Hay un juego que solemos proponer a los niños sirios en los campos de refugiados: sobre un gran mapa geográfico tienen que situar su ciudad. «Yo soy de Idlib», grita uno, y va a situarse sobre el puntito correspondiente a su ciudad. «Yo de Alepo», responde otro, y ocupa su posición. Cuando les pides que cambien de ciudad, se bloquean. El de Idlib no quiere ir a Alepo porque allí están los malos y viceversa.
El juego se adentra en las heridas de esta nueva generación que, sin patria, está perdiendo la memoria de sus orígenes, y con ella también la posibilidad de darse un futuro. Cuando un día estalle la paz, ¿quién podrá reconstruir las comunidades en cenizas? Pasa también con un simple juego, de ahí la acción que ONG como AVSI están llevando a cabo para tratar de sostener a los hijos de un Oriente Medio en ruinas. Pero no basta con un solo tipo de intervención, hace falta un conjunto de acciones diversas y la implicación de todos. Lo que está en juego es demasiado, y nos exige actuar en más ámbitos, como la protección, la educación y la formación profesional, por lo menos.
«Protección» de la infancia es el nombre técnico que se da a las formas de tutela de los niños de la guerra. Como Inaam, una rizosa nacida en marzo de 2011, cuando estalló la guerra en Siria. Ha pasado toda su vida en un campo de refugiados y no ha visto más que eso. Proyectos como una guardería en Erbil, realizada con fondos privados y la colaboración de las monjas dominicas, a la que acuden un centenar de hijos de Mosul, tienen un objetivo claro: resarcir con un poco de normalidad una infancia destrozada por las garras del Daesh. A los proyectos de protección hay que añadir otros de educación formal e informar para chavales en edad escolar y de formación profesional para los mayores. Todo ello se traduce en secuencias de numerosas acciones esenciales pero decisivas.
Un proyecto realizado gracias al fondo Madad (establecido por la UE para emergencias) y con la colaboración de varias entidades permitirá que más de 40.000 pequeños sirios puedan incorporarse a las escuelas "ordinarias" (más de cincuenta) de Líbano y Jordania, países donde viven como refugiados. La idea es no crear más escuelas "gueto" sino favorecer su inserción en el tejido al que su historia les ha conducido. Un proceso que puede hacer mucho bien a sus compañeros de clase. Favorecer la integración y el reconocimiento mutuo de estos alumnos combatiendo el analfabetismo es un poderoso instrumento para contrastar su sensación de exclusión y marginación en el mundo, para calmar el vacío que lanza a demasiados jóvenes en brazos del terrorismo.
Los proyectos de formación profesional para los mayores, por último, se dedican a la preparación de agricultores, mecánicos, peluqueros, artesanos, informáticos... profesiones que pide el mercado laboral. Como Sarah, una joven siria que va a una escuela agrícola en el Líbano y sueña con plantar algún día un olivo en su tierra. La cuestión es que estos niños y adolescentes no solo son el futuro de sus países, sino también su presente. Piden una ayuda que se centre en cuál es su bien ahora. Piden ser acompañados para encontrar una buena razón por la que valga la pena crecer y vivir ahora.
*secretario general de la Fundación AVSI
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón