El terrorismo vuelve a golpear en Europa, esta vez en Berlín. Al menos doce personas han sido asesinadas y decenas heridas. Eran personas que celebraban de forma tradicional la Navidad que se acerca, el gran acontecimiento de paz que marca la historia, el gran suceso que dignifica a todo hombre. Una violencia imprevisible ha dejado muchas familias rotas y mucho sufrimiento. Rezar por los fallecidos y por los heridos no es un gesto inútil. Necesitamos, cada uno con su tradición, afirmar el valor infinito de nuestras víctimas, el valor que ha querido negar un terrorismo nihilista.
El ataque de Berlín y los anteriores en Niza, Paris, Bruselas, Londres y Madrid, reflejan que no hay medida capaz de ponernos a salvo. Hay mucho que hacer todavía en la coordinación policial. Hay muchas responsabilidades que exigir a aquellos países que financian una instrumentalización ideológica y violenta del islam. Países que en muchos casos aparecen como aliados de Occidente. Hay que exigir a los líderes religiosos que rechacen sin ambigüedad el asesinato en nombre de Dios.
Pero esta violencia requiere mucho más de nosotros, europeos. El terrorismo quiere sembrar un mal irreparable, generar la división, cuestionar nuestra estima por la dignidad de toda persona. Nos equivocaríamos si empezáramos a poner en duda lo que nos ha hecho europeos. Son tiempos difíciles que nos exigen razones para vivir, para no tener miedo de los otros. Esas razones, en forma de niño, se hacen concretas en la Navidad.
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