Siete mil bachilleres de toda Italia se reúnen en Rimini para los Ejercicios Espirituales de GS, con el lema “Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis”. El viaje juntos, el Via Crucis, el encuentro con los chicos de L’imprevisto. Diario de estos tres días.
Jueves, de camino hacia el triduo
Ya llevamos tres horas de viaje. Risas, conversaciones y cantos. Luego, un momento de silencio en el que me quedo sola junto a la ventana. Miro a mi alrededor. Estoy un poco cansada tal vez por la fatiga de los últimos días de clase, o tal vez porque anoche no conseguí dormir. O tal vez por la nostalgia de Él. Cuando mis ojos están a punto de cerrarse, llega mi amiga Lucía. Tiene un año menos que yo. Me sonríe y me dice: «Emi, estos últimos días me noto cansada, me doy cuenta de que no soy capaz de querer bien a mis amigos y que ellos tampoco son capaces de colmar toda mi necesidad. Sé que no es culpa suya. La cuestión es que no me basta con sentirme querida durante cinco minutos o una tarde. Necesito a alguien que me quiera siempre, alguien que siempre piense en mí». Me espabilo. ¡Yo he encontrado a Uno así! Lucía también lo ha encontrado, si no no estaría en este autobús. Comienza así para nosotras el Triduo, como la posibilidad de revivir, de reencontrar ahora a Jesús, que ya nos ha aferrado. Es verdad que sucede ahora, mi cara ha cambiado.
Viernes, hora de comer
Me siento a la mesa después de la lección de la mañana. Hay una chica que no conozco. Desa le pregunta qué le ha llamado la atención. Lleva dos semanas sin levantarse de la cama, no quiere ir a clase, no quiere hacer nada. Sólo mira la luna... Pero ayer la luna era distinta o, mejor, algo en ella cambió. Dice que se ha echado a llorar al oír las cartas que leía Eugenio. La chica de una de las cartas tampoco tenía ganas de vivir. «Siempre he intentado llenar de todas las formas posibles este vacío que siento». Pero Eugenio planteó una posibilidad nueva, una posibilidad por descubrir, por entender. Ese vacío puede no ser una tumba. Otros hablan también de la correspondencia que han experimentado. Me quedo sorprendida y pensativa, cuando llega de pronto la pregunta de Desa: «Emi, ¿en qué estás pensando?». Hablo del velo de tristeza que me está acompañando. Dos días antes de partir estaba en casa, enferma, no podía dormir ni estudiar, no entendía qué sentido podía tener ese tiempo en el que parecía que no sucedía nada. Como decía Eugenio, tenía claro dónde había experimentado, precisamente el día anterior, esa promesa de bien, pero en este momento tengo la sensación de estar en cualquier sitio menos en mi casa. Miro a Cris, ella dice que está empezando a amar también la melancolía, porque le acerca a Jesús. Así que le pregunto y ella me responde: «Estate atenta, que ésos son los momentos más verdaderos. Ya lo verás, no tardará en manifestarSe». Incluso esa melancolía es Suya. Entonces sonrío. Por la tarde vienen a verme dos amigos. ¡Qué alegría! No me habría alegrado tanto sin esas horas previas que me parecían tan desagradables. Desa me dice: «Fíjate, podían no haber venido estos dos amigos tuyos. No es ése el milagro. El milagro está antes. El milagro es poder mirar como una bendición la melancolía que sientes. Podrías haber pasado el día entero sola, melancólica pero con esta conciencia nueva». La experiencia que estoy viviendo, ese hombre que he encontrado, realmente tiene la pretensión de darme la posibilidad de no dejar fuera nada de mi vida y de liberarme hasta este punto.
Viernes, Via Crucis
Última estación. Hay mucha gente a mi alrededor. Miro la cruz, pero no con distracción. Luego veo un rostro amigo: Davide. Está justo delante de la cruz, pero no sólo físicamente. Me conmuevo. Verle es un regalo que me permite pedir también para mí su misma sencillez. Estoy delante de Davide, no sólo delante de un trozo de madera. Davide me es dado para poder mirar con verdad la cruz. Estoy delante de Jesús. Termina el Via Crucis.«He encontrado algo grande», me dice una amiga. «Estos últimos días miraba el cansancio de mi enfermedad sólo como algo negativo. Hoy, al escuchar a Eugenio, me he dado cuenta por primera vez de qué es la gracia: Jesús me prefiere hasta el punto de hacerme partícipe de Su cruz. Estoy ayudando a Jesús a salvarme a mí y al mundo». Ésta es la medida de Jesús, más bien la “desmesura” de Jesús.
Sábado
Entramos en el salón llevando en los ojos y en el corazón las vidas cambiadas de los chicos de la comunidad de L’imprevisto y el rostro de Silvio, que dice que para poder estar frente a la necesidad de estos jóvenes se ha dado cuenta de que tiene que estar en primer lugar frente a su propia necesidad. Sin embargo, a menudo nos parece que no somos capaces o que tenemos miedo de mirar con lealtad nuestra necesidad. Eugenio nos lanza una provocación: «¿Pero de qué tenéis miedo? ¿Del cansancio? Es mucho más cansado no secundar la estructura de nuestro corazón, no pedir, no moverse con lealtad. Chicos, claro que caeremos, pero ni siquiera esto debe asustarnos. Porque Jesús, para volver a poner en marcha nuestra humanidad, vuelve a suceder ahora. Sucede continuamente. Hay muchos signos de Su presencia inconfundible, pero el más grande es nuestro corazón». ¡Mi corazón es el mayor signo de Él! Salgo de la sala siendo más yo misma. Abrazo a mis amigos con una verdadera conmoción porque finalmente puedo mirarles con amor sincero. Queda mucho por entender, mucho por descubrir, pero no falta nada. El vacío ya no es una tumbra, sino un Rostro bueno que nunca se cansa de mí.
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