Trescientas mil personas en la plaza, cientos de autobuses, hasta un barco de Sicilia, una verdadera fiesta popular. Desde el punto de vista numérico, el encuentro del mundo de la educación con el Papa Francisco el pasado sábado, promovido por la Conferencia Episcopal Italiana, fue un éxito que superó todas las expectativas. ¿Qué queda ahora que todos han vuelto a clase? Quedan los testimonios narrados por los que dedican su vida en la escuela para ofrecer a los jóvenes una perspectiva positiva para su vida, aquellos que, como señaló el presidente de los obispos italianos, cardenal Angelo Bagnasco, son protagonistas de «un acto de esperanza que se renueva cada mañana».
Queda la pasión de los que acogen la discapacidad convirtiéndola en una ocasión para compartir, los que alejan a los chicos del abrazo mortal del crimen organizado y les hacen descubrir el estudio como el camino que les puede rescatar, los que enseñan un oficio y comunican un interés por la realidad entera, los que toman en serio esa piedra preciosa que es la libertad y se comprometen para que llegue a ser un fruto de humanidad plena.
Quedan las palabras, sencillas y esenciales como de costumbre, que el Papa Francisco dirigió a las trescientas mil personas que se reunieron en la plaza y a todo el pueblo educativo. «Siempre es una mirada lo que te ayuda a crecer», dijo evocando a una maestra que tuvo cuando tenía seis años y que ya no olvidaría nunca, porque le enseñó a amar el colegio. Ese lugar donde construir la cultura del encuentro, necesaria «para conocernos, para amarnos, para caminar juntos». La escuela ofrece la oportunidad de «abrir la mente y el corazón a la realidad en la riqueza de todos sus aspectos y dimensiones», para educar en la verdad, en el bien y en la belleza. «Los chicos tienen olfato, y se ven atraídos por los profesores que tienen un pensamiento abierto, “incompleto”, que buscan siempre “más”, y contagian esta actitud a sus alumnos». Palabras, las de Francisco, que ofrecen píldoras de vida buena donde muchos de los presentes pudieron reconocer auténticos recursos que cada día les ayudan a combatir en la batalla de la educación, donde «ningún talento queda sepultado sino que se convierte en don para los demás».
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