Es época de lluvias, hay barro por todas partes. Los empleados de limpieza de la escuela se pasan la mañana limpiando el suelo. Miles de huellas decoran las baldosas del pasillo. Los alumnos, que recorren diariamente al menos cuarenta minutos a pie para llegar a la Luigi Giussani High School, llegan siempre empapados y cubiertos de barro. Pero no pueden faltar a su cita con las aulas y quedarse en la cama. Se están preparando para los exámenes estatales, que durarán un mes. Para algunos serán los últimos, y por tanto decisivos, pues marcarán las opciones de su futuro. Cuanto más altas sean las notas, tanto más grandes serán las posibilidades que tengan de realizar sus aspiraciones.
Un gran peso para ellos, como cuenta Emmanuel, estudiante del último curso: «Los exámenes se acercan, y la mirada de todos se dirige hacia mí, están ansiosos por ver mis resultados. Especialmente mis amigos, mi familia, los profesores, y muchas otras personas. ¡Qué tensión!».
En Uganda funciona así. Un solo examen parece capaz de destruir el deseo de toda una vida. Nadie puede permitirse un error. ¿La palabra clave? ¡Tengo que conseguirlo! Nadie puede estar tranquilo. A menos que uno sienta que no está solo frente a todo esto. Como le ha pasado a un grupo de estudiantes que han empezado a vivir la circunstancia del estudio como una ocasión para madurar y para responder a la pregunta fundamental: ¿yo qué estoy buscando?
Hace tres semanas se publicaron los resultados de algunos controles regionales, que se celebran dos meses antes de los exámenes estatales. Son una forma de comprobar cuál es la situación escolar de los alumnos y prepararse para los exámenes finales. Un gran número de jóvenes se amontonaba ante los tablones: todos sabían que estos resultados eran muy importantes.
Goldie, alumno de sexto curso, no creía lo que veían sus ojos. Se quedó de piedra frente al gélido muro de las notas, mientras una gran amargura ocupaba su corazón. El tablón hablaba claro: había conseguido muy pocos puntos. Si obtuviera el mismo resultado en los exámenes finales, obviamente no podría matricularse en ninguna universidad. ¡Qué desilusión! Su corazón empezó a latir salvajemente: «¿Qué hago yo en clase? ¿Qué significa todo esto? ¿Qué estoy buscando aquí? ¿Conseguiré llegar hasta el final?». Estaba abrumado por la ansiedad. No conseguía estar en paz de ninguna manera, hasta que decidió hablar con un amigo. En aquel momento Goldie se dio cuenta de hasta qué punto había reducido su yo al mero proyecto de superar los exámenes. Su único pensamiento era obtener buenos resultados, sin dejar espacio a nada ni a nadie más. «Pero en aquel momento empecé a darme cuente de que yo no puedo quedar reducido a la nota que llegue a alcanzar», explica. «Yo soy mucho más que eso. Yo soy amado, y ese es mi valor real».
Este descubrimiento le ha hecho entender que toda su humanidad había sido despertada, y se ha dado cuenta de que, también en la circunstancia de estos exámenes, sigue buscando a Aquel que su corazón ama. «Cuanto ha sucedido ha sido para mí una oportunidad de conversión del corazón, porque si yo no estoy definido por estos resultados, entonces estoy definido por algo más grande. Por eso me estoy preparando para los exámenes finales del próximo mes con la conciencia de que en cada instante de la vida mi corazón le busca a Él, y todo lo que sucede no es más que un paso adelante en esta búsqueda. Lo que se me pide, a través del estudio, es un sí o un no. Por eso ahora me sorprendo amando mis libros».
En estos días, muchos compañeros de clase de Goldie se preguntan qué le ha pasado. En su rostro va impresa la sonrisa de alguien que sabe con certeza lo que está buscando y experimentando.
Es la misma sonrisa que vemos en la cara de Emmanuel (Emma). Él también confiesa que ha hecho un descubrimiento fundamental en este tiempo. Todos conocen a Emma como un chico alegre, con un gran deseo de divertirse. Es uno que siempre está preparado para hacer reír a la gente, pero la situación de los exámenes le ha interpelado. Como muchos otros, él también tenía sus proyectos. Estudiar, estudiar y estudiar, olvidando todo lo demás. Esa era su estrategia para conseguir una buena nota. «Pero viviendo así, llegado a cierto punto me di cuenta de que tenía miedo a los libros, al tiempo, a mi escasa concentración, a mis pocas energías. Me sorprendí deseando no tener que afrontar la realidad de los exámenes. Y me di cuenta de que algo faltaba».
