El 15 de mayo se representó en uno de los mejores teatros de Buenos Aires, el Teatro del Globo, con capacidad para 450 personas, Barioná, el Hijo del trueno, de Jean Paul Sartre. Lo hizo el grupo Amateurs, formado principalmente por universitarios de CL, y dirigido por Nancy Fernández. La función se hizo en beneficio de los damnificados por el terremoto de Haití. Una historia que nos conmovió y movió, sobre todo, a saber qué había pasado en nosotros ante el dolor del pueblo haitiano.
“¿Qué podemos hacer nosotros por Haití?”, me preguntó Candelaria en un mail, “nosotros, tan insignificantes frente a ese enorme dolor”, decía. Enseguida nos reunimos con los universitarios de Buenos Aires para leer el manifiesto del movimiento. Y al terminar, después de mucho diálogo, quedó la misma pregunta, pero más grande y verdadera: “¿qué pasó en Haití? ¿qué pasó en mí con Haití?”. Pasados unos días, Alver contaba frente a una cantidad inusitada de universitarios en Buenos Aires lo que había visto y vivido allá. Y se intensificaba todavía más la pregunta y el deseo de una respuesta a la altura de semejante situación.
Poco después, Alessandro y otros propusieron repartir el manifiesto con el juicio de Haití en dos puntos de Buenos Aires. Los universitarios lo harían en una plaza pública, en el barrio de la Recoleta, muy turístico y repleto los fines de semana. Nos sorprendió la buena disposición de la gente, que por lo general se asombraba positivamente de que saliéramos a decir una palabra sobre un hecho que, por lejano o doloroso, no se quería mirar demasiado. Cuando se acabaron los manifiestos fuimos a tomar algo y allí, como cuenta Belén, universitaria, volvió a nacer la inquietud:
“Nos preguntamos qué podíamos hacer para recaudar fondos: vender empanadas, un ciclo de cine, dar una parte de nuestros sueldos. Parecía poco… hasta una amiga dijo que dar dinero no la involucraba porque la mantenían sus papás. Surgió entonces la pregunta de todos: ‘¿Qué tenemos que sea nuestro para dar?’, al menos algo sobre lo que podamos decidir. Alguien dijo ‘nuestro tiempo’. Y otra amiga recordó a las mujeres de Uganda picando piedra para los estadounidenses afectados por las inundaciones. Pero ¿en qué ocupar nuestro tiempo hasta que nos duela? Es decir, hasta dar de lo nuestro y no de lo que consideramos que nos sobra… algo que nos acerque más a lo sucedido en Haití. Nadie contestó esta pregunta. Alicia dijo ‘dejemos abierta la pregunta y veamos qué pasa’”.
El otro lugar donde se repartió el manifiesto fue una parroquia, Santa María, en el barrio de Caballito. Cerca de esta parroquia vive Gloria Candioti, quien nunca en todos sus años de movimiento, según cuenta con una sonrisa, había ido a repartir manifiestos. No es su estilo. Pero a esta cita, a doscientos metros de su casa, no se atrevía a faltar. Le dio uno a un hombre que, en cuanto lo tuvo en la mano y lo leyó, le dijo que él quería colaborar seriamente con Haití. Podía ofrecer un teatro, del que él era tesorero, para realizar algo a beneficio de los damnificados por el terremoto. Se dejaron los teléfonos. A los pocos días, en un precioso encuentro con Luis, confirmó que nos ofrecía el Teatro del Globo, ubicado en pleno circuito teatral porteño, con capacidad para 450 personas, uno de los teatros más lindos de Buenos Aires, a condición de que todo lo recaudado fuera para Haití, hasta el último peso. ¿Qué hacer en un espacio de ese tamaño y popularidad, nosotros, los mismos insignificantes del principio del relato?
Había comenzado la Colecta de Cuaresma en Argentina. Se había decidido ayudar a Haití y luego, cuando sucedió el terremoto en nuestro país vecino, también a Chile. Ya habían comenzado muchas iniciativas en varias provincias. Y ésta se enmarcaba en ese mismo y único deseo que nos ayudaba a entender y vivir la Cuaresma.
Y ahora les cuento una historia en paralelo, porque vale la pena y porque fue el comienzo de una respuesta.
Los universitarios de Argentina habían tenido años atrás una importante experiencia teatral con Jorge Thompsen (fallecido en el año 2004) y Nancy Fernández. Hicieron La anunciación a María, “una odisea totalmente desproporcionada”, en palabras de Nancy. Lo que les pasó fue maravilloso, estar ante un texto y una dirección teatral muy exigentes y de una extraordinaria profundidad.
Comencé a pensar en la posibilidad de retomar algo que tanto los había entusiasmado dentro de la experiencia del CLU. Un día les propuse hacer teatro leído con el texto de Jean Paul Sartre, Barioná el hijo del trueno. En el primer encuentro éramos cinco. En el segundo, dos (Patricio Perkins y yo). Bueno, ante tan excelente arranque, Pato me dijo: ¿y si se lo proponemos a Nancy? Yo sabía que ella contaba con muy poco tiempo, pero esa misma tarde la llamé.
