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¿Qué puede vencer al miedo?

07/05/2011
Festejos en las calles de Estados Unidos <br>tras la muerte de Bin Laden.
Festejos en las calles de Estados Unidos
tras la muerte de Bin Laden.

La extraordinaria coincidencia de hechos históricos acontecidos el pasado 1 de mayo en contextos y lugares muy diferentes, referidos a personajes que difícilmente habríamos imaginado en un mismo escenario, no nos ha dejado indiferentes.
Benedicto XVI proclamaba beato a su amado predecesor Juan Pablo II y un millón y medio de peregrinos participaban conmovidos y agradecidos en la ceremonia.
En Pakistán, un equipo especial del ejército americano ejecutaba una misión secreta que, después de diez años de guerras y búsquedas inútiles, conseguía eliminar a Osama Bin Laden y lo asesinaba. En cuanto se conoció la noticia, miles de americanos salieron a las calles de las principales ciudades al grito de «se ha hecho justicia», quemando fotografías del líder de Al Qaeda.
Nos hemos sentido incómodos ante las imágenes de las estridentes manifestaciones de alegría por la muerte de un hombre. Hemos vuelto a ver en ellas la inquietante reacción que en las plazas de algunos países árabes tuvo lugar de una forma terriblemente parecida hace diez años, tras la caída de la Torres Gemelas.
Sin embargo, los periódicos y la televisiones parecen no darse cuenta y se dedican a ofrecer análisis políticos, recorriendo las etapas de la larga guerra contra el terrorismo, retransmitiendo las reivindicaciones en video de los terroristas y el mensaje de Obama a la nación y al mundo entero.
¿Por qué aplaude la gente? Se habla de la derrota del mal, de un peligro menos, se anuncia que el tiempo del miedo ha terminado.
Hemos tratando de imaginarnos a un americano que volviera a su casa tras los momentos de euforia en las calles. Tal vez también él, como nosotros, ha oído las primeras declaraciones de la CIA sobre posibles represalias y nuevos atentados terroristas. Tal vez se ha encontrado de nuevo solo con su miedo.
Y nos preguntamos: ¿puede un asesinato perpetrado a sangre fría al otro lado del mundo reconstruir los rascacielos destruidos y devolver la vida a los miles de personas que la han perdido trágicamente? ¿Acaso hace más ligera su falta o llena más el corazón? ¿Qué es, entonces, la justicia?
No podemos aceptar que la reacción ante un hecho doloroso sea sólo la rabia y la sed de venganza.
No podemos, porque hemos visto y conocido a hombres que han experimentado hasta el fondo este terrible dolor, que aún hoy conviven con la fatiga que causa la falta de una persona amada arrebatada injustamente. Personas como la viuda Margherita Coletta, que el mismo día en que su marido fue asesinado en el ataque terrorista de Nassirya, delante de los periodistas, con el Evangelio en la mano, habló de perdón. O como el padre Christian, abad de los siete monjes de Notre Dame del Atlas, en Argelia –cuyo martirio inspiró la película De dioses y hombres–, que rezó ante el cuerpo del líder del Grupo Islámico Armado, que le asesinaría unos meses después.
¿Qué puede vencer al miedo? Resuenan en nuestros oídos las palabras del Papa Wojtya al inicio de su pontificado: «No tengáis miedo: abrid de par en par las puertas a Cristo». Palabras que son actuales. No necesitamos derrotar al terrorismo, necesitamos vencer al miedo. Necesitamos la serenidad que Juan Pablo II nos testimonió con su vida.
La fascinación de esta serenidad llenó las calles de Roma y nos cambió.
Ante el inquietante intento de vencer al miedo eliminando a los propios enemigos, nosotros preferimos hombres libres, que cambiaron verdaderamente la historia, como el beato Juan Pablo II. Como dijo el padre Federico Lombardi tras el anuncio de la muerte de Bin Laden, «ningún cristiano –ningún hombre libre, diríamos nosotros– celebra la muerte de un hombre».
Maria Teresa, Lucia, Pietro, Maria Chiara, Martino, Maddalena, Simone, Teresa, Andrea

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