Siempre queda el amor dejando atrás la violencia de las milicias yihadistas del llamado Califato, asistiendo "de lejos" a la liberación de tierras, pueblos, ciudades hasta la fortaleza de Mosul. Y, sin embargo, volver a construir un clima de convivencia y armonía –borrado por años de guerra y la locura del Estado Islámico– confiando en la esperanza razonable de que solo a través de la paz, la reconciliación, el perdón y la misericordia puede sanar las heridas del pasado.
Es cuanto piden los refugiados de Mosul y la llanura de Nínive, en esta entrevista a cuatro cabezas de familia que representan el mayor número de religiones y grupos étnicos: Zanel, un yazidí originario de Sinjar; Emad, un cristiano de Mosul; Abad, de la comunidad sabeos de Qaraqosh; Omar Abu Lukman, árabe musulmán de Sinjar.
El padre Samir es párroco de la diócesis de Zajo y Amadiya (Kurdistán), que cuida de 3.500 familias desplazadas cristianas, musulmanas y yazidíes que han huido de sus hogares y tierras para escapar de los yihadistas. A partir de esta experiencia de dolor y sufrimiento, dice el padre Samir, tenemos que aprender una lección, sin permitir que el mal pueda traer divisiones entre nosotros. El extremismo, el fanatismo son malos para todos nosotros, nadie fue excluido de la violencia en los últimos años en nombre de "fanatismo islámico". Y solo Dios puede sanarnos y ser una fuente de salvación entre nosotros.
Iraq es el corazón del mundo y si no vamos a ser capaces de vivir juntos, en el resto del mundo será difícil un camino de convivencia. Sin paz en Iraq, el mundo no tendrá paz mental. A partir de esta experiencia debemos salir aún más fuertes y difundir el mensaje de paz y fraternidad en el mundo.
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