La semana pasada Emma decidió no ir a clase. Tenía que estudiar demasiado, quería quedarse en casa, lejos de las aulas, de sus amigos y profesores. Se encerró en casa con la intención de pasar el mayor número posible de horas con los libros. Lo tenía todo listo: cuadernos, bolis, apuntes. Todo en orden a su disposición. No faltaba nada. Pero nada más sentarse en el escritorio, su corazón se vio asaltado por la nostalgia. «¿Qué es lo que me falta? Aquí tengo todo lo necesario». Hizo muchas hipótesis, pero no se encontraba en paz. Ante todo aquello se vio obligado a ir hasta el fondo de su experiencia. «Tal vez sea Cristo, el significado de todo, lo que me falta». Inmediatamente recordó las palabras de Rose: «Cristo siempre está presente, lo que falta somos nosotros».
Emma quería entender esta afirmación. Se puso a leer a fondo el texto de los Ejercicios de la Fraternidad, el punto titulado «Cómo salir de la inmadurez». Y se quedó impactado. Se reconoció en la experiencia de los apóstoles, sorprendiendo en él la misma actitud: el pan era su principal preocupación, mientras que la fuente, la panadería, estaba justo allí delante. «Al leer esas palabras, mi nostalgia por Cristo se volvió a despertar, mis ojos se abrieron para comprender la realidad, hasta el punto de que todo, haga lo que haga, me lleva al origen. Todo es ocasión para descubrirme a mí mismo. Ahora deseo salir de esta inmadurez a través de las circunstancias que estoy viviendo. Solo tenía que hacer una cosa: llenar la mochila de libros, salir de casa y volver a la escuela para estudiar con otros y dejar de esconderme. Sí, dejar de esconderme, porque cuando recuperas la relación con Aquel que te tiene entre sus manos ya no te definen tus propias medidas ni tus proyectos, ni siquiera tu pecado. Ya no quieres esconderte de nada ni de nadie».
Lo mismo le ha pasado a Richard. Los resultados regionales tampoco han sido una agradable experiencia para él. Siempre ha sido uno de los mejores estudiantes de la escuela, pero estos resultados no han sido muy buenos, y él se quedó turbado. La nota era inferior a lo que esperaba. Su mente empezó rápidamente a analizar todas las posibles razones para un resultado así. Seguramente no había estudiado lo suficiente, ¿pero cómo ignorar la amenaza de los exámenes, la vergüenza de esa jornada negra? Un amigo, al ver que no estaba bien, le recordó una frase donde don Giussani dice que el centro de la vida no es un logro sino el reconocimiento de una Presencia. Tal vez por eso, el motivo por el que muchos de nuestros contemporáneos no se sienten queridos, buscan el cumplimiento en otra parte. Bastaría darse cuenta de qué somos para entender si con nuestro “hacer” somos capaces de responder a nuestro drama humano. La vida es este amor, es el reconocimiento de ser amados.
Richard se quedó conmovido. Había alguien más fuerte que su fracaso, alguien que podía liberarle de su medida, de su dolor. «Me he sorprendido deseándole a Él. Me he dado cuenta de que en medio de mi confusión, de mi fragilidad, había llegado a dudar de la presencia de Cristo, el único que me hace ser en cada instante, aunque yo no me dé cuenta. Aunque esté confuso, desorientado, lleno de errores, Él está presente».
Después de este abrazo, Richard empezó a pasear por el pasillo de la escuela feliz y lleno de nuevas energías. La razón está clara, la señala él mismo: «Me he dado cuenta de que el éxito ligado a los buenos resultados no basta, ni siquiera es eso lo que mi corazón deseaba con tanto ardor en ese momento. Deseaba algo más grande que mi éxito escolar. Deseaba un Tú, que es mi verdadero yo».
Y añade: «Ahora, hasta estudiar se ha convertido en algo hermoso. Antes de hacer este juicio, cuando leía me quedaba en la superficie de lo que leía, sin ir hasta el fondo. Ahora, cada cosa que leo es verdadera porque voy más allá, y entonces descubro que verdaderamente estos libros son para mí. Leerlos, estudiarlos es una forma de volverme a descubrir a mí mismo en relación con Él. Este es el verdadero éxito».
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