«El otro es siempre un misterio. Es ante todo lo que es, no lo que uno querría que fuese». El padre Federico Trinchero, italiano nacido en 1978, es misionero carmelita en Bangui, en la República Centroafricana. Hoy ha contado en el Meeting cómo es su vida en la «capital espiritual del mundo», llamada así por el Papa Francisco el pasado mes de noviembre, cuando abrió solemnemente la puerta santa de la catedral de Bangui, adelantando unos días el Jubileo de la Misericordia en la República Centroafricana.
¿Qué frutos ha tenido el hecho de que el Santo Padre inaugurara en Bangui el año santo?
La visita del Papa Francisco ha sido sin duda un pequeño milagro. Por dos razones. La primera porque hasta el último minuto la visita estaba en el aire por problemas de seguridad (del pontífice y de los fieles que acudieron desde todo el país). Hasta la noche antes de la llegada del Santo Padre, en Bangui hubo disparos. Si me lo hubieran pedido a mí, por ejemplo, probablemente habría desaconsejado al Papa que viniera, le hubiera sugerido que esperara a tiempos mejores. En cambio el Papa vino, y desde el punto de vista organizativo y de seguridad todo se desarrolló de la mejor manera posible.
¿La segunda razón?
La segunda razón es que después de la visita del Papa, salvo episodios aislados, en Bangui no ha habido más disparos. La atmósfera ha cambiado realmente. La República Centroafricana parece haber pasado página. Claro que no nos hacemos ilusiones y que todavía hay mucho por hacer, pero el clima es diferente y el Papa Francisco ha contribuido indudablemente a este cambio.
¿Cómo es la situación del país ahora?
Tras la visita del Papa, el país ha sido capaz de elegir democráticamente a un nuevo presidente, Touadera. No han sido unas elecciones perfectas, pero en cualquier caso el pueblo ha podido expresarse y elegir a sus gobernantes. No ha ganado el que se consideraba candidato favorito y el que ha perdido ha reconocido su derrota. Estos gestos tal vez sean pequeños, pero son muy importantes para un país que está saliendo de tres años de guerra y que nunca ha conocido una verdadera democracia. Actualmente, la situación es bastante tranquila. En el mes de junio hubo enfrentamientos en varias zonas del país, pero no degeneraron ni se dilataron como otras veces. No hay que olvidar que buena parte del país está, de hecho, bajo control de los Seleka, los rebeldes que tomaron el poder en el golpe de estado de 2013. Hay mucho por hacer. Es más aún lo que hay que construir desde cero que lo que hay que reconstruir a causa de la guerra. Pero se dan condiciones favorables para empezar con esta tarea.
Occidente se siente acosado por los refugiados. Vosotros habéis tenido el Carmelo lleno, ¿qué puede contarnos a este respecto?
Desde el 5 de diciembre de 2013 hemos acogido dentro y alrededor de nuestro convento a miles de refugiados. En los momentos más duros de la guerra hemos superado los diez mil. Actualmente todavía hay tres mil. Para nosotros ha sido —y en parte lo sigue siendo— una aventura humana y cristiana que nos ha marcado y nos ha hecho crecer como comunidad. Nos hemos visto obligados a vivir el Evangelio y hemos aprendido a hacer cosas que antes no sabíamos hacer. Pero entre nosotros no ha habido ningún héroe. Cada uno ha hecho su parte y hemos trabajado mucho en equipo. Y no somos los únicos que lo hemos hecho. Parroquias, seminarios, conventos por todo el país han acogido durante meses y años a refugiados, cristianos y musulmanes, a veces poniendo en peligro la propia vida.
¿Qué nos diría a nosotros, a la rica y a veces egoísta Europa?
No tengo recetas que ofrecer a Occidente para el problema de los refugiados. Estos no han tenido tiempo de llamar a la puerta, han llegado desesperados y han entrado. Y nosotros nunca nos hemos planteado el problema de si era adecuado o no acogerles. A Occidente y a mis hermanos en la fe solo puedo decirles que lo que sucede es más importante que lo que nos gustaría que sucediera, lo que no podemos programar es más importante que lo que intentamos prever. Nos ha pasado algo que no habíamos previsto, nosotros en vez de huir nos hemos puesto manos a la obra. Seguramente, en nuestro lugar, vosotros también habríais hecho lo mismo. Y, si bien puede ser cierto que Occidente es rico y egoísta, también puedo testimoniar de la misma manera una generosidad y un apoyo por parte de Occidente que nos ha sostenido y conmovido sinceramente.
¿Cómo es la convivencia entre cristianos y musulmanes en República Centroafricana? En una entrevista reciente, decía usted que en el pasado convivían pacíficamente, ¿qué pasó después?
