Los primeros fríos empiezan a hacerse notar. En la explanada del hotel Planibel de La Thuile, quinientas personas, la mayoría entre 15 y 18 años, desafían al viento y la lluvia cantando y bailando. Una abuela que pasea con su nieto no puede evitar detenerse para mirar asombrada desde la calle. Los ciclistas también se paran y observan con una sonrisa.
«El Misterio canta entre nosotros, aprendamos a escucharlo», había dicho el padre Pigi, responsable del Equipe de Gioventù Studentesca de primeros de septiembre, cuando explicaba la indicación del silencio al empezar la asamblea celebrada pocas horas antes. Ahora, cantando en la asamblea, piensas en esa frase, y en que estos chicos y los profesores que les acompañan no están solos en su canto.
El padre Pigi lanzó un desafío desde el primer momento. «Solo os pido que miréis lo que va a suceder estos días delante de vuestros ojos. Estamos aquí por una preferencia. ¿Quién de nosotros no quiere sentirse preferido?», comenta Alberto Bonfanti, profesor y responsable de GS. «Pero en esta preferencia tenemos una tarea: renacer, dentro de cada circunstancia que tengamos que vivir. Por eso el orden del día que nos hemos dado es ver en nuestra vida si realmente “todo es para ti”, como decíamos en el Triduo de Pascua».
Al día siguiente, asamblea matinal. Un fado portugués abre de par en par el corazón hasta del más somnoliento. «Foi Deus, fue Dios quien dio luz a los ojos, perfume a las rosas, oro al sol y prados a la luna…». Alessandro es el primero en intervenir. Cuenta cómo su irritación mientras esperaba a un amigo que llegaba tarde se convirtió en un diálogo precioso con un compañero que se encontró casualmente; y una fuerte discusión con su madre por la que salió a dar una vuelta en la que cayó en la cuenta de la belleza de un bosque que había visto cientos de veces. «Tengo la experiencia de que todo es para mí. Sin aquel retraso de mi amigo, no había tenido esa conversación. Sin aquella pelea, no habría visto el paraje que tenía alrededor». Luego murió su tío. «En este caso es más difícil. Pero ahora sé que tengo una hipótesis de la que partir porque en otros casos ya he visto que sucede…». «¡Eso es!», le interrumpe Pigi: «¿Qué quiere decir que ya has visto? Que has abierto los ojos. Lo que sucede no es para que te retires de la realidad sino para que abras los ojos ante ella».
Algo parecido le pasa a Francesca con una amiga finlandesa a la que acogió durante un intercambio. Se entusiasmaba cada vez que veía el sol, pues suele verlo pocos días al año, «y eso me hacía asombrarme también yo por algo a lo que nunca hago demasiado caso». Para Anna, en cambio, la sorpresa viene del abrazo de los amigos que no se escandalizan por sus errores y pequeñez. «Con ellos puedo ir a cualquier parte». «¿Veis? Hace falta alguien, un amigo, para caer en la cuenta de la realidad. La amistad es esto, no uno que te da instrucciones para el uso», responde Pigi. Ok, pero el amigo puede resultar fascinante al principio y luego cambiar de camino, traicionarte, señala Costanza: «¿Entonces el camino no vale?». «Sí, pero ese es el comienzo de lo más bonito que puedes aprender en la vida. Uno percibe una fascinación, una “belleza dentro de una belleza” que ni siquiera los límites pueden eliminar. Cuando esto decae, puedes tirar la toalla… o preguntarte qué es lo que había detrás».
«He vivido un verano pleno, sin perder la ocasión de vivirlo todo a tope con GS. Unas vacaciones ciellinas perfectas», cuenta Andrea. Pero «siempre me quedaba una nostalgia. Estaba todo, menos yo. Estaba viviendo el movimiento sin Jesús». «No existe el modelo ciellino. Es un esquema, una jaula de frases hechas donde te ahogas», replica el sacerdote. «Para don Giussani, cualquier gesto del movimiento no tiene otro objetivo que la memoria de Cristo. Si no tienes novia, un día montas en el telesilla y mientras subes te cruzas con una pareja que baja abrazada, y piensas: “Me falta una chica”. Pero si la tienes, y ella no está, cuando ves a la pareja te acuerdas de que te falta ella. No una chica sino ella. Es una presencia que ya ha conquistado vuestra vida». Entonces nos damos cuenta de que «nuestro problema es la relación con Él en cada circunstancia». Termina la asamblea y llega ese momento de cantos en la explanada del hotel, antes de comer.
«Todo lo que he oído está bien, ¿pero qué pasa con mi vecina que ha muerto en el atentado de la Rambla? Yo no puedo decir estas cosas ante la maldad sin sentido de los terroristas». Inés es de Barcelona, está sentada a la mesa con otros españoles y un grupo de amigos de Abbiategrasso. Están comentando la asamblea de la mañana y ella se rebela: «Lo que he vivido en las vacaciones de GS no tiene nada que ver con esto». «¿Pero qué pasó aquellos días juntos?», le pregunta César, responsable de su comunidad, recordándole a los universitarios del CLU que fueron allí para servirles durante sus días de montaña, cocinando y limpiando las letrinas, para que los más pequeños pudieran disfrutar de todo. «Fui pensando que era una nulidad. Me sentía así, pero al volver era una nulidad abrazada...».
