Hemos dejado solo al hombre. Con estas palabras, el periodista Domenico Quirico narraba al Meeting de Rímini la grave situación que vive Oriente Medio, que en los últimos años se ha precipitado a través de revoluciones, guerras y horrores que especialmente durante los últimos días ha causado en Iraq la muerte de cientos de cristianos y yazidís a manos de los combatientes yihadistas del Estado islámico (IS).
«Nuestra culpa –explica Quirico– ha sido olvidar a estos hombres». Cesare Pavese se preguntaba: «¿Qué importa vivir con los otros, cuando a cada cual se le da un ardite de todas las cosas verdaderamente importantes para uno?». Nosotros no podemos aceptar esta indiferencia: por eso ahora –al empezar el curso escolar– queremos recordar a nuestros hermanos que por todo el mundo, de Libia a Nigeria, de Afganistán a Siria, mueren por no renegar de su fe.
Nuestra atención para por una pregunta. No se trata de una piedad sentimental o altruista, sino sobre todo de una “bondad egoísta”: el momento que están viviendo los cristianos perseguidos interpela nuestra vida diaria con una potencia tal que no podemos quedarnos callados. Estos hechos sacuden nuestra habitual indiferencia, llaman nuestra atención, nos despiertan preguntas como: ¿qué relación existe entre nuestro inicio de curso y el dramático momento que está atravesando el mundo? ¿Qué nos dicen, a nosotros estudiantes, estos hombres que mueren?
Afirmar al otro. «Lo que está sucediendo en Oriente Medio –decía Quirico– no es el nacimiento de una nueva dictadura sino la llegada de un totalitarismo», y el totalitarismo es «la negación del otro por ser otro». Esta es la primera provocación. La crisis iraquí revela, llevándola a consecuencias extremas, una experiencia que también vivimos nosotros. De hecho, en cada instante de este año estaremos llamados a elegir entre afirmar al otro como un bien –independientemente de cualquier otro factor– o reconocer en lo distinto un obstáculo. El otro, en una escuela, es el compañero de pupitre, el profesor, la asignatura que estudio, que puede convertirse en una riqueza para nosotros por descubrir, o en un enemigo al que odiar.
Morir, es decir, dar la vida. La segunda provocación es el sacrificio de los cristianos, al que llevamos meses asistiendo diariamente: hombres que aceptan morir por no renegar de su fe, de su pertenencia a Jesús. Ofrecer la propia muerte significa donar la vida, todos los días, en cada instante. Por ello, el ejemplo de los hermanos mártires en todo el mundo también nos pone a nosotros, que no nos persiguen, ante la misma opción: ¿por qué estamos dispuestos a dar nuestra vida?
Al empezar un nuevo curso escolar, los hechos que suceden nos dirigen esta pregunta: ¿por quién viviremos las horas de clase, el estudio, la amistad y las relaciones, los momentos de alegría y el cansancio? No podemos abstenernos de responder. Buen curso.
José, Hilaria, Lucas, María, Pablo, Ricardo, Tiziana, Ricardo, del Instituto "Sacro Cuore", Milán.
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