Seiscientos estudiantes de enseñanzas medias empiezan sus vacaciones en La Thuile con el desafío de don Marcello: «La vida es una hipótesis que verificar: estás tú y tu deseo». ¿La respuesta? Estaba allí, entre las caminatas, los videos y los juegos...
Trescientos cincuenta chavales delante de un problema matemático. Cada uno con un cuaderno en el que tiene que escribir los datos y la tesis que debe demostrar. Todo ello en un aula extraña: un prado del valle de Aosta, ante el espectáculo del Mont Blanc. Don Marcello explica la decisión de empezar unas vacaciones con un problema de números y operaciones matemáticas: porque, igual que una cuestión de álgebra, «la vida consiste en verificar una hiótesis, con sus datos: estás tú, tu deseo, la realidad. Y la hipótesis es que la vida es bella y que hay Uno que te ama. Los datos están todos, así que el problema lo puedes resolver tú solo».
Así empezaron las vacaciones en La Thuile de los “Caballeros de Sobieski”, una experiencia cristiana que ha nacido en escuelas de enseñanza media. Llegaron desde diversas ciudades italianas para pasar cinco días juntos, con excursiones, juegos, películas y testimonios. El segundo día se unieron más chicos, por lo que al final eran 600 estudiantes. Todos se tomaron en serio el problema del primer día y buscaron la solución. «Quiero entender quién soy, me doy cuenta de que soy más que mis datos personales, pero no soy capaz de definirme», decía un chico el primer día. «Yo estoy lleno de deseos, pero no consigo entender cuál de ellos es el más importante», respondía otro. Con estas preguntas se pusieron en juego en todo lo que hacían: las caminatas, las asambleas, los juegos y el tiempo libre.
Cada día, un video, un punto de partida que afrontar. Como las imágenes de la victoria en una etapa del Giro de Italia de Paolo Tiralongo, amigo del campeón madrileño Alberto Contador. El español cedió al corredor siciliano el triunfo aquel día. «Jesús es así», explicó Marcello, «tira de ti durante el sprint y luego se mueve para que tu deseo se cumpla. Pero tú tienes que pedalear». El episodio se queda grabado en la mente de los chicos y les acompaña en la subida a la montaña, uno detrás de otro, ayudándose entre ellos a “pedalear”. «Era como si mis amigos estuvieran tirando de mí en cierto modo, pero en el último tramo la protagonista era yo», contó una chica durante la asamblea.
Habría que verles también ir a todas partes con una piedra en el bolsillo. Pasaban los días, se cambiaban de pantalones, pero siempre llevaban su piedrecita, celosamente custodiada. Se explica por la película que vieron el segundo día, La strada, de Fellini. Concretamente, por el diálogo entre la protagonista, Gelsomina, y un loco. «¿Ves esta piedrecita?», le dice el hombre a su amiga, que está triste porque la han tratado mal. «Ella también sirve para algo, no sé para qué, si no sería el Padre eterno, pero para algo debe servir. De lo contrario, si fuera inútil sería inútil todo. Por lo tanto, tú también sirves para algo». También hubo espacio para la compañía del Señor de los Anillos y para la misericordia de monseñor Myriel en Los miserables.
Gran interés suscitaron los testimonios de Maicol y El-Medhi, dos chicos de Casa Edimar, una casa de acogida en Padua para jóvenes con dificultades. No fue un simple encuentro, sino un auténtico diálogo. Maicol tiene 18 años y buena parte de ellos ha transcurrido entre diversos centros de acogida. Habló de la difícil relación con su madre, alcohólica. «No quería volver a oír su nombre, pero cuando después oí a Carlo Castagna (superviviente de la matanza de Erba, en Como) hablar del perdón, entendí que la única posibilidad que tenía para salir vencedor en esta historia no era la venganza, sino la mirada que tenía aquel hombre». Por su parte, El-Medhi, marroquí, hijo de padres musulmanes, se siente en Casa Edimar como en su propio hogar. Está sorprendido por cómo le tratan allí, hasta su padre se ha dado cuenta. De hecho, cuando sufrió un ictus y recibió la visita de su hijo en Marruecos, le dijo: «Vuelve a Padua, allí puedes construir tu vida con esas personas que tanto te quieren. Ellos estarán antes que nosotros en el Paraíso». «Lo que más me ha impresionado del cristianismo», testimonió él durante el encuentro con los Caballeros, «es que vuestro Dios se puede ver y tocar. Yo quiero ver a Alá igual que vosotros veis a Jesús». Muchos de los chicos se quedaron sin palabras al oír a un musulmán hablar así. Al terminar, Camilla comentaba: «Ellos tienen el mismo deseo que yo: ser felices para siempre».
Al volver, el autobús estaba cargado de una atmósfera diferente: un silencio alegre que reflejaba la riqueza de los días transcurridos. «Este año he encontrado a Dios de una forma distinta», escribe Blanca. «En muchas cosas que hacíamos no veía nada, sólo sentía envidia de los demás. Luego me di cuenta de que Jesús se me presentaba en las cosas difíciles que me sucedían, como en la excursión que no pude hacer. Pero, como la piedra de la película, hasta este sacrificio tenía sentido». En definitiva, unos días de enorme riqueza que se hacían más bellos en la medida en que cada uno se ponía en juego, siendo fieles a sus propias necesidades. «En los encuentros, oía hablar de deseo de felicidad y yo, puesto que no conseguía encontrarlo, pensaba que era mentira», cuenta Matteo. «Sentía un vacío que era incapaz de llenar. Durante los minutos de silencio, entendí que aquel “vacío” era precisamente aquel deseo, y desde entonces no he podido hacer otra cosa que buscar el modo de colmar esta exigencia».
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