El pasado 6 de octubre la Universidad CEU San Pablo concedió el título de Doctor Honoris Causa al catedrático y director del Centro Jean Monnet de Estudios Europeos e Internacionales de la New York University, Joseph H. H. Weiler.
El padrino del nuevo doctor honoris causa fue el catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, y director del Instituto Universitario de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo, José María Beneyto. En su laudatio éste calificó muy acertadamente a Weiler como el “primer profesor global de todos los tiempos” que ha defendido siempre “una Europa comunitaria sustentada en valores e ideales de verdad y justicia”.
Entre los méritos académicos J.H.H. puede destacarse el de ser profesor en la Universidad Nacional de Singapur; profesor honorario en la Universidad de Londres, en la Universidad de Copenhague; y codirector de la Academia de Derecho Internacional Comercial en Macao, China. De 1992 a 2001 fue catedrático Jean Monnet en la Universidad de Harvard. Es autor de numerosas publicaciones, muchas de ellas traducidas a varios idiomas, entre ellos, el español.
Como podrá comprobarse enseguida, en su discurso de ingreso en el claustro de la Universidad CEU San Pablo, Weiler volvió a mostrarse admirable una vez más. Se trata sin duda de un hombre plenamente satisfecho de pertenecer a una determinada civilización y a un determinado pueblo y, por ello, sinceramente agradecido a todos aquellos que históricamente han contribuido a la existencia de ambos. Con estas credenciales no es de extrañar que, en el aspecto científico, su intervención girara en torno a la más fundamental de las cuestiones en su disciplina: la justicia.
Discurso de Joseph H.H. Weiler
Excelentísimo Señor Gran Canciller,
Excelentísimo y Magnífico Señor Rector,
Querido Padrino,
Distinguidos Invitados,
Honorables Nuevos Colegas,
Estimados estudiantes,
Amigos,
Señoras y Señores:
Rezo al Dios de Israel:
Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh SEÑOR, roca mía, y redentor mío. [SALMOS 19:14]
Aunque me encuentre lejos de casa, no me siento un forastero entre vosotros. Me siento en casa. Y me siento en casa por dos razones. España, como entidad política y como civilización, ha estado presente durante siglos. Como muy pocos países en el mundo – Gran Bretaña, Francia, y quizás uno o dos más – España ha forjado el mundo en el cual vivimos: uno antiguo y uno nuevo, en los ámbitos político, social y cultural. Ha habido luces y también ha habido sombras; pero la importancia de España es ubicua y duradera. Y es esa relevancia, ese patrimonio global, lo que hace que seáis – lo queráis o no – custodios; depositarios con un deber para con todos nosotros. Y que nosotros, ciudadanos del mundo, compartamos dicho patrimonio. Para un hijo del Occidente estar en España es, en el fondo, estar “en casa”.
Pero también siento que estoy volviendo a casa. Yo pertenezco a un pueblo aún más pequeño. Nosotros medimos nuestra continua e ininterrumpida civilización no en siglos sino en milenios. Nos remontamos hasta Abrahán y, al igual que él, todavía circuncidamos a nuestros hijos ocho días después de su nacimiento para marcar nuestro eterno compromiso con el Todopoderoso. Nuestra historia, como la vuestra, ha vivido luces y sombras. Notablemente, una de las cumbres de nuestra civilización – y de la vuestra – que más ha perdurado en el tiempo fue el período de nuestra historia que conocemos universalmente como la Edad de Oro y que ocurrió aquí, en esta misma Península, en una época en la cual floreció el Judaísmo a la vez absorbiendo y contribuyendo a la cultura contemporánea. Tanto en poesía como en literatura, en medicina y en derecho, en filosofía y en teología o en comercio y en gobierno, los logros de los gigantes judeo-españoles de la época siguen siendo parte de la civilización occidental –un maravilloso amalgama de culturas y tradiciones.
Las obras de la Inquisición y la expulsión de los judíos en 1492 representaron una sombra profunda, un nadir, para ustedes y para nosotros, si bien quizás un legado involuntario para el resto del mundo –pese a que yo no soy capaz de recordar que nadie agradeciera a los castellanos ese preciado legado. Pero puesto que invocamos el pasado, es preciso traer a colación los millares de refugiados judíos que España salvó al abrir las fronteras durante la II Guerra Mundial e incluso de forma más notable al ofrecer visados e incluso la ciudadanía en varios países, especialmente en Hungría.
Para mí, ser galardonado hoy por ustedes simboliza un cambio sustancial, la restauración, el triunfo de la mejor tradición judeo-cristiana. Este espíritu debería perdurar.