A las 17.30h vuelve a llenarse el salón, después de que los quinientos bachilleres jugaran juntos durante dos horas divididos en equipos. El hilo rojo son Los novios de Manzoni, la novela que han releído durante el verano. En el escenario están ahora Mateo, Giovanni, Pietro y César, «pero podría ser cualquier de vosotros», dice Pigi. No son héroes ni nada por el estilo.
Mateo estudia cuarto de contabilidad en un centro público. «Allí soy el único del movimiento, pero decidí presentarme como representante del instituto, y me eligieron». En septiembre se suicidó un chico de la escuela. «Los pasillos eran un auténtico valle de lágrimas», recuerda Mateo. ¿Qué podía hacer? «Organicé un encuentro con Silvio Cattarina y con algunos de los chicos de su comunidad de recuperación de L’imprevisto. Todos mis compañeros quedaron impactados. Y contentos, dentro del dolor». A los pocos meses, Mateo se encontró en la tesitura de decidir entre una excursión de clase y el Triduo. «No podía permitirme las dos cosas. Elegí a GS pero el jefe de estudios me llamó: “Con todo lo que has hecho y estás haciendo por nosotros no puede ser que no vayas a la excursión. Yo te la pago”».
La historia de Giovanni también es sencilla. Una vida plena que no le satisface. Una novia, un equipo de fútbol… «Pero todo me resultaba insoportable. Apartaba a la gente que intentaba consolarme». Pasó un año así, hasta que un amigo sacerdote le propuso ir a echar una mano a los afectados por el terremoto de las Marcas. «Conocí al propietario de un resort. Su vida había sido muy dura, había perdido a una hija, su mujer le había abandonado, y luego el terremoto. Mientras me lo contaba, lloraba, pero tenía dentro algo que le mantenía en pie. Tenía la misma necesidad que yo, pero la vivía con una fe y una certeza mucho más grandes». Después fueron llegando nuevas amistades en las que «me he sentido preferido, y he entendido que durante todo el año no había deseado otra cosa que esto».
Después de Giovanni, era el turno de Pietro, que contó su nueva aventura como profesor de la escuela pública. Suplencias, conversaciones y una experiencia de formación en la cárcel que culminó con él, guitarrista y apasionado por la música, dirigiendo un concierto de Navidad con los presos. «Algunos con delitos muy graves, pero allí estaban todos, cantando. Al día siguiente todavía estaban conmovidos. “Nunca había visto algo así antes”, le comentó un preso marroquí. “Tenemos que repetirlo. Ayer tuve que pedirle al guardia que me dejara salir diez minutos a fumar porque lo que estaba pasando era tan intenso… era demasiado”. En aquel momento, ese hombre me estaba devolviendo toda la potencia de lo que yo ya había encontrado».
«Los terroristas vivían a quince kilómetros de nuestra casa», arranca César, un profesor de Madrid que ahora da clase en Cataluña. «Quedamos a cenar la misma noche de los atentados». Entre plato y plato, rabia y consternación. Y una pregunta: «¿Lo que vivimos tiene la potencia de responder a tanta barbarie?». Al día siguiente, César fue a ver a una chica que estaba muy alterada y asustada. Después de horas delante del televisor, se había bloqueado. «Bastó que habláramos un poco y a los pocos minutos era otra. Muchas veces afrontamos los desafíos solos. Pero solo un encuentro, una relación, permite afrontar lo que parece imposible». El encuentro puede provocar una revolución en el corazón. «Hasta poder decir “yo soy un bien, todo es un bien”. Parece poco frente al terrorismo, pero es el método de Dios, la hipótesis para entrar en la vida de todos los días».
En el fondo, es el mismo desafío que afronta el Innominado de Manzoni, llevado a escena por una “compañía” de bachilleres de Varese. Ni siquiera el partido entre Italia y España consigue que los chicos se retrasen. Con gran puntualidad abandonan la pantalla, expectantes por lo que va a suceder en el salón, dispuestos a dejarse sorprender y conmover, como de hecho sucede mientras vuelve a acontecer delante de nuestros ojos el diálogo entre el cardenal Federico y el carcelero de Lucía.
«¿Qué es lo que provocó en el Innominado el encuentro con el cardenal?», pregunta Pigi el domingo por la mañana, volviendo a retomar la asamblea del día anterior y planteando el trabajo de la Escuela de comunidad de este año sobre Huellas de experiencia cristiana, de don Giussani: «Un deseo y una esperanza, aunque confusa, de hallar consuelo al “infierno” en que vivía su corazón». Hace falta alguien que nos haga abrir los ojos y «descubrir quién “está detrás” de lo que nos fascina», continúa Pigi. «Y aun así no basta, porque no existe un modelo. Podemos hacerlo todo y perdernos a nosotros mismos. Entonces, ¿cuál es el camino?». Vuelve entonces al Innominado. «“Obstinado a vuestra puerta, como el pobre, volveré”. Necesita que vuelva a suceder ese encuentro. Debemos pedir que todo lo que afrontamos y vivimos se apoye solo sobre esta espera de Él. Volver a ver el rostro de quien ha conquistado nuestro corazón: ¿qué podrá ser este curso si volvemos a clase así?».
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