«Nos gustaría vernos a final de curso para dar gracias por lo que hemos vivido y juzgarlo juntos, para que pueda ser ocasión de dar un paso nuevo de conciencia». La provocación planteada por Alberto a un grupo de bachilleres de Lombardía no era en absoluto formal, sino la invitación a vivir el final de curso de un modo más razonable. «Sería precioso, ¿pero dónde?». «Que cada uno intente pensar y buscar un lugar adecuado, luego nos vemos y lo valoramos juntos».
No había pasado aún una semana y Pedro, de tercero, llegó con una propuesta:
había hablado con el párroco de la iglesia del Carmine de Pavía, donde vive él, y este les ofrecía acogida. La asamblea y la misa se podrían hacer en la iglesia, muy bonita, que durante diez años prestó a la ciudad los servicios de la catedral, que se había cerrado para trabajos de restauración.
Empiezan entonces a imaginar la jornada: juegos, fiesta, asamblea con Davide Prosperi -que se ha convertido ya en un gran compañero de camino para los bachilleres-, misa. Pavía, la ciudad de san Agustín. Y como lema de la jornada, como sucediera ya en el Triduo, partirían de la observación del Papa Francisco el 7 de marzo: «Todo comienza con un encuentro». Una ocasión incluso para revivir la vida del santo de Hipona en el encuentro y la amistad con personas prendadas de amor por Cristo.
El juego también se desarrolló como un recorrido tras las huellas de Agustín. Los equipos representaban diversas características de la figura del santo, de modo que competían entre sí “Agustín obispo”, “Agustín rector”, “Agustín filósofo” y “Agustín maestro”. El principio era su juventud, un tiempo que fue de búsqueda apasionada y de grandes contradicciones. En un aparcamiento a las afueras de Pavía –que representaba la provincia africana de Cartago, donde Agustín pasó su juventud– los cuatro equipos se enfrentaron por grupos en cuatro pruebas: el “robo de las peras”, en referencia al “delito nocturno” del joven Agustín en busca de “peras”
ocultas en el bosque. Luego el encuentro con los maniqueos, la primera corriente filosófica con la que Agustín se encontró en su búsqueda. En esta prueba, los chicos tenían que construir un camino para llevar al joven filósofo a la búsqueda de la verdad. Por último, la prueba de los
neoplatónicos: construyendo pirámides humanas, los equipos volvían a proponer el esfuerzo de los últimos filósofos paganos por reunirse con Uno.
Terminada su aventura africana, Agustín ya es adulto y embarca a Italia.
Pero antes de cruzar el Mediterráneo, el Tesino en nuestro caso, tenía que ganar una cátedra de retórica. Los capitanes de cada equipo debían por tanto construir una “cátedra de retórica” (made in Ikea) y ganarse así el derecho a llegar a Italia, el centro histórico de Pavía situado al otro lado del río. El paso del río llamó la atención de multitud de viandantes que se paraban a mirar: «¡Mira qué bonito!», le comentaba una mujer a su marido.
Ya en la ciudad, los equipos iban a revivir los encuentros que llevaron a Agustín a su conversión: con su madre, Mónica; con el obispo, Ambrosio; y con el amigo de toda su vida, compañero en el error, en el pecado y también en la luz de la conversión, Alipio. Otras dos pruebas volvían a proponer dos momentos decisivos en el cambio de vida del santo, el “tolle et lege” –el momento de la conversión, cuando leyendo las cartas de Pablo en un jardín decidió «despojarse de la carne y revestirse de Cristo»– y el Bautismo, último paso de una aventura que duró treinta años.
Finalmente, en la plaza del Carmine, bajo el primer sol veraniego, los cantos con el coro –qué hermosa Amazing Grace, cantada al unísono– y los sketches, con lo que hicimos un recorrido por los momentos clave del año: el encuentro con el Papa, el Triduo Pascual, la proyección en el colegio de los videos por los 60 años del movimiento y el de la vida de don Giussani y las muchas experiencias vividas en la caritativa. Movidos por la provocación del Papa Francisco, «no seáis cristianos de museo», terminamos con las palabras de don Giussani resonando en la plaza: «que todo lo que pasa entre nosotros no acabe nunca».
En silencio, entramos en la iglesia para la asamblea con Davide Prosperi.
Las intervenciones hablan de un año muy intenso: desde el encuentro con el padre Douglas de Erbil hasta la venta de la revista Huellas en las calles de Milán. «Deseo en cada instante encontrar y ser testigo de la positividad que porta la realidad», contaba Teresa; o la sorpresa de Giuseppe por «la presencia de Su gracia en la vida, que genera una mirada y una sonrisa que de otro modo serían una insensatez».
«Si estás seguro de que lo que has experimentado es lo que deseas», le interrumpió Davide recordando la experiencia de su enfermedad el año pasado, «entonces es lo contrario de una insensatez. Es una profundidad, eso es lo que te permite resistir incluso en los momentos de oscuridad». Ante las preguntas de Giovanni y las dudas de Lorenzo, respondió: «Es como en la experiencia del enamoramiento, donde no siempre es todo alegre, también hay tensiones, pero el otro te despierta. Dios se mueve con nosotros mediante dos instrumentos: la realidad, el Cielo habla a través de las circunstancias; y la compañía, no te deja solo. Es una experiencia, como el enamoramiento, que no es solo sentimiento, es un juicio definitivo que introduce un vínculo que es para siempre. Sed fieles a las intuiciones que lo que habéis vivido ha suscitado en vuestro corazón, llegando hasta el fondo del desafío que se ha introducido en vuestra vida».
«El camino lo tenemos delante de nosotros», concluyó Alberto. «Para no dejar de desear cosas grandes, hay que estar apegado a los que están vivos, pidiendo siempre al Señor que cumple lo que nosotros no podemos realizar con nuestros esfuerzos. Es lo que os deseo en la vida. Es lo que os deseo para este verano, que no sea la entrada en un momento de vacío sino en el tiempo de la libertad». Luego la misa, con el obispo, monseñor Giovanni Giudici, y la certeza de san Agustín: «Se alimenta el alma con aquello que la alegra», exactamente igual que ese día.
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