Más que la guerra, lo que mata en Siria es la pobreza. El 80% de la población ni siquiera tiene la posibilidad de sufragarse los cuidados básicos, por no hablar del acceso a la comida y al agua o la falta de electricidad. Además, la guerra siria casi ha desaparecido de los medios.
Es hora de que los focos vuelvan allí para informar del proyecto humanitario "Hospitales abiertos", que ha nacido de la intuición y de la «fantasía de la caridad» del nuncio apostólico en Siria, el cardenal Mario Zenari, desarrollado por la ONG AVSI, que ya había puesto en marcha una iniciativa para apoyar a estos hospitales en su campaña navideña, con la colaboración de la Fundación Policlínico Universitario Agostino Gemelli como socio científico y sanitario, y el apoyo del Pontificio Consejo Cor Unum (ahora integrado en el Dicasterio para el servicio al desarrollo humano integral).
El corazón de esta iniciativa se presentó el 16 de febrero en el Policlínico Gemelli de Roma y apoya a tres hospitales católicos: el Saint Louis en Alepo, el Hospital Italiano y el Hospital Francés, ambos en Damasco. Un apoyo que pasa tanto por el envío directo de fondos como por iniciativas de formación del personal sanitario y administrativo que trabaja en ellos.
El objetivo es ofrecer prestaciones médicas gratuitas a las personas más vulnerables, cubrir los costes de las prestaciones hospitalarias y ambulatorias, y devolver la capacidad operativa a estos hospitales, pasando del actual 20-30 por ciento, al 90-100%.
Los datos dejan poco espacio a la imaginación. Después de seis años de guerra, once millones y medio de personas (el 40% niños) no tienen acceso a la atención primaria, el 58% de los hospitales han cerrado o sufrido daños importantes en sus estructuras (un informe de la ONU habla de 126 ataques a estructuras sanitarias solo en 2016), el personal médico se ha reducido drásticamente (770 profesionales han muerto por la guerra, sin contar con la emigración). Faltan medicinas, equipos, servicios de mantenimiento.
Un dato que da mucho que pensar es el de los mutilados: 800.000, el doble de los que han perdido la vida en el conflicto. Ellos «no solo requieren atención en sus necesidades más inmediatas, sino también una asistencia continuada», explica Joseph Fares, responsable del Hospital Italiano de Damasco.
«Ya llevo sangre de mucha gente en mi púrpura», afirmó el cardenal Zenari en un llamamiento que lanzó en vísperas de la Navidad. Y de su púrpura es de donde ha nacido la intuición de este proyecto. Que se trata de instituciones "católicas" no significa que excluya a alguien: «Católico quiere decir universal, y por tanto un hospital católico está por naturaleza abierto a todo el que lo necesite. Hoy vemos un país destruido, pero también hay mucha gente "rota" en su cuerpo y en su espíritu. Es urgente reconstruir y reparar estas fracturas». Las del cuerpo y las del alma.
A nivel sanitario, "Hospitales abiertos" se vale de la aportación de la Fundación Gemelli. «Un compromiso sin condiciones», según Giovanni Raimondi, presidente de la Fundación: «Cuidar a los enfermos y socorrer las necesidades básicas de asistencia no es solo una obra de misericordia sino una manera de hacernos bien a nosotros mismos, nos ayuda a hacer mejor nuestro trabajo aquí, al servicio de los que están más cerca». La Fundación se encarga también de la parte de formación y actualización del personal, tanto a nivel sanitario como de gestión o administrativo.
En la presentación del proyecto hablaban de "esperanza" tanto Giampaolo Silvestri, secretario general de AVSI, como monseñor Giampietro Dal Toso, secretario delegado del Dicasterio al servicio del desarrollo humano integral, que acababa de regresar de una misión sobre el terreno: «En este proyecto veo un signo de esperanza. Como Iglesia católica, podemos abrir una perspectiva de futuro». Según los datos que presentó, en los últimos dos años «el Vaticano, a través de sus organismos, ha ayudado a más de cuatro millones de personas y ha invertido 560 millones de dólares».
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