Antes de la guerra, República Centroafricana se consideraba un ejemplo de convivencia entre cristianos (el 50% de la población, repartidos a partes iguales entre católicos y protestantes) y musulmanes (el 15%; el 35% restante se considera animista). Pero con la guerra —durante la cual los rebeldes de mayoría musulmana (Seleka) saquearon o destruyeron las misiones y las casas de los pueblos y barrios cristianos, por lo que luego los rebeldes de mayoría cristiana (Antibalaka) destruyeron algunas mezquitas— se rompió ese equilibrio. Muchos musulmanes se han visto obligados a huir y solo ahora algunos de ellos están empezando a volver, tímidamente. Antes la vida del país se basaba en un equilibrio que veía por una parte a los cristianos dedicados sobre todo a la agricultura, el pequeño comercio y la administración; y por otro a los musulmanes dedicados a la ganadería y el comercio al por mayor. Este equilibrio ahora se ha fragmentado. Tal vez había entre ambas confesiones un sentimiento de tensión y frustración del que no eran conscientes. Con la guerra se desató, en ambas partes, una violencia antes impensable. Ahora harán falta años para reconstruir las relaciones y llegar a una convivencia pacífica como antes.
¿Se ha tratado de una guerra de matriz religiosa?
No. El conflicto surgió por razones políticas, económicas y por una lucha por el poder, indudablemente con intereses e influencias por parte de países extranjeros. Luego el conflicto derivó desgraciadamente en lo confesional y la convivencia del país se vio envenenada. Los misioneros siempre hemos tenido una relación óptima con los musulmanes y muchas misiones, incluidos nosotros, el Carmelo de Bangui, o parroquias han salvado la vida a familias musulmanas. Esto es algo que honra a la joven iglesia de la República Centroafricana.
El Papa destacó que le había impresionado la capacidad de esta gente de «celebrar una fiesta con el estómago vacío». ¿Debemos hacernos pobres para ser felices?
En estos años he visto a gente que lo ha perdido todo y que ha visto cómo destruían su casa y su familia, pero no he visto gente desesperada. Los africanos tienen una capacidad de resistencia al sufrimiento que para nosotros es impensable. En el sufrimiento también saben sonreís y volver a empezar. Bastaría comparar las tasas de suicidio en Japón y en República Centroafricana para caer en la cuenta de que la riqueza no es automáticamente sinónimo de felicidad. No creo que haya que hacerse pobres para ser felices, porque la miseria es algo horrible que hay que combatir. Quizás habría que aprender de los africanos a convivir más, a tener paciencia, a conformarse con poco, a tener menos prisa. De Occidente no me preocupa su riqueza sino su pérdida de la fe y su cultura contra la vida. Los africanos —que probablemente sueñan con ser tan ricos como los europeos— no entienden por qué los europeos, siendo ricos, ya no creen en Dios y están tan poco abiertos a la vida.
En palabras del Papa, Cristo nos «primerea», se nos adelanta. ¿Qué significa esto concretamente en su vida, en la misión donde se encuentra?
Cristo —al menos de momento— nunca me ha decepcionado. Es más, siempre me ha sorprendido dándome más de lo que habría imaginado. Estoy convencido de que Cristo sabe siempre mejor que yo qué es bueno y lo mejor para mí. Cuanto menos obstáculos o caprichos interpongo a esta anticipación suya, más feliz soy y menos se complica mi vida. Lo vivo así todos los días. También la Providencia, en mi vida como misionero, es algo con lo que me relaciono todos los días, y siempre sorprende, en las formas y en las cantidades, más allá de cualquier previsión humana o estrategia.
¿Qué significa esta «sorpresa» de la Providencia, especialmente para un carmelita, para alguien que vive el carisma de Santa Teresita del Niño Jesús?
El Carmelo en República Centroafricana es una plantita muy joven, pero prometedora. Muchos, tal vez demasiados, jóvenes llaman a la puerta de nuestro convento. Llevo siete años en este país y siempre me he dedicado solamente a la formación de los jóvenes candidatos a la vida religiosa. Para mí es un honor y una gran responsabilidad realizar esta misión tan delicada e importante para el futuro de la Iglesia centroafricana. Esta misión siempre resulta estimulante porque vivir con los jóvenes —y con jóvenes culturalmente tan distintos— nunca te deja en paz, todos los días aprender algo.
Una última pregunta, ¿qué le dice el lema de este Meeting, “Tú eres un bien para mí”?
Me gusta y me provoca por su sencillez desarmante y estimulante a la vez. El otro es para mí siempre un misterio, tiene algo sagrado, algo que nunca puedes aferrar del todo, siempre es más de lo que creía haber entendido. El otro es ante todo lo que es, no lo que yo querría que fuese.
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