Madrid, 23 de febrero. Tres portavoces parlamentarios de partidos distintos comparten mesa en el Senado. El escenario apunta a un debate político más, como los que podemos estar acostumbrados a oír, donde cada uno defiende con uñas y dientes las grandezas de su partido. Pero no. La ideología pasa a segundo plano. Más que discutir, conversan. Incluso comparten anécdotas que no se conocían.
Así es como nos enteramos de la admiración de Juan Carlos Girauta por la ministra popular Fátima Báñez después de las largas y duras negociaciones que tuvieron que atravesar para llegar al pacto de investidura. O de las conversaciones de Ramón Jáuregui con Soraya Sáenz de Santamaría para tratar de superar la desafección política en España. Ambos, Girauta y Jáuregui, reconocen que en varias ocasiones han tenido que soportar que alguien insinuara por ello sus “malas dotes negociadoras” por escuchar demasiado al otro, pero ambos aseguran que un verdadero diálogo a campo abierto con el que piensa distinto al final resulta siempre enriquecedor.
«El pacto enriquece siempre, escuchar al otro es muy valioso, tanto que te pueden convencer», afirmó Jáuregui, portavoz socialista en el Parlamento Europeo, durante esta conversación que tomaba su punto de partida en el capítulo “El otro es un bien también en política”, del libro La Belleza Desarmada de Julián Carrón. Girauta, portavoz de Ciudadanos en el Congreso, definió su experiencia en las negociaciones, tanto con el PSOE como con el PP, como «un privilegio porque te da elementos que tú no tienes y te ayuda a ver mejor lo que hay». Incluso mencionó el caso de un grupo que cambiaba periódicamente a los negociadores «para no tomarle afecto al representante del otro partido… Así lo que ves son monigotes y no a la persona».
También Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación del PP, destacó el bien que supone la presencia del otro: «El otro no solo es un recurso, es esencial», y citó al rey Juan Carlos cuando se refirió a la Transición como un momento en el que «todos cedieron en algo en vista de una España en la que todos cupieran».
«Aceptar al otro exige primero reconocerlo y luego respetarlo», añadió Jáuregui. También Casado reclamó la necesidad urgente de una conversación porque «la libertad bien merece ser peleada. Nuestros abuelos hicieron la gran obra de pasar de un país en guerra a un país en paz. Nuestros padres, de un país sin libertades a una democracia. Nosotros tenemos la tarea de pasar de una crisis tremenda a recuperar la confianza». E insistió en que las grandes crisis como la que hemos sufrido pueden ser ocasiones para recuperar la unidad.
Girauta ilustró esta tarea con una imagen muy gráfica: «Hay que regar la democracia. Hay que recordar algo que tiende a olvidarse: que la democracia no estaba ahí, en la naturaleza. Hay que recordar su sentido. El avance de las ideologías hace que de vez en cuando sea necesario retomar la metodología, que está hecha justamente para que no triunfe la ostentación sobre el otro. Y una forma de recuperar esto es la épica. Hace falta una épica: contar cuán valientes fueron los hombres de la Transición. Si no hacemos épica de la Transición no llegaremos a la gente». Corremos el riesgo de perder la herencia de esa experiencia histórica, de ese diálogo real.
Según Girauta, «no es que el otro sea un bien; es que sin él enloquecemos: es la incurable otredad dentro de uno mismo, como decía Machado». Un autor al que también citó Jáuregui: «El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas. Es ojo porque te ve». Para Jáuregui, «ese ojo es signo de la otredad, una palabra que no sé si existe en castellano pero que nos define». Hasta el punto de «exponerse y hablar de lo que los políticos suelen obviar, al menos en público», como destacó al terminar el moderador del encuentro, Fernando de Haro, director de Páginas Digital: «Muchos de los que estamos aquí también tenemos experiencia de que el otro es un bien. Porque en su otredad te obliga a narrarte, a exponerte, a reconquistar lo que vives y lo que crees, cosas que, si no, tienden a fosilizarse».
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