Esta semana, un motín en una cárcel brasileña se ha cobrado 30 muertos. Es el cuarto suceso de este tipo que tiene lugar en lo que va de año, que empezó con una revuelta en una prisión de Manaos, donde se encontraron después 56 cuerpos descuartizados, mutilados y decapitados. Un terrible balance que ha sacudido al mundo entero. Según el secretario de Seguridad Pública del país, algunos de estos motines están relacionados con la guerra entre mafias por el control del tráfico de drogas. En todo caso, la mayoría de las cárceles se encuentran en una situación de precariedad y sobrepasan con mucho los límites del respeto a los derechos de los presos. El edificio de Manaos, que en el momento de la revuelta acogía a 1.828 presos, no debía albergar a más de 592, así que la tasa de sobreocupación superaba el 300%.
Para los que llevamos años trabajando en Brasil en el ámbito de las cárceles y del respeto a los derechos humanos de los presos, hechos como el de Manaos no nos sorprenden tanto. Muchas organizaciones internacionales y el propio Parlamento de Brasil reconocen y denuncian que numerosas prisiones brasileñas son de hecho auténticos polvorines que pueden explotar de un momento a otro, lugares sobreocupados, sin reglas, donde la única ley es la del más fuerte. Con casi 650.000 presos, Brasil representa la cuarta población carcelaria del mundo, con una tasa de sobreocupación media de casi el 163%. En 2016, el relator especial de Naciones Unidas, Juan E. Méndez, presentó un informe donde denunciaba las prácticas de tortura como un problema crónico y recurrente en las cárceles brasileñas, caracterizadas por situaciones «crueles, inhumanas y degradantes» a causa de la sobreocupación. Es habitual violar las reglas mínimas en el trato a los presos establecidas por la ONU, lo que fomenta que se comentan actos de violencia dentro de los centros penitenciarios, haciendo mucho más difícil la rehabilitación y la consiguiente reinserción social de los condenados.
En este contexto, se ha puesto en marcha la experiencia de las Asociaciones de Protección y Asistencia a los Condenados (APAC), una entidad de la sociedad civil que gestiona en Brasil cárceles de pequeñas dimensiones, sin presencia de armas ni guardias penitenciarios, y que se dedican a la recuperación y reinserción social de los condenados durante el periodo de la pena. La eficacia de las APAC está demostrado por el índice de reincidencia: 20-30% en las APAC, frente al 70-80% de las cárceles convencionales. La principal diferencia entre APAC y el sistema carcelario brasileño es que los propios presos son corresponsables de su recuperación y tienen un papel activo en la co-gestión de las cárceles.
Hoy existen en Brasil casi 50 APAC donde viven más de 3.000 presos. Sin pretender representar la solución al sistema penitenciario tradicional, sí suponen una alternativa posible. Desde hace casi diez años, AVSI -con la ayuda de la Unión Europea- colabora con esta experiencia, apoyando la consolidación y expansión del método APAC, definido por una visión que valora ante todo la dignidad del ser humano. Disciplina, trabajo, familia, educación, espiritualidad son algunos de los puntos del método mediante el cual se trata de sacar a la luz el valor y la raíz positiva de todo hombre, aunque esté manchado por delitos atroces.
¿Cómo cambiar a personas así? La pregunta surge espontánea al entrar en contacto con los protagonistas de esta auténtica revolución. Traficantes de drogas, violadores, asesinos, secuestradores, gente que, como en la cárcel de Manaos, ha decapitado a otros seres humanos. ¿Cómo es posible cambiar y orientar hacia el bien a personas como estas? La respuesta es más sencilla de lo que parece. Cuando uno tiene ocasión de entrar en contacto con alguna de las asociaciones APAC y hablar con alguno de los "recuperandos" (se les llama así, no presos), no piensa en primer lugar en lo que han hecho. Más bien, da la sensación de estar ante personas dignas, que están cumpliendo su pena conscientes del error que han cometido, pero al mismo tiempo conscientes también del hecho de ser hombres. Puede parecer una paradoja, pero parecen personas libres.
En las APAC se apuesta todo por la libertad de estas personas privadas de libertad. Una apuesta que se explicita por escrito al entrar en cualquiera de los centros APAC: «Aquí entra el hombre, el delito se queda fuera». En el camino de recuperación también se implica a las familias, con la ayuda de los voluntarios, que son el alma del método APAC. Dar las llaves de las celdas a los presos puede parecer una absoluta locura, pero no se puede negar que la cosa funciona: en más de 40 años de experiencia nunca ha habido revueltas y los intentos de fuga se cuentan con los dedos de una mano. ¿Qué es lo que les disuade? Todos los recuperandos se quedan impactados por el hecho de que, al entrar en APAC, ya nadie les identifica con un número como en las demás cárceles, sino que se les llama por su nombre. Por primera vez, les miran de una manera nueva, como personas, con una mirada de misericordia. Como dice el Papa Francisco: «del amor no se puede huir».
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