"Vivir sin mentira"
EncuentroMadrid 2010 presenta la historia biográfica y literaria de Alexander Solzhenitsyn.
En 1949 la Academia de Ciencias de Moscú publicó en su revista “Naturaleza” una curiosa noticia, que después quedaría recogida en la primera página de Archipiélago GULAG: en unas excavaciones en el río Kolyma, en la Siberia Oriental, se había descubierto una antigua corriente prehistórica, helada desde hacia decenas de miles de años, en cuyo interior se hallaban fósiles de tritón. Desgraciadamente, concluía la noticia, unos zekos (presos de los campos de concentración) al ver a aquellos animales habían roto el cielo y los habían devorado con fruición. Tal era el hambre que los atenazaba.
En febrero de 1945 un joven de 26 años, Aleksandr Solzhenitsyn, fue condenado a otros ocho de trabajos forzados por la terrible falta de dudar de las capacidades militares de Stalin en una carta privada dirigida a un amigo. «Cada uno de nosotros es el centro de un mundo, y el Universo se resquebraja cuando le dicen a uno: queda usted detenido… se cerró para siempre, detrás de nosotros, la puerta de nuestra vida anterior», relata Solzhenitsyn. Desde aquel terrible día fue sometido a trabajos forzados en distintos campos, a la tortura, al hacinamiento, al régimen de vida brutal de un campo de concentración, a la pérdida de toda libertad exterior y a la implacable persecución de la libertad interior, al horror y al hambre.
ROSARIOS DE MIGA DE PAN. Sin embargo, en un gesto de libertad que proclama la grandeza del hombre y de su destino, Solzhenitsyn retaba a la muerte robándole a la exigua ración diaria un trocito de pan, una pequeña bolita con la que hacía, poco a poco, cuenta a cuenta, un Rosario. Un Rosario para rezar por la noche, en la oscuridad. Un Rosario para abrazarse a la vida, para sostener la certeza, para seguir en la Esperanza. Otros presos, así nos lo cuentan las crónicas que poco a poco vamos conociendo, utilizaban cualquier mínimo trozo de papel, escondido en el colchón o donde fuese posible, para ir copiando los textos que recordaban del Evangelio, sabiendo que no volverían a leerlo en su fuente original en los siguientes veinte o veinticinco años. En la historia de Solzhenitsyn todavía podemos contemplar otro acto que no es de este mundo, un gesto sencillo en el que se expresa una forma purísima de caridad, de afecto por el destino del otro: a menudo regalaba estos Rosarios a otros, a aquellos que se acercaban a él buscando la Presencia de lo que les era más querido, y que ni siquiera la prisión de muros más elevados logró arrebatarles. Al día siguiente habría que volver a hurtarle al pequeño trozo de pan una nueva cuenta, para volver otra vez a empezar. Mientras, como también nos cuenta Dostoievski en sus dramáticas Memorias de la casa de los muertos, brillaban en todos los campos, aquí y allá, las luces de aquellos cristianos que sostenían la esperanza de tantos y les recordaban, en medio de aquel horror, que el Padre Bueno reservaba para ellos una vida grande.
EN EL “INFIERNO”. ¿Cómo se puede afirmar que el Padre de la vida y del cosmos es bueno, mientras se permanece encerrado en un barracón sucio, repleto de piojos, pegados unos hombres a otros intentando dormir hacia un lado a la espera de que suene una sirena indicando a media noche que ya pueden todos girarse a la vez? Sólo alguien que ha sido amado sin condiciones, más allá de lo que podía esperar, más allá de las medidas con las que se sentía cómodamente situado en el mundo antes de la catástrofe de la detención, puede reconocer en cualquier circunstancia, incluso la más dolorosa, la presencia de un significado misterioso, de una “belleza” que transfigura toda la realidad. Sólo una experiencia humana, viva, cierta, que se sabe cambiada desde su raíz, libre porque ha sido rescatada del mal propio y ajeno, puede llegar a expresarse de esta manera.
Así, mientras descontaba su condena, Solzhenitsyn podía escribir versos como estos: «Miro, estremecido por el agradecimiento/ a mi vida. No es mi razón ni mi voluntad/ lo que ilumina cada una de sus grietas./ Es un sentido Superior, un resplandor sin igual/ que finalmente comprendí.» (A??????, “Oración”, 1952). ¿Cómo pudo un hombre estar agradecido a pesar del “infierno” en que se hallaba? Solzhenitsyn experimentó que «Jesucristo revela el hombre al hombre», que es capaz de explicarme lo que yo soy. Esto no fue debido a sus análisis, capacidades o esfuerzos, sino a la Gracia que le alcanzó e iluminó su vida, también las fracturas, los virajes, y cada una de las grietas o zonas más oscuras.
VIVIR SIN LA MENTIRA. Años más tarde, en 1972, Solzhenitsyn será desterrado de Rusia, no sin antes dejar un testimonio sobre el amor a la verdad y a la libertad que circuló constantemente, de mano en mano, como Samisdat.
“Vivir sin la mentira” es el texto que da título a una de las exposiciones del próximo EncuentroMadrid 2010, dedicada a este hombre extraordinario. La historia biográfica y literaria de Solzhenitsyn es una muestra inigualable de la lucha entre el “yo” que toma conciencia de sí mismo y el “mal anónimo” del sistema totalitario. En su dramático recorrido existencial entre la guerra, el lager y el cáncer, el escritor va librándose paulatinamente del tremendo chantaje del mal y reconquista su libertad y la capacidad de juzgar, convirtiéndose así en piedra de toque para todo un pueblo.
La exposición, a cargo de un equipo de estudios coordinada por Adriano Dell’Asta, Catedrático de Lengua y Literatura Rusa en la Universidad Católica de Milán en colaboración con la Fundación Solzhenitsyn de Moscú, fue presentada en el Meeting de Rimini de 2008.
En EncuentroMadrid 2010, el profesor Dell’Asta nos acercará a una persona que fue capaz de sostener las esperanzas de tantos hombres atraídos por su voz, serena y clara, que seguía cantando en la miseria.
* «El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria» (Ernesto Sábato, La resistencia, Seix Barral, Buenos Aires, 2001,p. 75.)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón