Igual que un campesino ve ya en la semilla del rosal la hermosa flor que brotará, un profesor puede ver en un adolescente una gran historia que se desarrolla poco a poco, y puede decidir seguirla, regalándole un libro de poesía. ¿Qué sucede en una vida que se dedica a los demás? ¿Qué puede ser un gesto, un pequeño detalle, qué puede significar prestar un libro a un alumno?
«En un acogedor salón al aire libre» como es el oratorio de la parroquia de Santa Julia en Turín, casa de los sacerdotes de la Fraternidad San Carlos, donde se desarrolla la iniciativa "Mayo en el oratorio", un mes dedicados a campeonatos de fútbol y encuentros culturales, más de mil personas se dieron cita para escuchar al escritor y profesor Alessandro D'Avenia, que iba a hablar sobre "La novela en tiempos de WhatsApp".
El autor de tres grandes éxitos en la literatura juvenil italiana, uno de ellos muy conocido también en España (Blanca como la nieve, roja como la sangre, Cosas que nadie sabe, Lo que el infierno no es), habló como profesor. Cuando por la mañana pasa lista, llama a sus alumnos uno por uno y se da cuenta de que ante cada uno de ellos se encuentra delante de un mundo de infinitas posibilidades. Como rosas que florecen, creadas para ser hermosas pero todas distintas entre sí. «Pasar lista no es más que volver a proponer el gran misterio del ser, cada uno cargado de sueños y proyectos que llevamos encima, y es como si al llamarte por tu nombre te preguntaran: ¿qué novedad traes?, ¿qué historia tienes que contar?».
El cristianismo es esto. «Existe una manera de levantarse todas las mañanas y decir: yo soy el centro de una gran atención, por lo que en cada cosa que hago, estar en clase, estudiar una página, poner la mesa, resuena un eco de infinito que lo convierte en algo grande».
D'Avenia confesó que debe mucho a sus maestros: a sus padres, que todavía le sorprenden por el afecto que le muestran; a su profesor de Lengua, que vio en él el fuego que llevaba dentro y le animó a dedicarse a la enseñanza, regalándole un libro de poesía; a Pino Puglisi, asesinado por la mafia por su constante compromiso evangélico y social, que daba clase en el liceo clásico Vittorio Emanuele de Palermo. Recordó a don Pino en los pasillos del liceo durante el intervalo entre clases, al servicio de la novedad que cada alumno era y les sonreía como diciéndoles: «Tú no tienes que ganarte el derecho a estar aquí, tú eres querido». El suyo era un ejercicio de amor real, concreto, constante, que reservaba a todos, incluso en los barrios de la periferia. Una mirada liberadora que hacía florecer al otro, que hacía brotar todas las dimensiones de lo humano en aquellos con los que se encontraba. Una mirada que incluso le permitió sonreír en paz ante la muerte.
«¿Acaso no queremos esto también nosotros?», preguntó D'Avenia. «¿Cómo habitar en nuestra frágil, falible condición humana, construyendo dentro de nosotros una parte, un espacio donde todo es amor siempre, donde todo es libre siempre, que nada que hagamos puede arruinar porque no es nuestro? ¿Vosotros no queréis esto?».
El encuentro se cerró con la lectura de una página del final de su última novela, Lo que el infierno no es, donde el autor imagina qué pensaría Puglisi entre el momento del disparo y el de su muerte, y trata de entender los lamentos de un hombre en los últimos instantes de su existencia, para llegar a descubrir que don Pino no se lamentó de nada, pues todo lo amó. Y que pudo sonreír al atravesar aquel umbral porque las cosas que él más quería ya se habían hecho realidad para él.
Al día siguiente, una chica comentaba así el encuentro en Facebook: «Gracias por existir, y por ser así, hay un gusto que llena la vida cuando las das por los demás, y en ti he visto que eso me conviene. Por eso hoy he empezado a tratarlo todo y a todos como si fueran pequeñas rosas».
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