Permítanme ahora pronunciar unas breves palabras científicas. Después de todo, hoy me congratula formar parte de su comunidad científica. Su Gran Canciller ha invocado el espíritu sagrado al inicio de la ceremonia. Me disculparán si en lugar de hacer mención del Tratado de Lisboa o de la Constitución Europea, o de la OMC, o del GATT, me refiero a la Sagrada Escritura, en particular a un pasaje del Deuteronomio que recoge algo peculiar sobre nosotros mismos.
La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que SEÑOR tu Dios te da. (Deut. XVI:20)
La consecución de la Justicia es crucial para el pacto entre El Todopoderoso y Su pueblo desde su primer encuentro con Abraham. Quién puede olvidar el sublime momento en que Abraham, en respetuoso desafío, se vuelve hacia Dios, Quien le acaba de anunciar su intención de destruir Sodoma y Gomorra, y pregunta:
Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo? [Gen. 18:25]
¡Incluso el Todopoderoso está sometido al imperio de la Justicia!
Sin embargo, el pensamiento jurídico de inmediato se cuestiona: ¿por qué encontramos en el Deuteronomio una repetición del mandato?
¡La justicia, la justicia seguirás!
¿Por qué por dos veces? Por supuesto, el motivo podría ser enfatizar, pero los sabios durante siglos han elucubrado todavía mucho más acerca de esta repetición. He aquí un juego hermenéutico para los juristas. Conozco al menos doce interpretaciones distintas pero hoy me limitaré a exponer la experiencia de los sabios españoles.
Maimónides, hijo de Moisés de Maimón, de Córdoba, nacido en 1135, de quien se dijo que de Moisés a Moisés no ha habido nada como Moisés, explica la repetición por la necesidad de considerar en justicia a ambas partes. No sólo considerarlas sino también tratarlas con la más absoluta igualdad. Si las dos partes comparecen ante el juez, y una de ellas está bien vestida y la otra es pobre y sencilla, o bien ha de vestirse mejor a la última, o bien ha de ser más sencillo el atuendo de la primera, de modo que inconscientemente el juez no las tratará de forma distinta.
Bachya Ben Asher, de Zaragoza, nacido en 1340, adopta un matiz ligeramente distinto. ¿Por qué la justicia dos veces? “La Justicia ya a favor o en contra; ya en palabra o en hecho; ya judío o gentil”. Es asombrosa. Emana de Abraham y de El Todopoderoso.
Rabbi Abraham ibn Ezra (Abenezra), nacido en Tudela en 1089, explica la repetición del siguiente modo: Ha de escucharse la Justicia de una Parte y del otro Parte. O por el tiempo perdurable, por siempre y para siempre.
Nachamanides, Moses ben Nachman Girondi, nacido en Gerona en 1194 y posteriormente sirvió como Jefe Rabino de Cataluña, afamado entre otras cosas por su gran disputa judeo-cristiana ante el Rey Jaime I de Aragón.
Era un gran kabalista, así como un sabio. Proporciona una interpretación mística. ¿Por qué la justicia dos veces? La Justicia real y absoluta tan sólo se puede hallar en la palabra que viene bajo las alas directas de El Todopoderoso. Se busca la Justicia en este mundo de modo que se pueda alcanzar en la eternidad.
Don Isaac Abravanel, nacido en Lisboa en 1437 pero obligado a huir a Toledo, subraya que el imperativo en el verso no sólo se dirige a los jueces sino a quienes han nombrado a los jueces. La Justicia, por lo tanto, no sólo en el momento de juzgar, sino también en la organización como sistema en el nombramiento de los jueces -quienes por su sabiduría e integridad son aptos para impartirla-.
Permítanme concluir con la interpretación que más me agrada. Cuando se persigue la justicia, se debe hacer con justos medios. Así, el fin lícito no justifica los medios ilícitos.
Confío, Gran Canciller y Magnífico Rector, que en estos preceptos elaborados por mis predecesores en estas tierras, haya ofrecido una buena base para mi ingreso en esta comunidad.
Les ruego me permitan terminar con el Salmo XV que leeré, con su conformidad, en a lengua de David, su autor. Permítanme también entregar, como obsequio a su Universidad, esta singular Biblia hebrea, fruto de años de investigación y esfuerzo, que constituye el texto más prolijo y riguroso de que se dispone en la actualidad.
Salmo de David
1 Senor, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu monte santo? 2 El que anda en integridad y hace justicia,
Y habla verdad en su corazón.
3 El que no calumnia con su lengua,
Ni hace mal a su prójimo,
Ni admite reproche alguno contra su vecino.
4 Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado,
Pero honra a los que temen a Senor.
El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia;
5 Quien su dinero no dio a usura,
Ni contra el inocente admitió cohecho.
El que hace estas cosas, no resbalará jamás.
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