El 155 de Bishopgate se encuentra al lado de la estación de Liverpool, en el centro del distrito financiero, más conocido como la City. Acero y vidrio, con algún que otro ladrillo rojo. Allí se ha celebrado la tercera edición del London Encounter, organizado por la comunidad inglesa de CL, que este año llevaba por título un verso de John Donne: No man is an island. Un lema fascinante en sí mismo, pero que llega a arder cuando se aborda a dos semanas del voto del Brexit, la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea. ¿Quién es el hombre del que habla este verso? ¿Y la isla?
Setecientas personas han visitado el evento, aparte de cincuenta voluntarios y otras treinta personas encargadas de presentar las exposiciones. Entre los ponentes, un arzobispo anglicano (ex primado), un miembro de la Cámara de los Lores, un ex presidente del Parlamento europeo y un consultor de Downing Street. Por la platea pasó también monseñor John Wilson, obispo auxiliar de la diócesis católica de West London, que al volver a casa comentó el Encounter en su perfil de Facebook. Para que no faltara de nada, hubo incluso un ciberataque a la página web del evento, que quedó colgada durante dos horas el día de la víspera a causa de las “atenciones” de un cibergrupo islámico.
El ex primado anglicano, monseñor Rowan Williams, ya amigo de la comunidad inglesa de CL, abrió la jornada con una lectio magistralis sobre el lema del Encounter. Una intervención de 45 minutos sin papales, en un itinerario apasionante que llegó hasta John Donne, Edith Stein, Los hermanos Karamazov, Etty Hillesum y el patriarca Jacob. Culto, profundo y accesible al mismo tiempo, Williams partió del verso del poeta inglés que afirma que «ningún hombre es una isla», pero lo dice en el contexto de un funeral, hasta el punto de que la poesía concluye con otro famoso verso: «Por quién suenan las campanas, las campanas suenan por ti».
Nadie puede considerarse una isla, dijo el arzobispo, porque nos une un destino común: todos moriremos. Es una cuestión de realismo sencillo, al que gran parte del pensamiento moderno contrapone la «mitología de la isla», es decir, la posibilidad de una autosuficiencia que produce una falsa seguridad. Con Edith Stein, Williams explicó que, en realidad, el yo necesita a otro para darse cuenta de que existe, incluso para pensar en nuestro propio cuerpo necesitamos imaginarnos a alguien que nos mire. La relación con alguien que es otro distinto de nosotros no solo es necesaria para el reconocimiento de uno mismo, sino que inevitablemente es una relación de responsabilidad mutua. Nosotros somos responsables del otro: si el otro no está o está en peligro, nuestro yo no está en paz. Y en ese otro, prosiguió Williams citando a Etty Hillesum, también entra Dios: nosotros también somos responsables ante Él. Dios necesita de los hombres para darse a conocer, necesita nuestro testimonio, hasta dentro de un campo de concentración, es necesario para que Dios pueda ser percibido como creíble. Solo en esta perspectiva, que es espiritual, religiosa y racional, se puede concebir un sistema de relaciones que permita convivir y pueda equilibrar los derechos y deberes de la persona.
Al término de su lección, alguien preguntó cómo se puede aprender a ser realista. «Hay que educarse, a uno mismo y a los propios hijos, en la maravilla por las cosas que existen». Otro comentó que estas cosas no se entienden fuera de una mirada cristiana. «Es la realidad misma la que nos muestra hasta qué punto nosotros existimos estructuralmente “en relación”. No hace falta añadir nada más». Un chico habló de su sensación de soledad y de sus dificultades para salir de una realidad que a menudo tiene las dimensiones de una Tablet. «Toca las cosas. Toca las cosas con las manos para conocerlas. No dejes de desear ir hasta el fondo. Y que sepas que eres querido. Hay alguien que te quiere».
Por la tarde, un encuentro explícitamente dedicado al gran tema de Europa y la Unión. El panel estaba formado por Mario Mauro, senador italiano y ex vicepresidente del Parlamento Europeo; Maurice Glasman, miembro laborista de la Cámara de los Lores; y Shamit Saggar, profesor de Políticas Públicas y ex consultor del primer ministro británico. A este último, para mostrar cómo suceden las cosas en el Encounter, le invitaron porque conoció a Marco, uno de los promotores del evento que es médico, en el hospital. Durante una ronda de visitas, Marco vio en una cama la portada de una revista Time la imagen de Aylan, el niño que murió en las costas de Turquía, y con una pregunto empezó el diálogo. Diálogo que continuó en las semanas y meses siguientes, con alguna que otra cena y hasta el punto de llegar a la conferencia en el 155 de Bishopgate.
El panel era bastante variado. Mario Mauro mostró su entusiasmo por el ideal que en la posguerra animó a los padres fundadores de Europa. Lord Glasman, hebreo laborista apasionado por la doctrina social de la Iglesia, es en cambio uno de los poquísimos políticos de izquierda favorables al Brexit. ¿Por qué? La Unión habría traicionado su ideal originario social cristiano, sustituyéndolo por un ansia capitalista que nos ha hecho esclavos de la lógica financiera. El profesor Saggar, indio de tercera generación, sostuvo de manera muy pragmática el rasgo inevitable de la realidad de la UE: que nos guste o no, la Unión es lo que tenemos y no hay alternativa. Tanto Lord Glasman como el profesor Saggar reconocieron al término del encuentro que durante los meses de la campaña referendaria aún no habían participado en un encuentro donde se llegara a tocar el corazón del desafío europeo y no se quedara todo limitado en las consecuencias económicas.
La velada nocturna se dedicó a la música de Astor Piazzolla. Un espectáculo al que asistió más gente que años anteriores. Un gesto que cada vez se hace más grande y que la comunidad inglesa construye con un compromiso creciente. Lo demuestran las tres exposiciones realizadas para la ocasión. Alguno comenta que trabajar el lema del Encounter le ha ayudado a desenmascarar el habitual “mito de la isla”. «Han surgido amistades, nos hemos implicado… y corregido». Suena la campana, pero no a funeral.
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