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El Camino y su recompensa

Juan Luis Barge
15/07/2010

Lo primero que emerge inmediatamente es que se camina como se vive. Lo cual, desde el punto de vista educativo, es estupendo porque te permite verte en acción y ver en acción también a los chicos, de un modo más claro, sin las dobleces y ambigüedades. La dificultad de seguir a alguien, un cierto individualismo (yo camino sin mirar a los que tengo al lado y a sus dificultades), en algunos una cierta resistencia al asombro, el no dejarse sorprender por algo que está fuera de ti cuyo síntoma patente es el uso afanoso e inconsciente de MP3 y móviles.
La comprensible dificultad ante el silencio. Los muros que se levantan por temperamento, raza, nación (aquello parecía el Mundial de Sudáfrica: guineanas, un canadiense, dominicanas, españoles de Fuenlabrada y de Villanueva, ecuatorianas...).
Un espectáculo y, sin embargo, se percibía en algunos momentos muros invisibles pero infranqueables. ¡Qué gran ocasión para educar y para educarse!
El Camino va sacando las cuestiones. No hay que inventarse nada. Desde el primer momento. Misa para comenzar en el Cebreiro; ¿quién no desea una alegría verdadera que llene su vida? (Cfr. Oración Colecta Dom XIV T.O). El peregrino es el que pone en juego este deseo durante el Camino. Y allá vamos.

Primera etapa. Samos-Sarriá, alrededor de 12 km. Será el viaje en autobús, será que es por la tarde, será que es la primera etapa, será que... El caso es que caminamos de pena y tardamos un mundo en llegar a Sarriá. Retomamos después de cenar. Se hace evidente que la fatiga y el cansancio van a ser nuestros compañeros de Camino. Y se nos plantea de qué manera el deseo de la alegría verdadera, la belleza que se nos regala durante el Camino, se compagine con el cansancio, la fatiga, el sacrificio. Una chica pregunta a la primera: «¿Hay recompensa?».
Un Camino para descubrirlo. Sin respuestas precocinadas. Por eso el Camino es un camino educativo. Te pone las preguntas fundamentales. Te obliga a rehacer tú el recorrido para proponerlo a los chicos. Un Camino para descubrir que el sacrificio es necesario para el cumplimiento de nuestro deseo, para un «gusto de vida nueva». Peregrinos, no para evitarnos las dificultades, sino para ganar la meta.
El sacrificio de empezar a mirar lo que hay. El asombrarse del propio yo, que por imposición del Camino se descubre frágil e impotente en muchos casos. El asombrarse de lo que hay alrededor –el paisaje es un espectáculo para el corazón, ¿cómo no recordar la llegada a Portomarín atravesando el Miño?–. El asombrarse, porque los descubres, por los que tienes al lado caminando, que empiezan a ser compañía para el Camino y por tanto compañía para la vida. El asombrarse de seguir a uno que guía y acompaña. Una amistad con un adulto, hombres “que van delante” y nos van mostrando que caminar así es el camino apropiado.
El que “va delante” en el Camino aprende que no se guía si no se aprende a sufrir. Y el Camino te enseña a sufrir. Y te enseña a guiar. Y te enseña a pedir. A pedir por los que tienes que guiar a conquistar la meta. En ese sentido, rezar el Rosario en cada etapa, el Angelus al inicio y a mitad de la etapa, la Misa donde recoger y ofrecer la experiencia del día… no han sido un pegote sino la condición misma para caminar y no distraerse. Estos pequeños gestos han ido cambiando de hecho nuestro modo de caminar físicamente. Nos han ido educando paso a paso.

“Sin dolor no hay gloria”. Hay una camiseta simpatiquísima que se compra en Santiago. Se ven unos pies llenos de tiritas y ampollas con el texto “Sin dolor no hay gloria”. En tiempo de Mundial y de campeones del mundo, los símiles son muy fáciles. Es verdad, “sin dolor no hay gloria”. ¿Hay recompensa? Esta pregunta del primer día la hemos ido retomando después. Los propios chicos la han ido respondiendo. En los dos últimos días se confesaron todos. Escucharles ha sido un espectáculo conmovedor. La respuesta nacía no de la cabeza, sino de las ampollas, es decir, de la experiencia.
En un momento de asamblea conclusiva ellos fueron diciendo: «Me vuelvo a casa mejor que vine. Más cansado pero mejor». Mejor en el sentido de mejorado por dentro. Nada que ver con un moralismo adolescente. Vuelvo mejor, más yo. Otra: «He recibido mucho más de lo que esperaba, pero no me basta, quiero más. Más tenemos y más queremos». Era la primera vez que venía con nosotros y conmigo. Otra decía: «El Camino comenzó cuando os conocí en la parroquia y quiero seguir este Camino hasta el final». Otro chico, que traía alguna “ampolla” en el corazón: «He visto la grandeza que tiene Dios conmigo. Cómo va por delante de nosotros… nada es por casualidad».
Ha sido una semana fantástica en la que, es verdad, todos hemos vuelto mejor. Uno de los educadores me ha escrito esta mañana: «He comprendido que en nuestra amistad Dios me habla y me dice quién soy y lo que quiere de mí».
No me queda más que agradecer a Santiago, el amigo del Señor, por las gracias que ha derramado en estos días. «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 28).





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