Una sofocante jornada de julio nos fuimos a conocer Siria. De Malpensa (Milán) a Atenas, de Atenas a Beirut. Luego en coche hasta Siria. Al llegar a la frontera, una larga espera en los puestos de control, casi dos horas. Parece que entras en un país deshabitado, el paisaje es desolador. Nos llamó la atención el rostro asustado de un niño, como si fuera la imagen de un pueblo marcado por la guerra. El viaje fue largo. Salimos de Beirut a las dos de la madrugada y nos encontramos con muchas carreteras cortadas por el ejército de Assad. Llegamos a Alepo a las once. Cuando la ciudad empieza a dejarse ver en su estado actual es como un impacto que te deja k.o.
Resulta inimaginable lo que se ve: una ciudad destruida, fantasmal. A medida que te vas acercando al centro empiezas a ver la vida que va tomando forma. Una vida que acaba mostrándose en todo su esplendor cuando llegas a la parroquia latino-católica de san Francisco de Asís, donde trabajan los frailes franciscanos, entre ellos el padre Ibrahim Alsabagh.
Allí nos reciben los gritos de los niños del oratorio estival y el movimiento de multitud de voluntarios dedicados a las diversas actividades. Allí nos encontramos con la sonrisa del padre Ibrahim, que las desventuras de la guerra no han apagado ni reducido. De hecho, hoy parece más intensa y abierta que nunca.
Nos recibieron con gran ternura y cordialidad. El padre Ibrahim es un río en crecida y nos empezó a contar: los dramas de la guerra, la corrupción, la división del país, en qué zonas se sigue combatiendo… Pero en medio de todo eso, una certeza de reconstrucción positiva: la presencia de la Iglesia, que sabe compartir y hacer suyas todas las necesidades. Nos impresionó mucho ver con nuestros propios ojos lo que está haciendo la Iglesia en Alepo.
Nada más llegar nos vimos inmersos en el oratorio estival. Ochocientos niños se juntan aquí en verano con un montón de voluntarios jóvenes de un modo apasionante. Después de comer, asistimos al reparto de bolsas de comida para la comunidad armenia. Los voluntarios nos enseñaron lo que había en cada bolsa, que trata de responder a las necesidades alimenticias de cada familia durante un mes (3.000 familias reciben mensualmente esta ayuda gratuita). Por la tarde, en el barrio de Ram, visitamos una escuela para sordomudos gestionada por los frailes. Son tres ejemplos de una presencia concreta, capaz de captar las necesidades y verificar cómo puede responder la fe.
Al escuchar el relato del padre Ibrahim se me hizo evidente que el milagro en Alepo no es tanto que haya alguien capaz de resolver problemas sino que resista una fe viva que responde a las necesidades de la vida. Una fe que puedes encontrar en los rostros de los cristianos, en los que vibra la caridad de Cristo. Una caridad que actúa y que hoy abraza a todos en Alepo, dando una esperanza para reconstruir lo que la guerra ha destruido.
Gianni, Abbiategrasso (Milán)
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