Hace cincuenta años nacía la revista “La Nueva Europa”. Con motivo de esta celebración, su último número publica un artículo inédito del gran intelectual ruso, que afronta la educación y la compara con un «pasear juntos con una meta común»: conocer la realidad
Pavel Florenski
Un historiador de la Iglesia rusa ha dicho recientemente que las persecuciones cruentas que se abatieron sobre la Iglesia ortodoxa después de 1917, con frecuencia a manos de los mismos «fieles» de antaño, supusieron una «crisis», es decir, un «juicio» que la realidad histórica se encargó de dar sobre los pecados de los cristianos rusos, sobre la decadencia interior de una fe reducida a costumbre y a rito.
Pero todo aquello que de verdadero permanecía en aquel cuerpo eclesial maltrecho, que estaba enraizado en la santidad de la Iglesia, no se perdió, sino que encontró caminos diversos para actuar y manifestarse, y para dar unos frutos útiles con vistas a su renacimiento. Uno de estos frutos es sin lugar a dudas un pensamiento filosófico cristiano capaz de dar un juicio profundo sobre el hombre y sobre la historia que raramente se ha dado en otras culturas. El fermento cristiano era tan connatural a la cultura rusa en su conjunto, que dejó reflejos sorprendentes incluso en sus manifestaciones más «laicas», allí donde se había perdido cualquier vínculo exterior con el cristianismo. De este caldo de cultivo brotaron fenómenos como la disidencia, el samizdat y una autoconciencia humana y civil que supo formular un juicio sustancial sobre la tragedia de la revolución, la naturaleza del totalitarismo, la responsabilidad humana y los campos de concentración, yendo mucho más allá de la pura denuncia.
De este inmenso depósito de experiencia y de pensamiento, la revista La Nueva Europa, nacida hace exactamente 50 años con el hombre de Rusia cristiana ayer y hoy, ha extraído siempre y sigue extrayendo material de publicación. Ante los desafíos del presente, al igual que en el pasado, la cultura rusa ofrece un criterio de lectura que se adhiere siempre a la realidad, aunque se trate de criterios formulados hace un siglo.
Una pequeña joya de esta perenne “actualidad” se halla en un breve artículo titulado Lezione e lectio, y publicado en el nuevo número de La Nueva Europa (www.russiacristiana.org), escrito por el padre Florenski hace exactamente cien años como introducción al volumen que reúne sus clases. Aquí el autor expone su original método didáctico, tras del cual se identifican criterios educativos muy interesantes. Estas pocas páginas han sido citadas por muchos autores como un texto importante, pero no se habían publicado todavía en italiano.
Con su precisión habitual, Florenski identifica en primer lugar aquello que no es la clase: «La clase no es un trayecto en tranvía que procede sobre unos raíles fijados con antelación y que lleva a la meta por el camino más corto». Tampoco consiste «en extraer conclusiones listas para el consumo de los depósitos de una erudición abstracta, ni en fórmulas estereotipadas». En lugar de transmitir una verdad previamente confeccionada, la clase quiere ser «un pasear juntos con una meta común», en donde profesor y alumno buscan y reflexionan juntos dentro de una relación viva y personal. Por este motivo, para Florenski «dar clase» significa poner en movimiento el organismo vivo del conocimiento; es un verdadero «acto creativo» que necesita de una relación de diálogo. Si esto no fuese así, sólo quedaría confiarse a un libro de texto, un material ya fijado y terminado, más perfecto tal vez, pero inerte. Sin embargo, ¡ay del profesor que se deja tentar por la presunción de saberlo ya todo! En opinión de Florenski, es necesario concebir la verdad, incluida la científica, de forma abierta, no como un dogma sino como un proceso imparable, animado por una energía viva que se mide únicamente con el infinito. Por tanto, aquello que el maestro debe comunicar ante todo es el propio gusto por la búsqueda de la verdad, debe ofrecer un método de trabajo y desencadenar un fermento intelectual. El proceso educativo es, por este motivo, una auténtica «iniciación».
Por último, el objeto de nuestra búsqueda nunca puede ser una verdad abstracta y general que se reduce inevitablemente un esquema, sino que se identifica con lo concreto. En el entusiasmo por el detalle Florenski expresa toda la profundidad de su persona: «En cuanto a la fermentación de la psique, ésta consiste en el gusto por lo concreto adquirido por contagio; consiste en la ciencia de saber percibir lo concreto con veneración, en la contemplación amorosa de lo concreto. Por lo demás, lo concreto es el objeto mismo de la investigación científica directa, en el sentido de fuente primera, ya se trate de una piedra, de una planta, de un símbolo religioso o de un monumento literario».
La alegría por lo concreto de la que habla Florenski es al mismo tiempo la alegría de educar y la alegría de aprender. Es el realismo cristiano, capaz de producir paz sin extinguir la sed.
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