuencias sociales: en Europa ya no nacen niños. “Estoy hecho para dar la vida, pero ya no percibo claramente las razones para hacerlo. La perspectiva de nuestra desaparición nos obliga a buscar una razón más alta para dar la vida de manera más consciente, gratuita, divina”.

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