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El Descendimiento, hasta la mesa eucarística

Carmen Giussani
22/08/2011

LA OBRA INVITADA es un programa especial financiado por la Fundación Amigos del Museo del Prado. El préstamo de El Descendimiento por parte de los Museos Vaticanos coincide con la JMJ y con la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid en este mes de agosto. Hemos podido verla como broche al reciente acontecimiento madrileño, acompañados por una guía de exquisita sensibilidad artística. No puedo dejar de compartir la suerte de haber podido verla con otros, y así haber captado lo que de otra manera no habría visto. No os perdáis la oportunidad de ir a verla.
Composición compacta, sobre fondo oscuro, dispuesta en línea diagonal, se trata de una obra tanto desde el punto de vista iconográfico, como religioso, totalmente nueva. Así explica el folleto del Museo disponible en varios idiomas.
En el centro exacto de la composición, Nicodemo mira al espectador “obligándolo” a compartir la escena, a tomar parte en primera persona.
A su izquierda, San Juan sostiene el cuerpo michelangiolesco de Jesús. Su mano toca con dos dedos la herida del costado. Se percibe un eco de lo que más tarde escuchará Tomás: “Toma tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”, toca con mano el signo del amor extremo y arraiga en él tu fe.
Detrás, la Virgen María, con rostro doloroso y sereno de extremada belleza, abre sus brazos - la mano derecha iluminada, la izquierda en la sombra -, abrazando a todos, signo de la naciente Iglesia. En primer plano, el Hijo; creando unidad, la madre.
La Magdalena no mira al cuerpo de Jesús, seca sus lágrimas silenciosas. Quiere volver a verle vivo. A sus espaldas, María de Cleofás clama al cielo, grita, invoca.
El brazo del Crucificado evoca el brazo derecho de La Piedad de Miguel Ángel. El brazo cae hasta tocar la piedra pintada en escorzo, “piedra desechada por los arquitectos que ahora es piedra angular”, piedra de altar. El gesto de la mano parece bendecir con los dedos indicando la Trinidad y el paño blanco debajo del cuerpo del Señor remite al mantel que reviste el altar.
Pero una observación más atenta descubre una brecha de luz. Hay una ventana casi imperceptible, y sin embargo evidente, que rasga el fondo negro con un cono de luz que ilumina la mano de la Virgen, la cabeza del discípulo predilecto y el rostro de Cristo. Evoca el espacio de la libertad del hombre, que el Espíritu Santo, que Cristo nos mereció en la Cruz, abre en cada uno de nosotros, para que podamos reconocer en la fragilidad de la carne al Dios que nos amó hasta el extremo.
Parece que en un primer momento Caravaggio había pintado arriba, donde ahora sólo se vislumbran algunas sombras de hojas, una parra, símbolo eucarístico. Luego, optó por lo esencial: “un fuerte impacto monumental y dramático” que nos ayuda a meditar sobre el misterio que se actualiza en cada celebración eucarística.

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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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