Queridísimos amigos:
Con gran amargura en el corazón recibimos la triste noticia del terremoto en Italia. Inmediatamente ofrecimos nuestras misas, oraciones, sufrimiento y fatiga por las almas de los fallecidos, por los heridos, por los familiares y amigos de las personas y familias afectadas. Seguimos rezando por todos vosotros.
En Alepo vivimos como si hubiera un terremoto continuo que no da señales de ir a acabar, una crisis absurda que dura ya más de cinco años. Continúa nuestro Via crucis y la larga agonía del pueblo sirio. Una agonía lenta. A esta parte del Cuerpo místico de la Iglesia cada vez le falta más aliento, las fuerzas decaen, consumadas por la flagelación de los cuerpos.
El último periodo, concretamente, ha sido de una tristeza infinita por las atrocidades y daños sufridos a causa de las bombas y misiles que siguen cayendo sin tregua en las casas y en las calles. Al visitar las casas afectadas, vemos cómo los daños cada vez son más ingentes, provocados por armas cada vez más sofisticadas y capaces de destruir cada vez más profunda y “cualitativamente”.
El sufrimiento toca cada vez más cerca a los habitantes de Alepo. Para que os hagáis una idea, os cuento tres hechos que han ocurrido últimamente.
El 15 de agosto, el día de la fiesta de la Asunción, George Haddad, un joven treintañero casado y con un hijo pequeño de siete años, fue con su joven familia a visitar a sus suegros. Estaban todos sentados tranquilamente en casa, parecían estar a salvo de posibles ataques, cuando de repente un misil explotó en la calle causando destrucción y muerte a su alrededor. Una astilla de misil llegó al corazón del joven, causándole la muerte instantánea. Así que ha dejado a una joven mujer y a un niño de siete años.
El 25 de agosto, a plena luz del día, cayó un misil en un edificio habitado en Jabrieh, una zona poblada en su mayoría por familias pobres. El misil, con gran capacidad de destrucción, provocó la muerte de cinco personas, decenas de heridos y graves daños en muchas casas. El 26 de agosto, Bassam, un niño de ocho años, estaba jugando con sus amigos en el patio de la iglesia, cuando una bala le impactó en la cabeza. Era el único hijo de dos jóvenes esposos. Inmediatamente los médicos diagnosticaron la muerte cerebral del pequeño, que sus padres no eran capaces de aceptar, esperando un milagro del cielo. El pequeño permaneció varios días conectado a un ventilador mecánico, muerto pero con un corazón que latía. La madre, que no se separaba del hijo inmóvil en su cama de cuidados intensivos, el lunes 29 de agosto vino con su marido a misa. Mamá Kinda me dijo: «esta cruz es realmente pesada». Le respondí que esta cruz no era solo suya, sino de toda la iglesia de Alepo y que la llevaríamos juntos, con las manos tendidas en oración, no solo por Bassam, sino por el país entero, que vive también como si estuviera en estado de muerte clínica. Después de días interminables y de enorme sufrimiento, el 30 de agosto, al anochecer, llegó la noticia de que el corazón de Bassam se había parado.
Al día siguiente, el funeral fue para mí una lucha terrible contra el caos y la desesperación que por todos los medios intentaban reinar en el corazón de la madre, del padre y de todos. Me pasé la mañana sentado delante de los padres, junto al cuerpo del pequeño, intentado prepararles para vivir con serenidad aquello, como un momento de oración y comunión con su hijo. Fue una lucha difícil con los grupos de scouts que se dedicaron a organizar manifestaciones masivas por las calles, haciendo sobre todo mucho ruido. Fue una ardua batalla con muchos padres que querían sacar el cuerpo por las calles para mostrar su dolor y desesperación. Al final, el Señor de la paz prevaleció y pudimos celebrar el funeral con calma, en una atmósfera de profundo recogimiento y de oración.
En la homilía, ante la gran multitud que abarrotaba la iglesia, hablé de la imagen de Dios, que se refleja mediante la vida de Jesús como un Dios tierno, bueno, misericordioso y enamorado del hombre, que piensa en el bien último de los hombres y que sabe cómo llevarles a alcanzar este bien, incluso atravesando el mal que existe en el mundo. Esta imagen del Dios bueno, dije, queda demolida sutilmente y a veces directamente por el enemigo, sobre todo en los momentos más dramáticos, como puede ser el funeral de nuestros seres más queridos. Son tentaciones terribles contra la fe en un Dios bueno que, a pesar de su omnipotencia, no impide el mal que va ligado a la libertad del hombre, pero que en cambio puede hacer nacer bien del mal, vida de la muerte.
De modo que, a pesar de toda la tristeza y agitación inicial, durante el funeral se nos donó una paz que solo podía venir de lo alto. Durante las condolencias, al término de la jornada, incluso consiguieron asomar algunas sonrisas en el rostro de los padres y familiares de Bassam. Aquel día, transcurrido en oración y con un espíritu de recogimiento, fue un milagro, acogido y testimoniado como tal por todos los presentes. Sin duda fue un testimonio de la resurrección de Cristo.
Así es Alepo: una ciudad de destrucción y muerte. Ni siquiera estoy seguro de que siga existiendo. Cada día suceden historias como estas, el dolor de padres que pierden a sus hijos o hijos que pierden a sus padres. La gente siempre está en estado de shock y sufre muchísimo. Nosotros, los hermanos, nos hacemos cargo de la cruz cotidiana de la gente, una cruz que cada día pesa más. Pasamos los días en medio del dolor y la fatiga, visitando hospitales, acompañando a los moribundos, celebrando funerales, visitando casas que han sido dañadas y a familias sin hogar. Pero con el corazón siempre atento a un desafío bastante complicado, el de custodiar la llama ardiente de la fe sembrada con el Bautismo en el corazón de cada uno de los fieles de Alepo, en medio de esta gran tempestad que sopla desde hace más de cinco años y amenaza con apagarla continuamente.
Gracias de corazón. Gracias que nosotros siempre repetimos en forma de oración por todos vosotros que pensáis en nosotros, que rezáis por nosotros y que seguís apoyándonos con todos los medios posibles.
Se me rompe el corazón al compartir los sufrimientos de mi gente en Alepo, pero lo que ha sucedido en Italia, la muerte de cientos de personas y tantos daños causados por el terremoto, me ha abierto nuevas heridas. Los siento como si fueran mis parroquianos. Desde el primer instante en que llegó la noticia de la catástrofe ofrecimos nuestras misas y oraciones, los sufrimientos y fatigas de nuestros sacrificios cotidianos por los italianos muertos, por sus familiares y amigos. Lo hemos hecho porque estamos unidos, somos un solo Cuerpo, y no por casualidad; es una iniciativa del Señor y una gran responsabilidad de caridad y comunión.
En nombre de mi gente, de los parroquianos y en especial de nuestros jóvenes, os doy las gracias por rezar por nosotros. Seguid, por favor, rezando insistentemente. Queremos ganar la guerra con la oración. Un gran saludo lleno de afecto y caridad de nuestra parte a cada uno de vosotros.
Unidos en la oración.
Que el Señor os bendiga.
Fray Ibrahim, Alepo (Siria), 14 septiembre 2016
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