Nancy había dejado de dirigir porque entró en su vida y la de su esposo algo que, como dice ella, se instaló en medio de su familia como un gran amigo: “Casi al final de La Anunciación nos dan a mi esposo y a mí el diagnóstico de nuestro hijo pequeño: Patricio tiene TGD (un trastorno en el espectro autista). En medio del dolor y de todos los cambios que se nos pedían, resonaban las palabras de Violaine y de Anne Vercors: “¿De qué vale la vida si no es para darla?”. Era la primera vez que no hacía teatro. Y en un cierto punto… no lo echaba de menos. Había que estar ahí donde Dios quería”.
Por eso, porque sabía de su tarea con Patricio, le prometí que sería algo breve, para presentar en las vacaciones del CLU. Incluso que sería teatro leído. Gracias a Dios, dijo que sí. Así cuenta Nancy el comienzo de esta historia: “El primer día sólo vinieron cinco... y cada cual llegó a la hora que quiso. Pero la experiencia propuesta fue atractiva, y lentamente se sumó gente. El segundo mes ya eran 15 y llegaban media hora antes para preparar el lugar. Empezaban a ver cómo el teatro y la vida tenían una alta interrelación. Lo que hacíamos, el texto que transitábamos, ante todo era una gracia para nosotros. Daba luz a lo que vivíamos. Y lo que vivíamos hacía más verdadera y fuerte la actuación. La obra iba creciendo sola, hasta que alguien dijo: ‘Pero cómo... ¿no era teatro leído?”. Belén contestó: ‘no… ¿no te diste cuenta todavía?’. Pero era yo quien no me había dado cuenta. Los ensayos trajeron un regalo más: como había partes que las ensayábamos en casa, mi hijo Patricio disfrutaba la obra como ninguno. Se conectaba mil veces más que en muchas de sus terapias”.
Fue lo más bello: ver cómo, sábado a sábado, se iba creando una originalísima puesta en escena en el escenario, a la vez que nacía una puesta aún más interesante: lo que iba sucediendo en cada uno de los que participaban en la obra. Para quienes no lo hayan leído, Barioná es un texto magnífico, de un Sartre irreconocible en su afirmación de la esperanza. Era una conjunción entre las palabras de Sartre y la experiencia que Nancy iba guiando para darle carne a esas palabras, recordándoles incansablemente a los primerizos actores por qué estaban allí, qué querían al hacer esta obra, para quién era, qué se les estaba regalando a ellos al oír y ver representada una forma bellísima de contar la encarnación. Aunque la ensayaran quince veces, siempre volvía a suceder.
Se hicieron tres puestas en escena -en el Colegio Nuestra Señora de Luján, el Hospital San Juan de Dios y en las vacaciones del CLU- antes de que llegara lo del Teatro del Globo. Se decidió que se haría allí Barioná, en el marco de la Colecta de Cuaresma y con la colaboración del Centro Cultural Charles Péguy.
Había dos meses para prepararlo. Se sumaron adultos a la propuesta: Graciela, Marisa y Andrea armando un equipo artístico, atentos a la escenografía, imagen, vestuario y sonido. Muchos más tomaron la propuesta como propia y colaboraron en imagen, composición de la letra y la música de las canciones (Claudia Álvarez), difusión, venta de entradas, relación con patrocinadores y con el teatro. Todo un equipo en una visible y llamativa unidad.
Terminaron siendo 35 actores en escena, ya que cada uno, a medida que iba valorando la experiencia, traía a sus amigos, fueran de donde fueran. “Era evidente que Dios lo quería. Miles de detalles se fueron regalando de su mano.” Por ejemplo, que los universitarios de La Plata consiguieran prestados todos los trajes, y que la cantidad de vestuario que trajeran impecablemente acondicionado fuera, exactamente, la cantidad de ropa que se necesitaba.
El teatro se llenó, y hubo gente que se quedó sin entrada. Se recaudaron 20.000 pesos para Haití (mucha “plata” para nosotros). En la misma representación se vio el esfuerzo enorme y emocionado de cada uno de los actores. Y también se pudieron detectar errores que corregir (hubo ocasión de hacerlo en las dos siguientes funciones, en el Colegio Copello). Como dijo Marcelo, uno de los actores: “…fue un regalo no los aplausos sino encontrar gente verdaderamente agradecida por lo que vieron”. Lo mejor, sin ninguna duda, no fueron los aplausos: “…el espectáculo más grande éramos nosotros mismos. Estábamos dando nuestra vida, nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, carnal y concretamente. Y eso nos transforma”, dice Nancy.
Ella me pide que para terminar citemos las palabras de Calderón de la Barca, porque representan la esencia de lo que fue el recorrido de todo un pueblo en torno a una necesidad, tomada en serio: “En el teatro, como en la vida, sólo se es libre en la medida en que uno acepta lo que le ha sido dado, las circunstancias que tiene que atravesar, el texto que debe recitar y los compañeros que tiene que amar, para poder llegar al último acto”.
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