Como sabréis, porque os habrá sucedido más de una vez, cuando uno se encuentra caminando, bien por la calle, bien por la montaña, bien por la vida, a veces se producen encuentros. Estos encuentros no siempre los buscamos, sino que en ocasiones pueden parecer “fortuitos”, “casuales”. Y digo “pueden parecer” porque no creo demasiado en la casualidad. Creo más en la providencia. No sé vosotros, pero yo no dejo de sorprenderme de los encuentros inesperados que te transforman la vida, que te cambian, que te hacen ver la realidad desde una perspectiva enriquecedora a la que nunca te habías aproximado. ¿Podríais haberos imaginado algo así en vuestras vidas? Este fin de semana he estado en Madrid en un encuentro cultural que se denomina “EncuentroMadrid”. Podría haber pasado por allí escuchando sin más y salir de allí tal y como entré, pero en este caso probablemente el encuentro (y pese al nombre de este acto) no se hubiese producido, al menos no para mí. Lo que quiero decir es que “coincidir” no es “encontrarse”, no sé si estaréis de acuerdo conmigo… Para que el encuentro tenga lugar hace falta algo más, hace falta el ánimo de escuchar, de compartir, de acompañar, de pararse y de caminar juntos. El EncuentroMadrid de este año (no sé cuántos años lleva celebrándose, pero ya son varios) tenía como lema “Si los hombres no construyen, ¿cómo vivirán?” (T.S. Eliot). ¿Os lo habéis planteado? Conozco personas (y creo que yo soy una de ellas) que ante las tristezas del mundo, la pobreza (no sólo material), la soledad de tantos, la falta de un todo, etc. se lamentan y se dicen “¡qué pena! Qué pena porque no podemos hacer nada…”; también sé que existen personas que ante lo mismo ni siquiera sienten dolor, compasión (o al menos no lo parece), sino que se dicen “yo estoy bien y eso me basta”. Pues bien, en estos días en Madrid no me he encontrado con estas personas, sino con personas que ante estas realidades (que muchas veces están presentes en sus vidas de forma muy palpable) han dicho: puedo seguir, puedo seguir porque nadie me puede impedir mirar al cielo, puedo porque existe una compañía, puedo porque he sido mirado, porque he sido amado… y por eso puedo mirar, puedo amar… y entonces han empezado a construir (yo por aquí hubiese puesto algunas mayúsculas, pero que cada cual las ponga donde considere). Creo que éste es el resumen de muchos de los testimonios que he escuchado. Me gustaría poder hablaros de cada uno, pero tendría que pedirme unos días más de vacaciones y creo que no va a ser posible. Os resumo: “Si los hombres no construyen, ¿cómo vivirán?”. Y la respuesta que puedo daros después de estos días es: construyamos, no nos cansemos de construir porque no sólo nuestra vida, no sólo nuestra felicidad, no sólo nuestro bien, sino el de nuestras familias, amigos, compañeros, el de todos, está en nuestras manos. Y esto no significa que todo dependa de nosotros – ¡para nada! –, porque hay una mirada que nos salva y porque, gracias a esa mirada, podemos hacer participes a otros de esta salvación (nuevamente, hubiese puesto alguna mayúscula…).
Lydia
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