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Empezar el curso es una aventura

Nacho de los Reyes
07/10/2014
Un momento de excursión.
Un momento de excursión.

¿Por qué 100 adolescentes deciden pasar un sábado de octubre con sus profesores? ¿Qué tipo de amistad podemos vivir para que el inicio del curso no esté lastrado por el aburrimiento o el recuerdo del verano? Estudiantes de bachillerato y secundaria de Comunión y Liberación nos dimos cita en el entorno de Guadarrama para comenzar juntos la aventura de un nuevo curso.
Se entiende que se trata de una aventura por la alegría de sus rostros, por las amistades que se han ido fraguando en los últimos años, por el vínculo sorprendente entre estudiantes y profesores. Es una aventura porque da inicio a algo que no tiene fecha de caducidad. Tras una marcha de diez kilómetros por el precioso Valle de los Caídos, nos juntamos en un salón para mirar cara a cara los grandes desafíos de la vida, para ver qué pasos han dado algunos de estos jóvenes. Marta de la Torriente, estudiante de la UCM, nos cuenta en un testimonio la cantidad de cosas que han seguido sucediendo en su vida, la cantidad de sorpresas que se encuentra cuando vive seriamente las circunstancias que le tocan vivir: “Se dan relaciones inesperadas porque de repente te fijas en las chicas que están en la primera fila o en el chico que sale a la pizarra y no sabe cómo resolver un ejercicio. Hacer caritativa me ha ayudado a esto. Me dije: ‘si en la caritativa he pasado toda una tarde con unas mujeres a las que no conozco de nada, y he acabado contentísima, ¿cómo no voy a conocer a la gente con la que comparto una misma clase?’. Así, nos hemos juntado para ayudarnos a sacar las matemáticas adelante, hemos organizado tutorías con la profesora y, poco a poco, se ha empezado a pegar gente a nosotros”.
También Eva, médico de familia, testimonió cómo ella crece en su trabajo respondiendo a las personas y a los hechos con los que se topa cotidianamente, bellos y dolorosos: “Al principio, cuando me encontraba delante de chicas que querían abortar, automáticamente les decía que yo era objetora y las derivaba a las asistentas sociales. Con el tiempo, he aprendido a mirarlas y a acompañarlas, a preguntarles y a estar con ellas, en su dolor y en su alegría”.
En las intervenciones de otros estudiantes o en las cartas que algunos de ellos habían mandado se expresaba de forma nítida no solo el deseo de que la vida se convierta en algo grande, valioso y útil, sino también la conciencia de que solo la fe y la relación con Cristo, hoy, puede hacernos afrontar el dolor y el sacrificio de forma humana, puede hacernos gustar y disfrutar de las cosas que amamos. Este puede ser, sin duda, el inicio de una gran aventura.

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