En marzo todos los periódicos hablaban de ello, pero ahora lo he visto con mis propios ojos: lo que los restauradores han descubierto en la Capilla Peruzzi, pintada por Giotto hace casi 700 años, en la Santa Cruz de Florencia, es asombroso. Gracias a la amistad de Antonio Di Marcantonio, sacerdote encargado de la basílica, y de Eugen Rachiteanu, director del Estudio Teológico, pude subir a los andamios de las tres capillas en restauración... Una mañana inolvidable.
Primera parada: la Capilla Mayor, donde Agnolo Gaddi pintó, a finales del siglo XIV, los frescos de la Leyenda de la Cruz, “reescrita” unos 80 años después por Piero della Francesca en Arezzo. Al subir los ocho pisos del andamio, a unos 30 metros del suelo, se ven hasta los pelos de la barba de los rostros viriles, pintados con todo detalle. Potente y poético Agnolo Gaddi, con colores brillantes, tiernos y dulces. La gama cromática recupera su esplendor primigenio, como en otras zonas de la basílica ya restauradas. Los trabajos de la Capilla Mayor terminarán dentro de unos meses y entonces es probable que los andamios queden a disposición de quien quiera subir para admirar de cerca estas pinturas.
Segunda parada:la Capilla Bardi, la última obra maestra entre los frescos de Giotto, que se cree que la pintó entre 1320 y 1328. El pintor franciscano relata aquí los momentos clave en la vida del Poverello, que ya narró de manera más extensa 30 años antes en Asís. Quid animo satis?¿Qué llena el corazón? ¿Qué lo satisface, qué lo hace feliz? A esta pregunta, tan querida para don Giussani, responde así el Papa Benedicto XVI: “Si (Francisco) lo deja todo y elige la pobreza, es por Cristo, sólo por Cristo. Jesús lo es todo para él, ¡con Él le basta!”. El Santo Padre pronunció estas palabras el 17 de junio de 2007, al terminar el Año Franciscano que se celebró con motivo del octavo centenario de la conversión de aquel joven al que habló el Crucifijo de San Damián para pedirle que reparara la iglesia. Corría el año 1206 y Francisco, un burgués ambicioso, deseoso de gloria, decidido a no resignarse a una vida simple, se topó con Aquél que cumple la sed del corazón. “Conviene destacar –observa el Papa- cómo el Señor se tomó en serio el deseo de Francisco para indicarle el camino de una ambición santa, proyectada hacia el infinito”. Y lo dejó todo. La Renuncia a los bienesde la Capilla Bardi es impresionante: un edificio enorme que parece una flecha señalando a ese chico que acababa de desnudarse y se cobijaba bajo el manto del obispo Guido, azul como el cielo, mientras que tres personas sujetan como pueden a su padre biológico, Pietro di Bernardone, que, enfurecido, intenta agredir a su hijo.
Maria Rosa Lanfranchi, la restauradora, me enseña los rostros de los frailes que aparecen retratados (curiosamente, hay uno con bigote y patillas). Un Giotto que abre espacios, que pinta en 3D, que en la Capilla Bardi toca, desde un cierto punto de vista, la cumbre de su arte. Sin embargo, las figuras apenas se intuyen, pues se cubrieron con cal en el siglo XVIII y cien años después, para retirar estas capas, se usó una técnica terrible. Lanfranchi me enseña las huellas de los martillos y me explica que después terminaron de pulir la superficie con ácido. El daño causado fue irreparable.
Tercera parada, la más impresionante: dos horas en la Capilla Peruzzi. Conozco bien la Leyenda áureade San Juan, la he contado en mi último libro, Pedro, ¿me amas? Pero ahora la veo, casi la puedo tocar, subido en los andamios, a plena luz. También aquí las figuras se intuyen, pero después... algo pasa. La restauradora que me acompaña me da una gafas especiales, apaga las luces y empieza a enfocar con una lámpara de rayos ultravioletas los detalles de los rostros, los vestidos, los edificios. Me sumerjo en la aventura del descubrimiento, los rayos ultravioletas dejan ver el brillo de la seda, del oro y de la plata, la plasticidad de los volúmenes. ¿Cómo es posible? Me responde Cecilia Frosinini: “En la Capilla Peruzzi, Giotto pintó en seco y por eso hoy es posible ver lo que nunca se ve en la superficie pictórica. Los rayos ultravioletas, al capturar la materia orgánica (los aglutinantes con que se componían los colores: témpera al huevo, caseína, óleo), recomponen el espacio inmaterial de la luz y muchos detalles pictóricos y compositivos que resultan sorprendentes”. Y añade: “La imagen de las pinturas, muy parecidas a como eran originalmente, se desvela mostrando con gran similitud aquello que se creía perdido para siempre y que vuelve a hacerse presente en ese instante”. Las restauraciones (que acaban de empezar) no podrán devolver a las paredes su resplandor original, pero lo que permiten los rayo ultravioletas se podrá admirar algún día en reproducciones virtuales. Por ejemplo, la asunción del evangelista Juan, entre una gama de finos hilos blanquecinos que se ven bajo las luces de neón, con los rayos ultravioletas se convierte en un cono tridimensional de hilos de oro en el que se vislumbra el rostro con aureola del ya anciano “discípulo amado”. Es la aventura del descubrimiento. “Un descubrimiento –me comenta la restauradora- realizado casi por casualidad”. Casualidad: algo que ad-cade(sucede). El método, una vez más, vuelve a ser el mismo.
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